domingo, 7 de diciembre de 2014

Bajo la lluvia

Las gotas caen; una a una, como un latido, y el cielo parece llorar conmigo; lavando mi dolor, refrescando la memoria, opacando la vista, agudizando mis oídos y silenciando a mi reloj. Mientras la ciudad me regala el perfume de la tierra mojada, entremezclada con el hedor a cemento y asfalto, al tiempo que el pasto me devuelve ese olor a vida que se desborda.
            Ya no brinco sobre los charcos como cuando era un niño, pero sigo mojando mi calzado a la menor provocación. Mas no demasiado, ya no tengo edad para eso, y tampoco tiempo. Tal vez sólo me deje llevar un poco, por lo que aprovecho las primeras gotas, antes de que el turbio aceite de los autos, sus llantas y el humo las corrompa a ellas también.
            Por un instante soy un árbol, las bancas del parque, los faroles apagados, los columpios vacíos, el viejo tablero de baloncesto, y hasta aquel perro callejero que parece tener más prisa que yo.
            El agua está helada, como el frío beso de la muerte, pero no me molesta, todo lo contrario; refresca mis sentidos, vuelvo a estar vivo y vulnerable, me regresa a la realidad, me desdobla y se convierte en mi espejo; me desnuda, me rodea con su humedad… por un segundo…, un minuto…, no sé…, horas. No encuentro placer en medir el tiempo…, hoy no…, tal vez luego.

Por el momento sólo me dejo llevar por el viento; vuelo entre las palabras, chapoteo entre las hojas de mi cuaderno y por un latido me pierdo en ese abismal silencio, al menos el tiempo suficiente para cerrar los ojos, abrazar a la ausencia y seguir adelante. 

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