Todo
debe estar impecable, como siempre; la camisa blanca, el traje limpio y
planchado, la corbata adecuada, los calcetines delgados y los zapatos de
charol. Todas las noches deben ser perfectas, porque no basta tener una buena
voz, modestia aparte, sino además hay que saber ofrecerla en un estuche que sea
imposible de rechazar. La audiencia es cada vez más exigente, pero el más
quisquilloso de todos siempre debe ser el propio artista, sobre todo si somos
conscientes de que en el mundo del espectáculo no hay lugares garantizados, ni
importa qué tan bien te fue la noche anterior, si en tu última presentación no
estás dispuesto a despedirte entre una explosión de aplausos.
Además, sé que detrás de mí hay un ejército, más o menos
talentosos que yo, que mueren por ocupar mi lugar, y no vacilarán en aprovechar
cualquiera de mis fracasos, para intentar transformarlo en su éxito. Por no
olvidar que el tiempo es un aliado del que no siempre se puede echar mano,
motivo por el que cada espectáculo bien pudiera ser el último.
La presión siempre es la misma,
aunque tenga rostros distintos. No cualquiera enfrenta cada noche a su
adversario, en búsqueda de su aplauso. Para ello hay que hacer sacrificios,
trabajar muy duro y entregarlo todo en cada canción. Ya sea que la audiencia
sea concurrida o escasa, hay que lograr que se olviden de sus penas, o al menos
tratar de armonizarlas con nuestras hermosas melodías, para hacer de su viaje
por esta vida, un poco más ameno. Debemos vernos felices y no sólo aparentarlo,
porque las sonrisas vanas sólo atraen más vacíos que empatías. Por unos cuantos
minutos somos su voz; decimos lo que quizás ellos están sintiendo en el momento
justo en que abrimos la boca, pero no sabían cómo expresarlo, o tal vez
juguemos un poco con sus memorias y le robemos una sonrisa, o aunque sea una
lágrima, a su pasado.
Todo está listo; como cada noche
impecable. Me detengo un segundo y respiro, dejo mi mente tranquila, sé que
todo saldrá bien, como ayer, como antier, como siempre. Me planto a sólo un
milímetro de la línea amarilla y espero la señal. Entonces sucede, sé que ya no
hay vuelta atrás, se abre el escenario, ingreso pausadamente, espero unos
cuantos segundos más, atiendo el cierre de puertas y empiezo:
“Muy buenas noches señores pasajeros, espero no ser una
molestia, sólo soy un cantante callejero, que se presenta ante ustedes con el
único afán de hacer un poco más ameno su trayecto, y ganarme la vida
honradamente. Si al final a alguien le gustó mi trabajo, o simplemente quiere
compartir una moneda, un dulce, un boleto del metro o una sonrisa, se los
agradeceré infinitamente.”
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