Solo
e inmerso en mis pensamientos, los fantasmas me rondan y las miradas me
aterrorizan.
“¡Todos los saben!”
“¡No puede ser de otra manera!”
El hedor es insoportable y ha vuelto tan turbio el ambiente
que ya no sé dónde empieza la verdad ni donde termina la mentira. Los recuerdos
son confusos; los gritos, el llanto, la noche eterna en un espacio reducido. El
aire se me escapa, la multitud me agobia y somete.
“¡Quiero matarlos a todos!”
Y ya no sé si lo he gritado para mis adentros o por fin esa
rabia ha explotado como un volcán sobre sus cabezas.
Todo es confuso y luego… el silencio.
Tal vez sean los medicamentos,
quizás el veneno ha alcanzado mi cerebro, intoxicando a mi consciencia.
“¡Todos me miran!”
“¡No lo hagan!”
“¡Basta!”
“¡No quise hacerlo!”
“¡No!”
“¡Por Dios!”
No…
La verdad es que sí…
Sí quise hacerlo, y disfruté cada muerte como un regalo
divino.
Su sangre alimentó mi espíritu, su agonía hizo latir mi
pecho y sus gritos me llevaron al paraíso, pero ahí no encontré redención, sino
remordimiento y condena unánime al olvido, del cual sólo he salido para
presentar mi declaración.
“No quise hacerlo”.
Ellos me lo pidieron. Pero ahora que yo se los pido, sólo me
responde el incesar latir de su corazón…
…y el silencio en mi pecho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario