domingo, 20 de noviembre de 2011

Salvo los domingos

Todos los días, salvo los domingos, de nueve a once de la mañana, don Rogelio viene a la Iglesia del Rosario a contemplar la belleza de su amada. Desde hace más de siete años se sienta en la misma banca y en silencio la observa. Dice que su tierna mirada y delicados rasgos le recuerdan a su difunta esposa, quien fuera el amor de su vida. Él la observa atentamente mientras ella se deja ver paciente, amorosa y en silencio.

Nadie se pregunta por qué don Rogelio viene todos los días. Tal vez lo vean como un anciano más, aferrándose a lo que le queda de fe, o incrementándola en espera de su “examen final”, o quizás ni siquiera lo han notado. Se ha vuelto parte del entorno y llama tan poco la atención como una paloma en el atrio, una vela a los pies del Cristo, o un confesionario vacío.

Ya se le dificulta caminar y se auxilia de un bastón que ha encallecido sus manos. Pero siempre es puntual a su cita con ella. Por tres horas permanece sin decir una sola palabra. Sólo inclina un poco la cabeza para decir hola, o adiós, mientras ella permanece inmóvil y en silencio. ¿Qué más se podría esperar de la imagen de la Virgen?    

En ese lugar hace más de sesenta años, don Rogelio conoció a Elena, se enamoraron y tiempo después contrajeron nupcias. Tuvieron dos hijos, igual número de gatos, una casa y un pequeño sedán. Hace mucho tiempo de eso, pero él no borra nada de su memoria. ¿Cómo podría sin perderse en el proceso? Sus hijos se casaron y formaron sus propias familias. Los gatos también se fueron, pero a dormir para siempre en el jardín. Sólo conserva la casa llena de recuerdos y fantasmas, y el auto (aunque éste ya no arranque sin un buen empujón). 

Durante todos estos años la Virgen ha testificado su vida, encuentro, unión y despedida. Aunque él insista en que su querida Elena sigue con vida en la amorosa mirada de la madre de Dios. Eso podría parecer un sacrilegio para algunos, pero él piensa que entre tanta podredumbre que hay en el mundo, lo menos que podría ofender a la Virgen es que se le comparara con alguien a quien se ha amado tanto, y por toda una vida.

De lunes a sábado don Rogelio va de nueve a once a la Iglesia del Rosario a contemplar a la Virgen. El resto del tiempo se lo pasa con sus hijos, nietos, bisnietos y demás corazones que se han integrado a la familia. Pero los domingos son especiales. Desde muy temprano se va al cementerio, al lugar donde reposan los restos de su esposa, y algún día descansarán los suyos. Se pasa el día limpiando, puliendo, enflorando la lápida y conversando con su eterna compañera.

Mientras tanto en el templo, se congregarán los fieles, el sacerdote dará su sermón, el Cristo será venerado por docenas y la Virgen… bueno, en lo que respecta a don Rogelio, ella tampoco asistirá a la Iglesia ese día.

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