El
partido entre las niñas del sexto “A” y del quinto “C” estaba empatado. Jugaban
por la gloria, el derecho de reclamar esa sección del patio como suya, y la
oportunidad de elegir el color de la playera que habría de representar al
equipo femenil de futbol de la escuela.
Los expertos del tercer año aseguraban que nunca antes un
juego de esa naturaleza había atrapado tanto la atención de los espectadores,
desde aquel mítico encuentro, en el que “pelos necios Martínez”, de quinto “B”,
hizo bolar el balón por encima del muro, hasta el follaje del viejo árbol de la
plaza, de donde hasta la fecha nunca lo han podido bajar.
La tensión crecía, al tiempo que el
encargado del reloj amenazaba con hacer sonar la campana que ponía fin al
recreo. Cuando repentinamente el balón fue a rodar a los pies de Aarón, de
sexto grado, quien lo tomó del suelo y lo contuvo entre sus brazos, amenazando
con no devolverlo, al menos que Emi, la capitana del quinto “C”, acudiera ante él,
aceptara ser su novia y le diera un beso en la boca.
El público estaba indignado,
inquieto, y curioso por saber si ella aceptaría semejante petición, ya que Emi
no sólo era la mejor jugadora de su equipo, sino también la más lista del turno
matutino, la más bella del colegio, y la única chica del pueblo que se había
atrevido a ignorar los galanteos e insinuaciones de Aarón.
Ahora ella se encontraba entre la
espada y la pared; o cedía ante las exigencias de ese patán, o no podrían
reanudar el juego.
Aarón era el niño más temido de toda la escuela, por lo que
nadie se atrevió a hacerle frente y todos se limitaron a observarlo, en espera
de la reacción de Emi, quien pausadamente se abrió paso entre sus compañeras,
se sacudió un poco el polvillo del rostro y pausadamente se puso delante de él.
En su cabeza parecían revolotear las diferentes opciones;
sabía que si se negaba perderían la oportunidad de ganar el encuentro y todo
recaería sobre ella, pero también era consciente de que si cedía a su petición,
no sólo perdería el partido, sino el respeto de sus compañeras, y quizás hasta
de la escuela entera.
Sólo tenía una oportunidad y no estaba dispuesta a
desperdiciarla. Por lo que esperó que el zoquete cerrara los ojos, parara la
“trompa” y… le dio un pisotón, que lo obligó a dejar caer el balón, al tiempo
que soltó un grito desgarrador que ahogó el sonido de la campanada que ponía
fin al recreo. Ante el desconcierto de todos, Emi no sólo recuperó la pelota,
sino que además pudo correr hasta la portería contraria para meter el gol de la
victoria.
Las niñas del quinto “C” se llevaron el triunfo, Emi la
gloria, y Aarón un pie hinchado. Las de sexto no reclamaron nada y aceptaron su
derrota, en muestra de respeto a la nueva heroína de la escuela. Y Aarón tampoco
dijo nada, quería evitarse la vergüenza de haber sido humillado por una niña,
por lo que argumentó haberse golpeado solo, y jamás volvió a molestarla.
Al año siguiente Emi dejó la escuela, porque su familia se
mudó a otro lugar, pero su leyenda persiste hasta este día, como aquel balón
fugitivo, que desde las alturas es testigo mudo de todo lo que ocurre en el
colegio.
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