Recuerdo
que fue un viernes por la mañana, un poco antes de amanecer, y como casi
siempre, la acera era prácticamente mía, y sólo la compartía con la penumbra
que escapaba de los faroles. Iba camino a esperar el colectivo, cuando
repentinamente sonó mi teléfono. Eso no era poco habitual, pero en ese momento
sentí que algo no estaba bien. El detector de llamadas no pudo reconocer la
procedencia de la misma, por lo que respondí con cautela.
–Ni se te ocurra subirte al trolebús
–me dijo una voz masculina, algo familiar.
–Disculpe ¿quién habla?
–Si te lo digo no me lo vas a creer –replicó.
–Lo siento, pero no tengo tiempo para este tipo de bromas.
–No es una broma, pero no te culpo, yo tampoco me creí la
primera vez que me llamé para pedirme que no subiera a ese trolebús –respondió.
– ¿Quién habla?
–Yo soy tú, pero en otro tiempo.
–Disculpe, pero voy a colgar –advertí.
–Fíjate en la mujer que pasará a tu lado, se le caerá su
sombrilla, tú se la recogerás y ella te dirá que caballeros como tú ya no hay
en esta ciudad.
–Buena broma, pero no hay nadie a mi lado, por lo que pienso
que debe dejar de beber tan temprano, o moleste a alguien más –dije y colgué
enfadado.
En ese momento pasó una mujer, a la que se le cayó su
sombrilla. Inconscientemente me agaché a recogerla, y en ese momento relacioné
la llamada, sobre todo cuando ella me dijo: “Gracias, es muy amable, justo
cuando pensé que ya no había caballeros como usted en esta ciudad”.
Me quedé helado, y justo en ese momento llegó el trolebús.
Al cual no abordé. Sabía que tendría que esperar más de veinte minutos antes de
que llegara el siguiente, pero no me arriesgué, aunque en el fondo sintiera que
todo esto era una locura.
Mientras observaba cómo se alejaba mi transporte y suspiraba
resignado, vi que un árbol se colapsaba encima de la unidad, justo en el área
donde acostumbro sentarme.
Yo estaba conmocionado, no sabía si socorrer a los posibles
lesionados o salir corriendo, cuando volvió a sonar mi teléfono. Respondí
rápidamente y del otro lado de la línea me habló la misma voz.
–Parece que al final sí me hiciste caso –me dijo.
– ¿Qué es todo esto? ¿Cómo es que pudo saber que algo así
ocurriría?
–Ya te lo dije. Yo soy tú, pero yo no escuché la advertencia
y ahora estoy en el hospital, con las piernas rotas.
–Pero eso es imposible –le advertí, pero ya no obtuve
respuesta, y la pantalla del teléfono estaba como si no hubiese recibido
llamada alguna.
Sabía que eso no tenía sentido, y más que agradecido por la
advertencia me sentí temeroso, confundido y hasta paranoico. Para entonces ya
habían llegado las ambulancias y al parecer no había víctimas qué lamentar.
Respiré profundamente y traté de aclarar mis ideas. Por lo
que opté por tomar un taxi para ir al trabajo.
Llegué con varios minutos de adelanto, entre al edificio
donde se localiza mi oficina, y delante del ascensor volvió a sonar mi
teléfono.
–Hagas lo que hagas, no entres a ese ascensor –me dijo la
misma voz que me advirtió lo del trolebús.
Yo no dije nada, sólo me hice a un lado y dejé que otras
personas lo abordaran.
– ¿No sube? –me preguntó uno de los que ya estaban dentro.
–No, creo que olvidé algo en el coche –respondí y las
puertas se cerraron.
No sabía qué esperar, ni si debía de haberles advertido del
peligro latente, pero es que en realidad ignoraba cómo explicarles. Sólo
esperaba que esta vez tampoco hubiera lastimados. Pero de repente hubo un
apagón, escuché un par de detonaciones, seguidas de gritos de angustia, y vi a
los guardias del edificio subir a toda velocidad por las escaleras de
emergencia. Entonces volvió a sonar mi teléfono.
– ¿Cómo estás? –preguntó la misma voz.
–Supongo que bien, pero ¿qué es lo que está pasando?
–pregunté desesperado.
–Uno de los que abordaron el ascensor estaba armado, y al
verse atrapado en un elevador sin luz, entró en crisis nerviosa y disparó
contra todos. Yo ahora estoy en cama, con una bala alojada en el muslo y una
herida que destrozó mi mano derecha. No sabes lo difícil que fue responderte.
–Pero ¿cómo es que me puedes hablar desde el futuro? ¿Qué
pasó con tus piernas rotas?
–En sentido estricto, eres tú quien te está hablando desde
otro tiempo. Pero te entiendo, recuerdo lo incrédulo que estaba cuando hoy en
la mañana recibí la llamada, en la que alguien que decía ser yo, me pedía que
no abordara el trolebús, por eso, tan pronto sucedió esto, no dudé en responder
de la misma manera.
– ¿Cómo que “responder”? Pero si eres tú quien ha estado
hablando.
–Sí, yo también pensé eso, pero no es así, al parecer
ninguno es emisor de la llamada, pero al tiempo de responder recordamos la que
en su momento recibimos, o al menos eso me pasó a mí –dijo y se cortó la línea.
Yo no sabía cómo asimilar esa información. Nada parecía tener
sentido y la sola idea hacía que me doliera la cabeza.
Salí lo más rápido que pude del edificio, pero antes de
cruzar la acera, volvió a sonar mi teléfono. De nueva cuenta era esa voz, que
me decía que no cruzara la calle. Me detuve y volvió a sonar, pero ahora me
advertía que no me podía quedar parado en ese lugar. Seguí caminando, iba a
entrar al subterráneo, cuando me volvieron a llamar, diciéndome que no entrara
a la estación.
Me estaba volviendo loco, todo era una pesadilla, cerré por
un segundo los ojos, y eso fue suficiente para que un conductor borracho me
arrollara con su automóvil y me quebrara la espina dorsal.
No quiero describirte el dolor que siento, pese a los
calmantes que apenas me dejan estar consciente. Pero por suerte hoy volvió a
sonar mi teléfono, lo respondí dificultosamente, pero lo logré, miré la fecha y
vi que era justo del día anterior a que empezara esta locura, y decidí
advertirte. ¡No salgas mañana! ¡Por lo
que más quieras, no salgas!
*
* * * *
–Oye, me tomé la libertad de
responder tu teléfono mientras archivabas lo que hicimos hoy –me dice un
compañero del trabajo.
–Pues qué raro, porque en la
pantalla no aparece que hubieran llamado. Por cierto ¿quién fue?
–La señal no era muy buena, además,
parecía decir puras incongruencias, pero no te preocupes, tal vez fue un
borracho que dio contigo por azar, un loco o un número equivocado. A propósito,
no se te olvide venir mañana temprano, recuerda que el jefe quiere que tengamos
listo todo para el medio día.
– ¡Es cierto! Y yo que mañana no
quería venir, pero bueno. ¡Hasta mañana!