Hoy
recordé esos días simples, en los que ninguno sabía gran cosa del otro y aún
así lo sabíamos todo. Aquellos días en los que mi mayor preocupación era
buscarte, y mi más grande alegría era encontrarme con tus letras enamoradas de
las mías.
Siempre fui tu admirador secreto,
que un buen día se reveló sin apellido, y confesó el amor que profesaba por tu
sensibilidad, tu buen humor, tu mirada enigmática, tu sonrisa y tu persona
entera, aunque nunca hubiese escuchado el sonido de tu voz, ni rozado tu piel
con el tacto, ni percibido el aroma de tu fragancia al amanecer, ni humectado
tus labios con mi boca.
Ahora me pregunto qué hubiera sido
de nosotros si la ruleta de la vida no nos hubiese llevado por caminos tan
distintos. Tal vez, como dices en uno de tus textos, abríamos aprendido a
faltarnos al respeto, y hubiéramos consumido la flama de la ternura, con la
hoguera de la pasión. O quizás la ilusión nos hubiese durado poco tiempo, y un
par de meses después sólo seríamos el pretexto perfecto para escribir del amor
y sus tropiezos.
Pero seguramente no hubiese ocurrido
nada. Nos separaba el tiempo y el espacio, aunque ahora quizás la distancia sea
aún mayor, porque ya casi ni siquiera escucho tus latidos, y dudo que tus oídos
logren percibir el sonido de mi voz.
Siempre fuiste escurridiza, como la
verdad y la vida; que aún estando presentes, brillantes y desnudas, no se dejan
aprehender, ni por el intelecto, ni por los ojos, ni por las manos.
¿Sabes? Aún conservo la foto que me
regalaste. La guardo recelosamente en un lugar al que sólo yo tengo acceso, así
como tus textos, y esos mensajes que fueron escritos sólo para mis sentidos. De
vez en cuando repaso cada uno de ellos, dejo que mis ojos jueguen entre sus
letras, líneas y puntos suspensivos, ¿recuerdas cómo amabas a esos bribones que
dejaban las frases en vilo, entre sueños, recuerdos, anhelos y fantasías?
Entonces dejo que la memoria me oculte lo ocurrido y se invente una historia
nueva, en la que eres tú la protagonista.
Ahora, dulce amiga mía ¿ya
recordaste quién soy?
–Disculpe, pero creo que me
confunde. No lo conozco y, si las cosas hubiesen ocurrido como usted afirma,
creo que reconocería al menos sus palabras. Ahora, si no le es molesto,
permítame retirarme, que tengo una cita y ya voy retrasada.
Entonces me disculpo avergonzado,
doy media vuelta y me voy, sin ganas de volver a ver atrás, hasta que me parece
escuchar un susurro que se pierde en el viento: “claro que me acuerdo de vos”,
pero cuando vuelvo la mirada, ella ya se ha marchado, y una vez más me ha
dejado conversando con su olvido.
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