Por
fin, después de tanto esperar, estoy de vuelta en mis dominios. Todo,
absolutamente todo; desde el lugar donde planto mis extremidades, hasta donde
alcanza mi vista es mío, y sólo mío, salvo lo que no tengo permiso de tocar,
pero aún así lo toco. Tal parece que mis guardianes creen que hasta un
emperador debe tener sus límites. ¡Pobres tontos!
El sol ha salido a recibirme, como
es su costumbre, y yo le enseño la barriga, para que la caliente un poco. Muy
bien, ahora la espalda. Bueno, ya es suficiente, luego regresaré a restregarme
en la tierra, pero ahora debo seguir mi recorrido. Tengo que vigilar que todo
esté tal cual lo dejé ayer.
Allá está el viejo árbol, parece que
me hace señas, pero yo le ignoro, sé lo mucho que le gusta que le dé masaje con
mis uñas, pero hoy no, salí tarde y no tengo mucho tiempo.
¡No insistas!
¡Bueno! Pero sólo un poco. Tengo el corazón muy blando, tal
vez ése sea mi único defecto.
¡Ya! No sigas, ¿qué no ves que voy en camino?
Bonitas flores, ¿cómo? ¿Quieres que juegue con ellas? Bueno,
pero sólo un rato, porque en realidad sólo vine a masajearte.
¡Aaaaah! ¡Qué bien se siente eso! No se compara con el
sillón de la casa, pero no está nada mal.
Bueno, una vez terminada la tarea me despido pasando mi
cabeza por su corteza. Es importante hacer eso, sólo así él sabe que me
pertenece, así como todos los demás árboles de la región, por no hablar de los
muros, postes, alcantarillas, rejas y hasta uno que otro perro.
Los que me ven, me saludan y
extienden su mano, parece que arden en deseos de que les deje mi marca, pero no
lo haré. Soy muy exigente a la hora de decidir a quién le dejo mi huella;
algunos tienen las manos muy pesadas, otros huelen mal, y no todos merecen
llevar en su palma el aroma de un “Emperador”.
Sin duda me adoran en el barrio. Aunque no todos, por ahí
vive un gruñón, que tan pronto me ve aparecer, empieza a ladrar como
desquiciado. ¡Pobre! Mas no le culpo, si yo tuviera una vida como la suya,
quizás también le ladraría a todo lo que se mueve. Pero una cosa es que lo
entienda, y otra muy distinta es que evite pasar por enfrente de su reja, sólo
para molestarlo. No puedo remediarlo, hacerlo enojar es parte de mi naturaleza,
es lo que se espera de mí, después de todo, soy un ser superior.
Mmm… Ahí está la mujer que me deja
comida. Pobrecilla, no sé qué sería de su vida si yo no aceptara sus humildes
ofrendas. Sé que eso me ha ocasionado que acumule unos “kilitos” de más, pero
qué se le va a hacer, ni modo que le diga que no. Además, parece que hoy toca
guisado de res. Huele y se ve delicioso, al grado que no puedo evitar remojar
mis bigotes. Esto sí es comida, y no como esas croquetas de atún que me dan en
casa. Es una lástima que mi veterinario no opine lo mismo, pero bueno, ¿qué va
a saber él de lo que es bueno para un gatito como yo?
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