domingo, 7 de diciembre de 2014

El trabajo

Nunca antes he estado más temeroso que ahora. Sé que mi jefe es el hombre más respetado y poderoso de la ciudad, pero debido a la nueva encomienda que me han asignado, no he logrado calmar mis nervios, y pienso que en cualquier momento voy a cometer un error que no sólo habrá de costarme el trabajo.
            Obtener este empleo no ha sido nada fácil; empecé ayudando al encargado de la limpieza, y poco a poco he ido escalando peldaños, hasta ganarme la confianza del jefe, y la responsabilidad de transportar todo tipo de mercancías. No ha sido un ascenso sencillo, y no quiero echarlo a perder por un simple descuido.
El trabajo no es muy complicado; sólo debo llevar la camioneta del patrón al muelle, descargar la cajuela y volver, pero me sudan las manos y no puedo evitar sentir que todos los policías que me han visto circular, supieran lo que cargo conmigo. Y para colmo, la cajuela va tan llena, que temo que se abra en cualquier momento, y todo se eche a perder.
¡Oh, no! Tomé ese tope demasiado rápido y la cajuela ha cedido.
¡Demonios! Tengo que detenerme y cerrarla bien, antes de que esto se ponga peor.
¡¿Pero qué diablos?! Un hombre está hablando con el policía de la esquina y está señalando a la camioneta.
¡Mierda! El oficial viene para acá, y sujeta con firmeza la funda de su arma. Estoy en problemas.
–Disculpe, ¿le molestaría enseñarme una identificación y mostrarme lo que carga en su cajuela?
–No es mi vehículo.
–Pero yo vi que usted bajó de esta unidad ¿no es así?   
–Bueno, sí, pero ésta es la camioneta de mi jefe, el señor Robles. Yo sólo tengo que entregar algo en su nombre.
– ¿Robles, dice? ¿El empresario?
–Ése mismo.
–Mire, no pretendo consumirle mucho tiempo, pero sucede que un testigo asegura haber visto una mano que se asomaba desde el interior de su cajuela, ¿me entiende? Sé que el Señor Robles sabrá comprender. Ahora, muéstreme su identificación y el contenido de su carga, o tendré que arrestarlo por entorpecer mi trabajo.
Para entonces, a penas podía sentir mis piernas, me faltaba el aire, y un leve zumbido en mi oído se estaba volviendo cada vez más fuerte. Estaba a punto de desmayarme, cuando sentí una “palmadita” familiar en el hombro derecho. Era el señor Robles.
– ¿Hay algún problema oficial? –inquirió pausadamente.
– ¿Señor? No… ninguno. Lo que pasa es que… un testigo aseguró haber visto algo irregular en su cajuela…, y tenía que investigar… Pero ya que usted está aquí…, es obvio que todo se trata de un malentendido y nada más... Disculpe que haya molestado a su trabajador –dijo el oficial, casi tartamudeando.    
            – ¿Qué tipo de irregularidad le fue reportada?
            –Nada importante, de verdad. Lamento haberle hecho perder su tiempo. Con su permiso –dijo el policía y se dispuso a marcharse.
            –Entiendo, pero no tiene que disculparse. Si lo que desea es ver lo que tengo en el vehículo, en un segundo mi empleado le enseñará su contenido –dijo y me vio, esperando que obedeciera sus órdenes.
            Yo estaba paralizado, pero cumplí con lo indicado y abrí la cajuela. Dejando al descubierto cinco costales plásticos, de los cuales uno estaba parcialmente abierto, del que sobresalía una mano de apariencia sintética, como la de un maniquí.
            –Ahora entiendo la confusión –aclaró el oficial, con un tono mucho más relajado.
            – ¿Desea ver el contenido de las demás bolsas?
            –No es necesario, de verdad. Todo está aclarado. Pueden marcharse y gracias por su cooperación.
            El oficial se alejó, y al fin pude respirar con un poco de tranquilidad.
            –Parece que le debemos una a “El manco Juárez” ¿no te parece? Si no fuera por su prótesis, todo se hubiera complicado demasiado. No me hubiese gustado tener que deshacerme de un simple policía, y menos con tantos testigos en el área. Ahora, entra al vehículo, que ya perdimos mucho tiempo y los cadáveres pueden descomponerse antes de que llegues al muelle. 
            –Enseguida. No sabe lo apenado que estoy por lo ocurrido. Le aseguro que nunca más volverá a repetirse un incidente semejante –dije, temeroso y agradecido.

–No te preocupes, que tan pronto termines este trabajo, ya le dije a los demás que te hagan un lugar en otro sitio, tal vez en este mismo vehículo, pero lejos del volante –dijo y cerró la cajuela de golpe.

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