domingo, 7 de diciembre de 2014

Admirador secreto

Hoy recordé esos días simples, en los que ninguno sabía gran cosa del otro y aún así lo sabíamos todo. Aquellos días en los que mi mayor preocupación era buscarte, y mi más grande alegría era encontrarme con tus letras enamoradas de las mías.
            Siempre fui tu admirador secreto, que un buen día se reveló sin apellido, y confesó el amor que profesaba por tu sensibilidad, tu buen humor, tu mirada enigmática, tu sonrisa y tu persona entera, aunque nunca hubiese escuchado el sonido de tu voz, ni rozado tu piel con el tacto, ni percibido el aroma de tu fragancia al amanecer, ni humectado tus labios con mi boca.
            Ahora me pregunto qué hubiera sido de nosotros si la ruleta de la vida no nos hubiese llevado por caminos tan distintos. Tal vez, como dices en uno de tus textos, abríamos aprendido a faltarnos al respeto, y hubiéramos consumido la flama de la ternura, con la hoguera de la pasión. O quizás la ilusión nos hubiese durado poco tiempo, y un par de meses después sólo seríamos el pretexto perfecto para escribir del amor y sus tropiezos.
            Pero seguramente no hubiese ocurrido nada. Nos separaba el tiempo y el espacio, aunque ahora quizás la distancia sea aún mayor, porque ya casi ni siquiera escucho tus latidos, y dudo que tus oídos logren percibir el sonido de mi voz.
            Siempre fuiste escurridiza, como la verdad y la vida; que aún estando presentes, brillantes y desnudas, no se dejan aprehender, ni por el intelecto, ni por los ojos, ni por las manos.
            ¿Sabes? Aún conservo la foto que me regalaste. La guardo recelosamente en un lugar al que sólo yo tengo acceso, así como tus textos, y esos mensajes que fueron escritos sólo para mis sentidos. De vez en cuando repaso cada uno de ellos, dejo que mis ojos jueguen entre sus letras, líneas y puntos suspensivos, ¿recuerdas cómo amabas a esos bribones que dejaban las frases en vilo, entre sueños, recuerdos, anhelos y fantasías? Entonces dejo que la memoria me oculte lo ocurrido y se invente una historia nueva, en la que eres tú la protagonista.
            Ahora, dulce amiga mía ¿ya recordaste quién soy?
            –Disculpe, pero creo que me confunde. No lo conozco y, si las cosas hubiesen ocurrido como usted afirma, creo que reconocería al menos sus palabras. Ahora, si no le es molesto, permítame retirarme, que tengo una cita y ya voy retrasada.

            Entonces me disculpo avergonzado, doy media vuelta y me voy, sin ganas de volver a ver atrás, hasta que me parece escuchar un susurro que se pierde en el viento: “claro que me acuerdo de vos”, pero cuando vuelvo la mirada, ella ya se ha marchado, y una vez más me ha dejado conversando con su olvido. 

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