miércoles, 30 de noviembre de 2011

Se lo merecía

¿Por qué lo hice? Muy fácil, lo maté porque se lo merecía…

Yo no estaba molesto, no, de hecho me sentía tan bien ese día, que decidí salir a caminar un rato al parque y comer mi emparedado de queso bajo la sombra de un árbol, o en aquella vieja banca donde conociera a mi esposa, hace ya tanto tiempo. Ella se veía tan linda aquella tarde de verano, con esa blusa y falda azul cielo, y aquel peinado alto que hacía lucir su cuello tan elegante y espigado…

¿Qué, quiere que me limite a los hechos? ¡Bueno! Lo intentaré. ¿Sabe? A mí no se me da mucho lo concreto, siempre divago más de la cuenta, y termino hablando de cosas que no tenía por qué haber mencionado.

Les decía, yo estaba en el parque. Los pájaros trinaban absortos y posados sobre las ramas, se les veía tan alegres ahí todos reuniditos. Yo creo que eran más de cien, aunque nunca he sido muy bueno calculando aves…

¿Qué tiene que ver eso? Es fundamental, si no hubiera pájaros en los árboles, yo habría comido mi emparedado bajo la sombra de alguno de ellos y aquel hombre seguiría con vida.

Prosigo. Era peligroso comer a los pies de cualquiera de esos árboles, sobre todo ese día que llevaba puesto un saco de pana. Por sus miradas me doy cuenta de que les resulta irrelevante la manera en que iba vestido, por lo que omitiré seguir dando algún tipo de dato al respecto.

Entonces me vi obligado a buscar alguna banca vacía para degustar mi emparedado. No tenía mucho tiempo, a lo más media hora, y a mí me gusta disfrutar cada minuto que tengo para comer. Quizás por eso es que me conservo en forma, además de que disfruto mucho dar largas y placenteras caminatas. Es tan apacible deambular cuando los demás duermen y todo está en silencio, es casi como si las calles sólo fueran para uno, y hasta es posible apreciar la belleza de la ciudad…

Pero veo que otra vez tienen esa mirada. ¡Bueno! Trataré de ser breve.

Para no cansarlos con detalles que bien pueden pensar que no vienen al caso, pero que harían mucho más rica y entretenida mi ponencia, les diré que encontré una banca vacía, no era en la que conociera a mi esposa hace más de cuarenta años, pero se le parecía mucho. Aunque pensándolo bien.., no, de hecho no se le parecía en nada, pues entonces eran unas verdaderas bellezas, no como las de ahora.

¡Ya! ¡Ya voy! ¡No me apresuren que pierdo el hilo y tengo que empezar otra vez!

Me senté, saqué mi emparedado de su bolsa de estraza y me dispuse a desenvolverlo, pues debo aclararles que a mi esposa le gusta cubrir mi almuerzo con más de dos capas de servilletas, dice que así se conserva más la frescura de los alimentos. Pero no diré más al respecto, pues ella me mataría si supiera que ando divulgando sus secretos con desconocidos.

Bueno, ¿en qué estaba…?

¡Ah… claro! Desenvolví mi emparedado, aunque a muchos les gusta llamarlo sándwich, no sé por qué motivo, pero no me detendré en eso ahora.

En ese momento un hombre de unos treinta años o quizás un poco más, se sentó en la banca que se encontraba justo en frente de mí. Yo lo saludé, como es natural, siempre he sido una persona muy educada, pero él apenas alzó la cabeza un poco, no sé si para regresarme el saludo o sólo para saber quién le había hablado. No dijo nada, sólo soltó una especie de gemido, así como “mghu”.

¿Qué dice? ¿Que si lo maté por eso? Claro que no, eso hubiera sido absurdo. Si yo hiciera eso con todos aquellos que no me han devuelto el saludo, creo que ya no seríamos tantos en esta ciudad. ¿No le parece?

Pero les decía. Empecé a degustar mi emparedado de queso blanco, pues cuido mis niveles de colesterol. Estoy bien, pero uno nunca sabe y no está de más cuidarse un poco, sobre todo a mi edad, aunque en mi familia siempre hemos sido muy longevos.

¡Pero déjenme de ver de esa manera! ¡Por Dios, que me distraen!

En ese instante noté que aquel joven sacó un libro hermosísimo de una pequeña maleta. No sé si ya les había contado que soy encuadernador de libros, de hecho podría decirles que estoy más familiarizado con el olor a papel, tinta, piel y pegamento, que al perfume de mi esposa, y eso que la adoro y que para mí no hay, y nunca ha habido otra mujer como ella.

Les decía, tengo tantos años en el negocio, que sé distinguir a un libro valioso tan pronto lo veo. Y ese ejemplar era único; tenía un forro de piel, de una finura que ni en sueños me hubiera podido imaginar, las letras del lomo estaban grabadas y tenían un toque dorado, que incluso me obligaron a dejar de masticar por un par de segundos, y eso que a mí el emparedado de queso me encanta, pero no sé si ya se los había dicho antes.

¿Qué…? ¡No! ¡Claro que no lo maté para quitarle el libro! ¡Yo soy un hombre honesto y trabajador! ¡Desde muy joven aprendí a ganarme el pan con mi esfuerzo y eso no ha variado con el transcurrir de los años!

¡Está bien! Acepto su disculpa. Prosigo entonces.

Aquel joven estaba leyendo, cuando ese “mghu” que originalmente pensé que era un saludo, se volvió más grave y repetido. Aquel muchacho estaba enfermo, por lo que me presté a sacar mi pañuelo para auxiliarlo, pero él se negó tajantemente.

¡No! ¡Por Dios! ¡No lo maté por negarse a aceptar mi ayuda! ¿Me van a dejar concluir con mi relato de una buena vez?

El joven rehusó mi asistencia, por lo que guardé mi pañuelo y estaba volviendo a mi banca, cuando noté que el muchacho tomó una de las hojas de aquel libro y la arrancó. Pero no sólo eso, pues después la usó como servilleta y se sonó la nariz en varias ocasiones. ¡Eso era horrible! Después cogió otra hoja, la arrancó, la estrujó y empleo como envoltorio de la primera y las depositó en la basura. Eso era más de lo que pudiera permitir.

¿Ya ven, Señor Juez y señores del jurado, como yo tenía razón? Lo maté porque se lo merecía.

   

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