domingo, 7 de diciembre de 2014

El guiño

No entiendo porque todos nos piden que hagamos algo productivamente remunerado, pero cuando buscas ese tipo de trabajo, no los hay, o eres demasiado joven, viejo, inexperto o gastado. Por lo que no te queda más remedio que buscar “el pan” en cualquier otra cosa, como vender “tacos de canasta” en la calle, tal cual lo hago yo.
            El trabajo es tan pesado como cualquier otro, e igual de necesario, con la ventaja de que las pérdidas son mínimas, dado que en el caso de que volviera a casa con mercancía, al menos tendría garantizada la cena de esa noche. Por suerte, hasta ahora eso nunca ha ocurrido, y el principal riesgo que he vivido ha sido la autoridad, la cuál a veces me parece que preferiría que me dedicara a robar, antes que dejarme trabajar sin su permiso.
            No es una exageración, pero he visto que los policías suelen poner más empeño en ahuyentarnos y quitarnos la mercancía, que en atrapara a los verdaderos delincuentes. Como si trabajar de esta manera fuese un delito mucho más grave que el inmoral saqueo del que nuestro país ha sido víctima por décadas.
            Entiendo la prohibición de las leyes sanitarias, pero al menos yo soy muy cuidadoso con la higiene del producto que ofrezco; desde la delicada preparación del guisado (a cargo de mi mujer), la elaboración del taco, hasta el cobro y la entrega del alimento. Ninguno de mis consumidores se ha quejado de nada, e incluso ya tengo clientes frecuentes.
            Pero el problema es la policía, de la cual siempre tengo que estar al pendiente. Ya que en más de una ocasión he tenido que pedalear con fuerza, para alejarme de su alcance, antes de que me confisquen hasta la bicicleta. Este mes me he salvado como quince veces, pero por suerte hasta ahora no me han podido detener.
            El sol está derritiendo el asfalto, pero lo bueno es que ya me quedan muy pocos tacos para vender, y podré regresar a casa para preparar la venta de mañana. Me ha ido muy bien e incluso tengo un encargo grande para este fin de semana, y no puedo darme el lujo de quedar mal, ya que es de uno de mis primeros clientes, y además me ha pagado por adelantado. Sólo espero que sea el primero de muchos encargos de esta naturaleza. Al fin el esfuerzo invertido está teniendo frutos. Igual y un día dejo de ser informal y abro una “taquería”, con “todas las de la ley”, para dejar de huir de la policía.
            ¡Pero ¿qué diablos?! El mismo patrullero que me persiguió a pie la semana pasada está delante de mí, pero ahora sí trae su motocicleta. Me ha visto y se sonríe, como si ver mi rostro vencido le llenara de orgullo.
            Viene hacía mí con una lentitud angustiosa, pero esta vez no tiene caso correr. Justo cuando parecía que la vida me empezaba a sonreír, viene este “perro” a ver “qué muerde”. Y lo peor es que ahora sí traigo “carne”.
            –Mira nada más ¿a quién tenemos aquí? Parece que el “Coyote” ha atrapado al “Correcaminos” ¿no te parece? –me dice con una sonrisa cínica y quitándose los anteojos, ante mi silencio.
            –Así parece jefe. Tal vez sea verdad eso de que “a todo pavo le llega su Navidad”, ¿no?
            –Interesante punto de vista. Ahora dime, ¿qué tal ha estado el negocio?
            –Más o menos, como siempre. Aún me quedan unos cuantos tacos de papa con chorizo y frijol con queso.
            –Entonces no te ha ido nada mal. Bueno, como bien dijiste: “a todo pavo le llega su Navidad”, por lo que espero que tengas lo suficiente para cumplir con la ley.
            –Y ¿cómo cuánto va ha ser?
            –No sé, dímelo tú. Por el momento dame diez “taquitos” de papa con chorizo, ya si me quedo con hambre, pues vemos si me como el resto. ¿Los das a $3.00 pesos, no? Mira te doy $50.00, por lo que pueda ofrecerse –me dice ante mi asombro, al tiempo que pone el dinero en la cesta.
–Huelen riquísimos. Desde la semana pasada quería probarlos, pero te fuiste tan rápido que me dejaste con el antojo. Por lo que tan pronto te vi, me dije “ahora sí que no se me escapa este canijo”, y por lo que veo, valió la pena esperar. Hasta huelen como los que hacía mi mamá cuando era chico, ¿sabes?, ella también los vendía en la calle para ganarse la vida. ¡Qué hermosos recuerdos me has traído! –agrega, mientras le inca el diente a uno de los tacos.
–Y para colmo saben mejor de lo que huelen. Ni hablar “campeón”, te has ganado un cliente –señala con la boca llena.

            Bueno, parece que la vida esta vez no sólo me ha sonreído, sino que además me ha guiñado un ojo.          

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