domingo, 7 de diciembre de 2014

Detalles

Ella tiene los ojos claros, las cejas delgadas, el cabello rubio y la piel blanca; atributos que no sólo heredó de mí, sino de su padre; el hombre que hace sólo seis años abusara de mi amor y confianza, y me dejara mancillada, perdida y con su semilla en mi vientre.
            Cada vez que la observo, un cúmulo de sentimientos y memorias se apoderan de mi cabeza. Ella es mi hija y así será hasta el último día de mi vida, pero a veces me resulta imposible dejar de cuestionarme algunas cosas.
Sé que me podré arrepentir de mil decisiones tomadas u omitidas, pero jamás de ella, ni de haberla concebido, ni de ser su madre. Mas debo admitir que cada vez que la observo y me detengo a pensar en esos detalles que me evocan al “hombre” que abusara de mi confianza y amor, me desconozco; la piel se me eriza y debo tomar una bocanada de aire que evite que pierda la cordura.
            Sé que ella no tiene la culpa de nada y por eso la cuido como el tesoro más preciado que poseo. Mi niña es un ángel que ha iluminado mi vida con la melodía de su voz, sus manitas curiosas, sus gestos infantiles, sus besos y abrazos, por no hablar de su sonrisa y mirada. ¡Esa mirada! Idéntica a la de mi madre; tan llena de vida, serenidad y decisión.

Aún recuerdo hasta el más ínfimo detalle de aquella tarde en la que, después de haberle confesado a mi madre el ultraje del cual había sido víctima, ella regresó a mi habitación con un cuchillo ensangrentado y me dijo: “Hijita, no te preocupes por nada; tu padre jamás volverá a molestarte…”

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