Ya
casi son las diez de la noche, y el ritmo de la ciudad sigue su incansable
marcha. Yo regreso del trabajo, cansado de mente y cuerpo, pero sobre todo,
fastidiado de toda esta multitud que me rodea, casi tanto como seguramente
ellos han de estar hartos del resto, incluyéndome.
No hago más que reparar tuberías
todo el día, arreglar piezas, remplazar otras, en fin, a veces creo que he
pasado más tiempo en el fregadero de los demás que en el mío propio. Pero
bueno, me gano la vida y en estos días eso es algo que no se puede hacer de
menos.
Hace sólo una hora esta estación parecía un hormiguero, pero
por suerte ya muchos se han ido y yo espero, sin demasiada prisa, que llegue el
próximo convoy. En el andén sólo estamos un puñado, que vemos de reojo a los demás,
sin detenernos demasiado tiempo en nadie en particular. Todo es tan igual que
no me extrañaría el estar compartiendo mi espacio con los mismos actores de
siempre.
No parece haber nada digno de ser observado, pero las
apariencias engañan, porque a sólo un par de metros de mi posición, hay dos
amantes que parecen más interesados en devorarse mutuamente que en esperar la
llegada del vagón. Ella lo aparta, pero muy tímidamente, como si el pudor no
pudiese contener el deseo, mientras él no oculta su apetito voraz. Pareciera
que nadie los ve, pero dudo que alguien pierda detalle, como si ese instante y
escenario fuesen puestos sólo para ellos.
Tal espectáculo mezcla el morbo, el deseo y la añoranza,
casi como si fuese ayer o hace cientos de años, cuando yo hacía lo propio con
la que ahora es mi esposa, antes de que las facturas por pagar, la tensión del
trabajo y los niños nos quitaran el sueño, haciendo de nuestra vida conyugal un
mero recuerdo perdido, que por un segundo parece asomarse, al menos en mi cabeza.
Tal vez el idilio de estos dos sea inspirador, si no fuera
por mi dolor de espalda y las jaquecas de ella, por no hablar de los niños.
Suspiro casi sin darme cuenta y sigo mirando, mientras de pasada veo al resto,
que al igual que yo, no parecen tener ganas de que llegue el próximo tren.
Entonces un teléfono suena, el de ella, por lo que aparta
bruscamente a su amante, y responde:
–Amor, ¿cómo estás?… Sí, ya mero salgo. La reunión se
prolongó más de lo esperado, pero sólo junto mis cosas y me voy. ¿Ya se
durmieron los niños? Ah, me parece perfecto, ¿e hicieron su tarea? Ah, muy
bien. Sí, sí claro, yo también te amo. Nos vemos por allá –dijo, colgó con
premura y volvió a los brazos del otro, con cierta malicia en su sonrisa.
Bueno, como suponía, “las apariencias engañan”.
Aún así, la verdad no es muy tarde, no me molesta tanto la
espalda y mañana no tengo que trabajar, sólo espero que a mi esposa no le duela
la cabeza. Si no hacemos mucho ruido, igual y los niños ni se enteran. Un ramo
de flores ayudaría. No recuerdo cuándo fue la última vez que le regalé algo.
Tal vez aún estoy a tiempo de reparar eso. No vaya a ser que mi mujer también
se busque un repuesto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario