viernes, 18 de noviembre de 2011

Héroe

-I-

Hasta hace unos días yo era un extranjero más en la nación más poderosa del mundo. Mi estatus era incierto, así como mis papeles migratorios. Trabajaba dando clases de filosofía en la única escuela que no me exigió un permiso para hacerlo, ni prestó atención a que mi visa de estudiante estuviera vencida. Para mi buena suerte sólo le importó que hablara el idioma y supiera impartir la materia.

            La vida era rutinaria, aunque el temor de ser deportado nunca se iba del todo. Aprender sus modales y costumbres me ayudó a pasar desapercibido entre la población multiétnica que deambula por doquier. Ninguna comunidad me tomaba como suyo, sólo era un individuo más, perdido en la muchedumbre. Podía ser de cualquier lado, los rasgos indefinidos, que tantos problemas me habían ocasionado en mi tierra, aquí eran mi mejor tarjeta de presentación. Era como si no perteneciera a ninguna parte, ni tuviera más patria y bandera que mi piel y sangre. Pero hoy es diferente.

Ayer uno de los estudiantes trajo una pistola al colegio. Quizás nunca sepamos cómo la obtuvo, aquí es tan fácil tener una que la pregunta suele ser irrelevante. Se subió a la parte más alta del edificio principal y se puso a disparar contra todo lo que se moviera hasta que ya no le quedaron balas.

Él era un estudiante reservado y poco participativo en clase. No sé si tenía algún amigo o era parte de algún grupo escolar. Venía de una familia disfuncional, pero esa era una constante que compartía con la mayoría. Su padre y madre estaban separados y él vivía con su tía, quien es una de las mujeres más emprendedoras de la comunidad. Ella siempre estaba juntando cobijas, alimentos y otras cosas para los más necesitados, un verdadero ejemplo para todos.

Parecía una familia de ideas claras y estables, pero el muchacho guardaba bajo una máscara de apatía y aburrimiento, una inquietud demasiado radical y subversiva, que un mal día dejó escapar, y edificó un evento suicida que no sólo puso en peligro el sistema imperante, sino también la vida de sus demás compañeros y profesores. Un suceso del que yo resultaría beneficiado sin siquiera proponérmelo.
-II-

Yo jamás me he considerado valiente o temerario, aunque ahora me llamen “héroe”. Pero nunca he estado de acuerdo con que gente inocente pague por las decisiones o errores de unos cuantos, dentro o fuera del poder. Por eso dejé mi país y su gobierno autoritario, aunque dejara también a mi familia. Al hacerlo me convertí en un paria entre mi gente y tuve que aceptar la discriminación que implica ser un extranjero solitario, sin patria, ni recursos.

Después de terminar mis estudios, pude haber vuelto a casa y buscar cambiar las cosas desde adentro, pero mi tierra ya no es lo que era. Al gobernante no lo pone mi pueblo, sino un poder extranjero que cambia de marioneta a placer, y de acuerdo a sus inestables intereses económicos. Regresar allá significaba vivir como siervo, mudo y ciego, o conocer la muerte, quizás por mi propia mano. En su momento no lo pensé demasiado y preferí forjar mi destino en otra parte, así fuera en las propias barbas del opresor de mi gente.

-III-

Suelo mantenerme al margen. No es bueno que la pulga le haga saber al perro de su presencia en su lomo. Pero ese día no podía quedarme con los brazos cruzados y actué.

A hurtadillas me fui acercando cada vez más al edificio donde estaba aquel muchacho y su mortal juguete. Entre disparos al aire y una puntería que nadie envidiaría, me pude colar hasta la entrada del inmueble, sin más protección que la fe, ni más arma que mi palabra.

Con cuidado y pleno control de mis pasos, subí las escaleras hasta llegar a mi objetivo. No debía hacer ruido. Sabía que el muchacho podría estar un poco sordo y aturdido por los constantes disparos, pero estaba consciente de que su adrenalina lo tendría alerta y sensible a cualquier anomalía.

No sabía qué iba hacer una vez que alcanzara mi objetivo, pero era obvio que si había llegado tan lejos tendría que hacer algo. Entonces me armé de valor y me le acerqué muy despacio y con las manos sobre mi cabeza. Él no pareció notar mi presencia hasta que le hablé.

Le pedí que se detuviera. Le hice saber que yo tampoco estaba de acuerdo con la manera en que se estaban dando las cosas, pero era preciso distinguir a los verdaderos responsables. Ante el cañón tambaleante de su arma apuntándome, le pedí que recapacitara y se diera cuenta de que sus enemigos no eran los estudiantes, ni yo o el resto del personal académico y de intendencia.

–Ellos son como tú o yo. Muchos de tus compañeros han de pensar del mismo modo que tú lo haces, incluso algunos profesores. Yo no soy de este país, lo sabes. En mi tierra hemos sido saqueados, tanto por el gobierno local como por esta nación que me ha brindado educación, albergue y trabajo. El planeta entero ha sido su mina de oro, campo de batalla y basurero, pero yo no odio a los ciudadanos de este país. Sus bombas derrumbaron la casa donde nací y vivían mis padres. Sus soldados masacraron a mi pueblo y familia, y no quedó nadie más que yo, que estaba estudiando aquí por una beca que aún no sé si agradecer o maldecir –dije, pero él seguía con el dedo en el gatillo.

–¿Sabes lo que se siente enterarte por la televisión de que el lugar donde abriste los ojos, creciste, oraste y conociste el amor por primera vez, no es más que un montón de escombros enrojecidos con la piel, carne y sangre de los tuyos? ¿Sabes qué significa perderlo todo y amanecer todos los días bajo un sol extranjero, que quizás caliente e ilumine lo mismo, pero que no se siente igual? A pesar de eso, no odio a tus compañeros, aunque a veces hagan como si no existiera. Tampoco a tus profesores, aunque alguno que otro quizás me odie por no ser como ellos. Ni siquiera te odio a ti, aunque no dejas de apuntarme con esa arma –dije y él disparó.

Quizás aquel joven era tan sordo como el gobierno contra el que protestaba, o tal vez me oyó pero le dio lo mismo. El caso es que como ya me lo había demostrado, su puntería no era muy buena y la bala sólo me rozó la hombrera del saco. Entonces, quizás por instinto, me abalancé sobre el muchacho y lo pude dominar, aunque alcanzó a disparara al aire en más de dos ocasiones.

Todo estaba bajo control, el muchacho estaba desarmado y no había asesinado a nadie. Ese día no tendría por qué haber terminado con un sólo muerto, pero lo hizo. Pues delante de mis ojos, la cabeza del muchacho explotó como una fruta madura que se cae del árbol, víctima del disparo fulminante de un francotirador del gobierno.

Después de eso todo se volvió confuso y entré en pánico. Me sentía manchado de sangre, tanto física como moral e intelectualmente. No podía dejar de pensar que yo había matado al muchacho. Era cómplice del gobierno, un traidor de mi propia ideología, pero todos me llamaban “héroe”.

-IV-

Desde entonces me rinden honores y alabanzas. Hasta la profesora que jamás me quiso dirigir la palabra, ahora presume ser mi amiga más cercana, o algo más. Todos, salvo la tía de aquel joven, me vitorean y respaldan incondicionalmente. El director del plantel ha extendido mi contrato indefinidamente y me ha ofrecido la asesoría de los mejores abogados de la escuela, para agilizar mi trámite de naturalización. El gobernador me ha organizado un desfile, y ha propuesto a la comunidad que la escuela lleve mi nombre y apellido.

Hasta la mañana de ayer yo no era más que un rostro perdido en la multitud. Hoy estoy en todos los periódicos y noticiarios a nivel nacional, y quizás hasta más allá del continente que me vio nacer. Incluso me van a dar un homenaje en el senado con el presidente de testigo.

-V-

Todo está listo, hoy habrá de ser el gran día. Desde ayer me instalaron en un lujoso hotel de la capital con guardias armados custodiando mi cuarto. También me han alquilado un traje muy elegante y costoso. La seguridad es extrema. No dejan que nadie se me acerque y sólo me han permitido traer mi pequeña maleta de profesor. Temen que alguien pueda atentar en mi contra.

No sólo ellos han tomado sus prevenciones, también yo. Abro mi maletín y reviso que tanto el explosivo plástico, como el detonador se encuentren en perfecto estado. Traigo suficiente carga para hacer volar el hotel completo, pero ese no es mi objetivo. Este momento lo he esperado por años, y por fin tendré a mi alcance a los responsables de la muerte y destrucción de mi pueblo. Hoy habrá de ser el día de mi venganza. Pensé que nunca llegaría o me tomaría más tiempo, pero las acciones de aquel muchacho aceleraron todo.

Ayer era nadie como tantos otros. Hoy soy un héroe para muchos en este país, un traidor para mi gente e ignoro lo que piense de mí el resto del mundo, quizás nada. Tal vez para ellos siga siendo lo que ayer, pero mañana… todo habrá de ser muy distinto.


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