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Julián se le solían desatar las agujetas de los zapatos con demasiada
frecuencia, pero él lo veía con optimismo, ya que aseguraba que cada vez que
ocurría esto, el Universo le estaba advirtiendo de algo negativo, es más,
estaba seguro de que si no detenía su marcha para anudar sus cordeles, algo
“fatal” habría de ocurrirle. Por tal motivo, sus allegados le decían torpe,
descuidado y supersticioso, pero a él parecía no importarle; decía que siempre
había sido así y que nunca antes eso le había ocasionado alguna desavenencia
que tuviese que lamentar, “todo lo contrario”, ya que seguía “sano y salvo”,
aunque implicase llegar tarde a casi cualquier parte.
Julián nunca supo dar razón de los
supuestos peligros que las agujetas rebeldes anunciaban, pero eso no evitó que
dejara de atarlas; ya fuese que se encontrase en medio de una avenida o
subiendo las escaleras, lo cual para muchos realmente ponía en peligro su
integridad, e incluso su vida.
Su esposa se ofreció en varias ocasiones a amarrar sus
zapatos, pero el resultado siempre fue el mismo; porque sin importar el tipo de
nudo que se le hiciera, o la firmeza de los amarres, los cordeles se desataban
y Julián tenía que detener su marcha para anudárselos de nuevo, sin prestar
atención el lugar donde estuviese.
Así siempre fue, hasta el día en que
un conductor con demasiada prisa atropellara a Julián a sólo unas cuadras de su
casa, justo el día de su cumpleaños. Tal vez era de esperarse, salvo por un
pequeño detalle, ese día Julián había decidido hacer a un lado aquello que
tanto le criticaban y se propuso empezar de nuevo; dejó en un rincón sus viejos
zapatos de agujetas, y se calzó un par de mocasines que sus amigos le habían
regalado.
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