Ella
espera el trolebús, que como siempre parece tener menos prisa que sus pasajeros.
Ya casi son las diez de la noche, y después de una jornada apretada de trabajo,
lo único que quiere es llegar a su casa, por lo que tan pronto ve que su
transporte se aproxima, sus ojos se iluminan, no sólo por el reflejo de los
coches.
Él ya está abordo, y aguarda sentado
casi en la última fila, cuando ella
ingresa a la unidad; paga y se sienta, a sólo un par de lugares delante de él.
Ella no es la mujer más sensual del mundo, pero tiene algo
que hace que él no le pueda quitar la vista de encima. Tal vez sea su
fragilidad, sus modales al juntar sus piernas, rodillas y tobillos, o la manera
cómo se resguarda en el asiento, casi como si fuese un refugio.
Ella no sabe que la observan, e
ignora que él ha logrado ver al ser humano que siente y clama por cariño,
incluso debajo de esa máscara de antipatía.
Él desconoce que ella odia su
trabajo, pero que hay que sobrevivir de alguna manera. Así como ignora que ella
fue feliz hace poco más de un año, cuando tenía una pareja con la que incluso
se iba casar, hasta que su prometido fue asaltado y asesinado en un trolebús,
justo como el que ahora les ha permitido coincidir.
Ella no sabe que hace más de cinco
años que él no tiene una relación estable, y que aún guarda en su cartera el
retrato de su más grande amor; la mujer que le dijera que “sí”, pero que sólo
un año después le informara que ya no quería casarse con él, y se fuera con
otro.
Ella ignora que él es un buen
hombre, responsable y educado, que hubiera dado la vida en pos de que el
trolebús estuviese lleno, sólo para poder cederle el asiento a ella.
Él desconoce que ella tiene miedo, y
que desde hace varios días ha olvidado cómo disfrutar de la vida y sólo
“sobrevive”, atrapada en su propio caparazón.
Él no sabe que pese a su pérdida,
ella quiere conocer a ese hombre que la haga sentir viva otra vez, y la invite
a hacer vibrar su cuerpo, corazón, creatividad e intelecto.
Ella no sabe que él se ha levantado
de su asiento y va hacia ella, con la idea de “romper el hielo”, hacerle un
poco de plática, conocer su voz, y ver si logra descubrir qué es lo que le ha
robado el aliento e inquietado tanto, desde que la vio subir al
transporte.
Él ignora que ella ha escuchado sus pasos, pero ha preferido
no voltear a verlo, sólo abraza su bolso y junta aún más los tobillos.
Ella desconoce que él es ese hombre que la sacará de la
rutina, y quien habrá de cambiar su vida para siempre.
Él no sabe que ella será la última
mujer que llamará su atención.
Ella ignora que él ha sacado un paquete de dulces, que
comprara hace poco en la salida del metro, y piensa ofrecerle alguno, como
pretexto para iniciar una conversación, aprovechando la soledad del trolebús.
Él ni se imagina que tan pronto se aproxime, a menos de un
paso de su objetivo, ella accionará contra él, la pistola que desde que
asesinaran a su novio, siempre lleva consigo en el bolso.
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