Por
meses he estado teniendo el mismo sueño; me encuentro en una cafetería al aire
libre, con una taza de café caliente, mientras leo un libro y sostengo un
cigarrillo entre los dedos. Entonces ella aparece; con su cabellera negra,
labios rojos brillantes, una sonrisa enigmática, y una mirada que se escuda
fallidamente detrás de un par de anteojos. Yo la miro como si no existiera
nadie más en el planeta, o como si no me importara que lo hubiese. Ella se
vuelve mi horizonte, mi faro y mi mundo, pero no está sola y no parece notar mi
presencia, ni el hechizo en el que me ha dejado.
Noche tras noche es lo mismo, y en
la mañana despierto cinco minutos antes de que suene la alarma, con una
sensación de ansia y vacío, como si cada vez que amaneciera volviera a perder
lo mismo.
Nadie de la oficina se le parece, ni
en el barrio, ni en ese mar de caras con el que día a día me topo en la calle.
Sabía que no era ninguna de ellas, porque la hubiera notado; su mera presencia
hubiese atrapado mis sentidos, regresándome a ese estado límbico, que hasta
ahora sólo había vivido en mis sueños.
Pero hoy todo ha cambiado, porque la
estoy viendo delante de mí, pero esta vez no estoy soñando.
Esta es mi gran oportunidad, sin embargo no sé con qué
pretexto acercarme o qué habré de decirle. No se me ocurre nada, y lo último
que podría contarle es que he estado soñando con ella por meses. ¡No! ¡Eso
sería una locura! Seguramente provocaría que ella saliera corriendo, o me
acusaran de loco o… peor aún, un acosador.
Estoy mudo y paralizado. Noche tras noche he vivido esto, y
día a día he rogado por la oportunidad de conocerla fuera de mis sueños. Pero
justo ahora que ese deseo se ha hecho realidad, no sé qué hacer, y temo
arruinarlo todo.
Estoy muy nervioso, las manos me
sudan, me tiemblan las rodillas y siento que me falta el aire. ¡Qué manera de
arruinar las cosas!
Ahora, para colmo, se me ha perdido
de vista. Seguramente ya se ha marchado, y con su partida se han esfumado todas
mis posibilidades. Todo por esta maldita inseguridad. Aprieto los puños y me
juro no volver a desperdiciar algo como esto, aunque sé que lo más probable es
que jamás la vuelva a ver, salvo en mis sueños.
Entonces, mientras maldigo
mentalmente el momento, siento que alguien toca mi hombro. Volteó y quedo
perplejo al ver que es ella, quien tímidamente me dice, casi susurrando:
“Disculpa. No sé cómo vayas a tomar esto, te advierto que no estoy loca y no
creo haberte visto antes, sin embargo… me parece que he estado soñando
contigo”.
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