La
tentación es excesiva, y cada vez me cuesta más trabajo contener a la fiera que
día a día se alimenta de la oscuridad que he acumulado en mis pensamientos. Mis
manos arden, y mi sangre se muere por abrirse camino, hasta encontrarse con la
superficie y romper con las paredes de carne y sociedad que la contienen.
Mientras tanto, las tinieblas fluyen y me susurran imágenes de muerte, dolor y
locura.
Las palabras se han desbordado sobre el papel, he derramado
litros de sangre sobre el pavimento, pero las hojas siguen en blanco. No
importa cuánto haga, ni cuánto deje ir, la bestia se aferra a mi recuerdo y el
abismo en mi interior es cada vez más profundo. Ya no tengo control sobre mí,
la noche me parece eterna, e incluso bajo los rayos del sol el influjo de la
luna es insoportable. ¡Quiero derramar más sangre!
La serpiente se anida en el silencio, las sirenas de las
patrullas se confunden con las ambulancias que vienen por los restos que he
dejado tras de mí. Pero la muerte no se va, ella se queda y se cubre con mi
piel, arropándose con la carne que me envuelve. El olor a sangre es
nauseabundo, y al mismo tiempo exquisito. Las ganas de matar se roban mi
cordura, hasta fundirse con cada uno de mis huesos y nutrirse de mis sueños,
pesadillas y recuerdos.
La bestia aún duerme en su lecho de sombras, pero sus uñas
ya empiezan a lastimarme; me desgarran por dentro y sé que su arribo es sólo
cuestión de tiempo, lo cual es algo que ya no tengo.
Sangro y siento su latir en mi corazón y su respiración en
mis pulmones, al tiempo que la hemorragia ahoga mi percepción de la realidad y
veo fantasmas que claman por mi nombre.
La vida sigue y cada día son más los que me esperan del otro
lado. Ya sólo me separa de ellos una delgada franja, un paso, un aliento, un
latido, nada.
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