Nunca
antes he estado más temeroso que ahora. Sé que mi jefe es el hombre más
respetado y poderoso de la ciudad, pero debido a la nueva encomienda que me han
asignado, no he logrado calmar mis nervios, y pienso que en cualquier momento
voy a cometer un error que no sólo habrá de costarme el trabajo.
Obtener este empleo no ha sido nada
fácil; empecé ayudando al encargado de la limpieza, y poco a poco he ido
escalando peldaños, hasta ganarme la confianza del jefe, y la responsabilidad
de transportar todo tipo de mercancías. No ha sido un ascenso sencillo, y no
quiero echarlo a perder por un simple descuido.
El trabajo no es muy complicado; sólo debo llevar la
camioneta del patrón al muelle, descargar la cajuela y volver, pero me sudan
las manos y no puedo evitar sentir que todos los policías que me han visto
circular, supieran lo que cargo conmigo. Y para colmo, la cajuela va tan llena,
que temo que se abra en cualquier momento, y todo se eche a perder.
¡Oh, no! Tomé ese tope demasiado rápido y la cajuela ha
cedido.
¡Demonios! Tengo que detenerme y cerrarla bien, antes de que
esto se ponga peor.
¡¿Pero qué diablos?! Un hombre está hablando con el policía
de la esquina y está señalando a la camioneta.
¡Mierda! El oficial viene para acá, y sujeta con firmeza la
funda de su arma. Estoy en problemas.
–Disculpe, ¿le molestaría enseñarme una identificación y
mostrarme lo que carga en su cajuela?
–No es mi vehículo.
–Pero yo vi que usted bajó de esta unidad ¿no es así?
–Bueno, sí, pero ésta es la camioneta de mi jefe, el señor
Robles. Yo sólo tengo que entregar algo en su nombre.
– ¿Robles, dice? ¿El empresario?
–Ése mismo.
–Mire, no pretendo consumirle mucho tiempo, pero sucede que
un testigo asegura haber visto una mano que se asomaba desde el interior de su
cajuela, ¿me entiende? Sé que el Señor Robles sabrá comprender. Ahora,
muéstreme su identificación y el contenido de su carga, o tendré que arrestarlo
por entorpecer mi trabajo.
Para entonces, a penas podía sentir mis piernas, me faltaba
el aire, y un leve zumbido en mi oído se estaba volviendo cada vez más fuerte.
Estaba a punto de desmayarme, cuando sentí una “palmadita” familiar en el
hombro derecho. Era el señor Robles.
– ¿Hay algún problema oficial? –inquirió pausadamente.
– ¿Señor? No… ninguno. Lo que pasa es que… un testigo
aseguró haber visto algo irregular en su cajuela…, y tenía que investigar… Pero
ya que usted está aquí…, es obvio que todo se trata de un malentendido y nada
más... Disculpe que haya molestado a su trabajador –dijo el oficial, casi
tartamudeando.
–
¿Qué tipo de irregularidad le fue reportada?
–Nada importante, de verdad. Lamento
haberle hecho perder su tiempo. Con su permiso –dijo el policía y se dispuso a
marcharse.
–Entiendo, pero no tiene que
disculparse. Si lo que desea es ver lo que tengo en el vehículo, en un segundo
mi empleado le enseñará su contenido –dijo y me vio, esperando que obedeciera
sus órdenes.
Yo estaba paralizado, pero cumplí
con lo indicado y abrí la cajuela. Dejando al descubierto cinco costales
plásticos, de los cuales uno estaba parcialmente abierto, del que sobresalía
una mano de apariencia sintética, como la de un maniquí.
–Ahora entiendo la confusión –aclaró
el oficial, con un tono mucho más relajado.
– ¿Desea ver el contenido de las
demás bolsas?
–No es necesario, de verdad. Todo
está aclarado. Pueden marcharse y gracias por su cooperación.
El oficial se alejó, y al fin pude
respirar con un poco de tranquilidad.
–Parece que le debemos una a “El
manco Juárez” ¿no te parece? Si no fuera por su prótesis, todo se hubiera
complicado demasiado. No me hubiese gustado tener que deshacerme de un simple
policía, y menos con tantos testigos en el área. Ahora, entra al vehículo, que
ya perdimos mucho tiempo y los cadáveres pueden descomponerse antes de que
llegues al muelle.
–Enseguida. No sabe lo apenado que
estoy por lo ocurrido. Le aseguro que nunca más volverá a repetirse un
incidente semejante –dije, temeroso y agradecido.
–No te preocupes, que tan pronto termines este trabajo, ya
le dije a los demás que te hagan un lugar en otro sitio, tal vez en este mismo
vehículo, pero lejos del volante –dijo y cerró la cajuela de golpe.
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