domingo, 7 de diciembre de 2014

Pecado

Magdalena conoció a Jesús en la calle, cuando él buscaba un poco de calor, para combatir el frío y la soledad de su alma. Él la conoció mientras ella trabajaba, intercambiando un poco de miel, caricias y sexo, por unos billetes. Ambos tenían lo que a la otra parte le hacía falta, pero encontraron en el silencio de un beso mucho más de lo que esperaban.
            Entonces a él no le molestó que ella fuese prostituta, ni a su corazón le incomodó alojar su morada entre sus brazos y su pasión entre sus piernas. Tampoco a ella le importó que él fuese sacerdote, por lo que le encomendó su alma al Dios del Amor, y su cuerpo al hombre que latía debajo de la sotana y había hecho de su piel el cáliz de su templo.  
            Su amor era tabú y lo mantuvieron en secreto ante los ojos de los hombres, aunque entre cuatro paredes no había poder que contuviese lo que existía entre los dos, en un ritual que hacía a un lado los mandamientos de la Iglesia, pero que siempre se efectuó con la complicidad de Dios.
            Pero un día todo cambió para siempre, cuando él llegó a aquel cuartucho de hotel, donde se despojaba de su traje de pastor, dispuesto a convertirse en lobo y devorar la carne de su oveja, pero en vez de encontrarla sola, la halló cabalgando como una fiera a uno más de su rebaño.
            Jesús se desmoronó y dejó que la ira hiciera añicos su cordura, y sin importarle el qué dirán, le reclamó a la que por más de un año había considerado sólo suya, exigiéndole una explicación para tal traición.
            Magdalena permaneció en silencio, despachó a su cliente, guardó la paga en su monedero y se limitó a decir: “Sólo estoy trabajando”.
            – ¿Pero? ¿Cómo te atreves? ¡Se supone que eras mi mujer! –le reclamó casi a gritos, haciendo a un lado la templanza del hombre de fe, ante el dolor de su orgullo herido.
            –Y lo soy, ellos tendrán mi cuerpo, pero sólo tu amor llena mi alma y corazón. Después de todo, tú sabías a qué me dedicaba ¿o no? ¿A caso yo te he pedido que abandones el tuyo por mí?

            Al día siguiente Jesús dejó la Iglesia, y consiguió empleo de escribano, pero nunca renunció a su fe, ni abandonó a Magdalena. Por su parte, ella no dejó su trabajo, y hasta la fecha siguen juntos, mirando de frente a sus detractores, porque saben que la verdad sólo ofende a los que mienten, y que el amor nunca ha sido pecado, mucho menos para Dios.   

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