–No
insista mi amigo, ¿si quiere le puedo apartar otra mesa?, pero la que está
pegada a la ventana, me temo que no será posible. Porque, como puede ver, está
ocupada –me dice el cantinero.
–No tengo prisa, mi cita aún no llega, por lo que puedo
esperar a que el viejo termine su copa y se marche –le respondo.
–No, créame que él no se irá a ninguna parte.
–¿Cómo puede estar tan seguro?
–Porque desde que abrí este negocio,
hace más de treinta años, él siempre ha estado en la mesa que da a la ventana.
–Eso es imposible –le replico.
–Bueno,
no es que siempre esté sentado ahí. Un par de minutos antes de cerrar, viene,
me paga su bebida y se marcha, pero al día siguiente, tan pronto volvemos a
abrir, tardo más en acomodar las mesas en su lugar, que él en ocupar la suya,
pedir una copa y perder su mirada en la ventana.
–Pues no parece ser un malviviente o
un borracho.
–Y no lo es, siempre se le ve muy
limpio, toma sólo una copa en todo el día, me paga y se va –me aclara el
cantinero.
–¿Una copa? ¿En todo el día? ¡¿Por
favor?! ¿Entonces porque no lo ha echado a la calle? ¿No se da cuenta de que
usted está perdiendo una mesa, por una sola copa de venta?
–¿La verdad?, no. Él sólo se toma
una copa, y eso es lo que le cobro, pero siempre me paga con un billete, y no
cualquiera, sino de los grandes, y me pide que me quede con el cambio. Por lo
que, respondiendo a su pregunta, esa copa me ha dado más ganancias en un día,
que todas las mesas juntas.
–Entiendo. Y ¿nunca le ha preguntado
por qué hace eso?
–No, y la verdad ya no me interesa.
Admito que antes sí, pero después de más de treinta años de conocerle, sin
saber ni siquiera su nombre, he optado por limitarme a tener bien limpia su
mesa, preparada su botella, aseada su copa y pulida la ventana que da a la
calle. Cada quien sus demonios, fantasmas y manías, ¿no le parece?
–¿Y nunca ha visto qué tanto ve allá
afuera? –pegunto, casi susurrando.
–Veo la vida pasar –respondió el
viejo, ante la vergüenza de saberme descubierto.
–Disculpe, no quise molestarlo –digo, entre dientes.
–No se disculpe, que no me molesta su duda, ya soy muy viejo
como para fijarme en “tonterías”. Prefiero ver la vida pasar, con tacones,
sandalias, botas, falda, vestido, pantalón, largo o corto, en fin, todo un
desfile de pieles, peinados y modas. Disfruto de una buena bebida, con la
paciencia del tiempo. Sueño con los ojos abiertos y me pierdo en el murmullo de
la gente. A veces dejo que el viento se fume conmigo un recuerdo. Y en
ocasiones ahogo una que otra lágrima en el fondo de mi copa. Pero la mayor
parte del tiempo, sólo espero. Ella me dijo que volvería algún día, y ¿quién
sabe?, tal vez ese día sea hoy –responde, termina su copa y vuelve a su
silencio.
–Mejor espero en la barra –le digo al cantinero, y dejo que
mi mirada también se escape por la misma ventana que contempla el viejo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario