domingo, 20 de noviembre de 2011

Hambre

Todo ha cambiado para mí. No recuerdo con claridad cómo es que eran las cosas antes, pero el sentido común, o lo poco que de él me queda, me dice que esto no es normal. No sé cómo vine a parar aquí, y en un principio ni siquiera tenía idea de qué era este lugar. Sólo desperté rodeado de oscuridad, humedad y pestilencia. Estaba confundido, sobresaltado y con hambre. No podía ver nada y ese desagradable aroma se había vuelto insoportable. Entonces no sabía qué se estaba pudriendo por ahí, hasta que caí en la cuenta de que lo que apestaba era yo.

Como pude, traté de enderezarme, pero después de darme un tremendo golpe en la cabeza, perdí nuevamente el sentido. No recuerdo si soñé algo o sólo me dejé llevar por la nada, pero no permanecí inconsciente por mucho tiempo, porque aún me dolía el golpe cuando un pequeño hilo de luz impactó contra mi pupila, obligándome a despertar.

Un poco más repuesto y con mayor control sobre mis extremidades, quité de encima todo aquello que cubría mi cuerpo y me puse de pie. Seguía sin ver con claridad; sólo distinguía bultos y sombras. Mis ojos no funcionaban bien, pero sí el olfato porque ese repugnante olor no me dejaba tranquilo.

El cuerpo me dolía y tenía el estómago revuelto. Pensaba que si salía de ésta no volvería a repetir la experiencia, si es que llegaba a recordar “qué diablos” había hecho para terminar así. Traía puesto un traje sucio y maloliente, con una corbata desaliñada y los bolsillos vacíos. No cargaba con alguna identificación, ni podía recordar mi nombre, edad o estado civil. Tenía presente una serie de conceptos e imágenes de lo que era mi vida, pero se me presentaban como secuencias desordenadas, que confundían aún más mi ya extraviada memoria.

Por un segundo pensé que era el único ser vivo en este planeta, excluyendo a las ratas e insectos que no dejaban de acecharme entre las sombras y rincones. Pero por desgracia estaba equivocado. No es que no apreciara la compañía, o ver un rostro que no estuviera cubierto de pelos o se arrastrara. Simplemente no estaba preparado para ver que yo sólo era uno más, entre cientos de cadáveres que habíamos despertado. Algunos muy bien conservados, otros cayéndose a pedazos, pero todos tan sorprendidos y hambrientos como yo.

Ignoro qué pasó, o por qué deambulamos por las calles como gallinas ciegas en búsqueda de comida, para satisfacer un estómago que duele, gruñe, no tiene paciencia y para el que cualquier cosa parece ser un buen alimento; desde esas ratas que ahora nos huyen, hasta esos trozos de carne que aún cuelgan de nuestros huesos.

Si no fuera por esta pestilencia, creo que terminaría devorándome por completo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario