Magdalena
conoció a Jesús en la calle, cuando él buscaba un poco de calor, para combatir
el frío y la soledad de su alma. Él la conoció mientras ella trabajaba,
intercambiando un poco de miel, caricias y sexo, por unos billetes. Ambos
tenían lo que a la otra parte le hacía falta, pero encontraron en el silencio
de un beso mucho más de lo que esperaban.
Entonces a él no le molestó que ella
fuese prostituta, ni a su corazón le incomodó alojar su morada entre sus brazos
y su pasión entre sus piernas. Tampoco a ella le importó que él fuese
sacerdote, por lo que le encomendó su alma al Dios del Amor, y su cuerpo al
hombre que latía debajo de la sotana y había hecho de su piel el cáliz de su
templo.
Su amor era tabú y lo mantuvieron en
secreto ante los ojos de los hombres, aunque entre cuatro paredes no había
poder que contuviese lo que existía entre los dos, en un ritual que hacía a un
lado los mandamientos de la Iglesia, pero que siempre se efectuó con la
complicidad de Dios.
Pero un día todo cambió para
siempre, cuando él llegó a aquel cuartucho de hotel, donde se despojaba de su
traje de pastor, dispuesto a convertirse en lobo y devorar la carne de su
oveja, pero en vez de encontrarla sola, la halló cabalgando como una fiera a
uno más de su rebaño.
Jesús se desmoronó y dejó que la ira
hiciera añicos su cordura, y sin importarle el qué dirán, le reclamó a la que
por más de un año había considerado sólo suya, exigiéndole una explicación para
tal traición.
Magdalena permaneció en silencio,
despachó a su cliente, guardó la paga en su monedero y se limitó a decir: “Sólo
estoy trabajando”.
– ¿Pero? ¿Cómo te atreves? ¡Se
supone que eras mi mujer! –le reclamó casi a gritos, haciendo a un lado la
templanza del hombre de fe, ante el dolor de su orgullo herido.
–Y lo soy, ellos tendrán mi cuerpo,
pero sólo tu amor llena mi alma y corazón. Después de todo, tú sabías a qué me
dedicaba ¿o no? ¿A caso yo te he pedido que abandones el tuyo por mí?
Al día siguiente Jesús dejó la
Iglesia, y consiguió empleo de escribano, pero nunca renunció a su fe, ni
abandonó a Magdalena. Por su parte, ella no dejó su
trabajo, y hasta la fecha siguen juntos, mirando de frente a sus detractores,
porque saben que la verdad sólo ofende a los que mienten, y que el amor nunca
ha sido pecado, mucho menos para Dios.
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