Siempre
me ha parecido muy curiosa la manera como las distintas percepciones que hemos
tenido a lo largo de nuestra vida, se entremezclan y salen a la luz, desatadas
por un motivo aparentemente aislado. Es decir, la forma en que una experiencia;
un color, un sonido, o un aroma, nos llevan a recordar pasajes completos de
nuestra historia.
Por ejemplo, el aroma que desprende
la mantequilla al impactar contra un sartén caliente. Tal vez para muchos no
signifique nada, pero para mí es regresar a mi infancia, estar en casa, un
domingo por la mañana, y ver a mi mamá llegando a la habitación con una torre
de hot cakes en una mano, y un tarro
de miel en la otra. Recuerdo que era toda una fiesta. Ella no tenía mucho
tiempo para estar conmigo o cocinarme todos los días, pero siempre que podía,
buscaba la manera de compensar la cantidad de horas, con calidad de detalles,
como largas caminatas por el parque, idas al cine, teatro, etcétera.
Por otro lado, si a esta mantequilla
derretida le pongo un poco de sal, regreso a esa función en la que observé por
primera ves a un hombre volar; cómo olvidar su capa roja ondeando entre las
nubes y sobre los edificios, mientras yo sostenía un bote grande de “palomitas”
entre mis piernas. Casi puedo recordar el crujir y la textura del maíz inflado,
sin olvidar, por supuesto, el sabor a mantequilla y sal. Nunca he vuelto a
comer unas semejantes, o tal vez el recuerdo las ha vuelto insuperables.
Ahora le toca a la carne entrar en
escena, de seguro mi ex esposa me reprendería por cocinar con tanta proteína,
pero bueno, si ya no está ella por acá, no creo que le llegue a importar
demasiado. Ella y yo no terminamos de buen grado y, pese a que una discusión
constante eran mis hábitos gastronómicos, la verdadera razón por la que nos
separamos fue “el trabajo”. No, yo no era de esos que se pasaba la vida en la
oficina o de viaje, mucho menos ella, más bien el “problema” era la falta de
trabajo, apenas me las ingeniaba para traer comida a la casa.
Por un tiempo todo parecía marchar perfectamente, hasta que
ella empezó a hacerme preguntas, como ¿de dónde sacaba la carne, ropa, y
ciertos detalles, como anillos y aretes para ella, si carecía de un trabajo
formal o dinero para ahorrar? Incluso me cuestionó porqué llegaba todas las
noches tan hambriento, cuando en teoría, no había hecho nada en todo el día. En
fin. Tal vez nunca aprendí a darle gusto, porque tan pronto la llevé al lugar
donde conseguía todo eso, con el objeto de resolver sus interrogantes, bueno,
pues no lo tomó de la mejor manera.
No la culpo, descubrir que tu marido
te ha estado manteniendo con carne de personas, que él mismo ha asesinado y
cercenado, o que aquellos aretes y joyas que te regalaba, fuesen un “bono”
extra de las mujeres que han dado su vida para que nosotros siguiéramos
respirando, no ha de ser nada fácil. Incluso a mí me costó trabajo hacerme a la
idea. Al principio no pensaba hacerlo, es más, ni siquiera me pasó por la
cabeza, pero la desesperación y la necesidad tienen muchos rostros.
En verdad, mi intención original sólo era asaltar a la dueña
de la cocina económica donde mi esposa trabajaba, con el fin de juntar un poco
de monedas y llevar algo de comer a casa, pero pese a llevar una máscara, la
dueña me reconoció la voz y tuve que asesinarla. Lo demás fue azar y
circunstancia. Recuerdo que le di un fuerte golpe con una pierna de cerdo que
tenían en exhibición, y su rostro cayó justo en el sartén donde estaba
preparando unas crepas. Tal vez en ese momento tendría que haberme ido, sin
mirar atrás, pero el aroma de su carne al mezclarse con la mantequilla
caliente, fue más de lo que pude soportar.
Todos tenemos que vivir de algo ¿no?
Pero al parecer mi esposa resultó demasiado pudorosa para soportar ciertas
cosas. Trató de huir, pero yo no podía dejar que lo hiciera. Ante el altar
juramos respetarnos y procurarnos hasta que la muerte nos separase, pero sabía
que si ella lograba escapar, no valdría de nada ese juramento y no tardaría la
policía en dar conmigo. Por lo que la tuve que matar.
No fue nada fácil, de hecho ha sido lo más difícil que he
hecho hasta ahora. Eso sí, nunca antes había probado una carne tan suave y
suculenta como la de ella, hasta el día de hoy.
Por cierto… ¿gustas un poco de lo
que estoy cocinando con tu brazo? ¡Vamos! No seas tímido. Sé que tiene muchos
carbohidratos, pero sé realista, eso ya no tiene por qué importarte ahora.
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