viernes, 18 de noviembre de 2011

El banquete

-I-

Los dioses se han ido de las montañas, valles, laderas, mares y desiertos. Se llevaron su canto, belleza y gloria, pero nos dejaron el miedo a la noche, al fuego y a sus bestias. Desde que los templos se quedaron vacíos, las estatuas borraron sus rostros, las piedras olvidaron su nombre, las cavernas perdieron su historia, tradición y rito, y los hijos del abismo deambulan sin control sobre la faz de la Tierra, los fieles son siervos, diversión y alimento de titanes.

            Llegaron cuando cayó la noche, mas no se marcharon al despertar el día. Desde entonces todo es muerte, miedo y oscuridad. “En el reino de los ciegos, el tuerto es rey”, reza el dicho que toma un sentido completamente distinto, cuando la realidad grita que en el reino de los hombres, el cíclope lo es todo.

            Su nombre es tabú incluso para su estirpe, que vive sometida a su puño, fuerza e ira. Nosotros le llamamos “Señor” o “Amo”. Los suyos le dicen “Rey”. Es un ser hambriento de carne, sangre, poder, lujuria y vino. Necesidades que suele satisfacer con nuestro ganado, viñedos y descendencia, a veces al mismo tiempo. Nadie se atreve a hacerle frente o dirigirle la palabra. No hay espada, arco o lanza que pueda atravesar su piel o cegar su vista. Es un demonio de un solo ojo y lo más cercano que tenemos a un dios. También le llamamos “Tártaro”; el abismo infinito al que nadie entra por gusto, ni sale con vida.

-II-

Han venido valientes guerreros, gigantes del norte, colosos del este, corsarios y nómadas de los mares y tierras del sur, pero no han logrado acabar con el cíclope y sus huestes. El resultado siempre ha sido el mismo. El tirano se sienta al trono rodeado de sus más valiosas posesiones, joyas, esculturas, tapices y doncellas. Ordena un gran banquete al que todo mundo está obligado a asistir, so pena de muerte. Exige los mejores vinos, las más selectas carnes y jugosas uvas de la región. Todo tiene que estar perfecto para recibir al adversario y brindarle su última cena. Los músicos tocan sus mejores piezas, en espera de que el rival exhale su nombre y rete al soberano. Lo cual en la mayoría de las ocasiones no sucede, pues es tanta la opulencia, poder y confianza exaltada, que la bestia gana el combate sin tener que empuñar un arma.

            Pero en los pocos casos en los que el poderío del soberano no ha intimidado al retador, el resultado no es distinto. Tártaro no sólo es el señor del miedo, sino también de la guerra, y lo ha demostrado desmembrando a todo guerrero que haya tenido el atrevimiento de alzarse en su contra. El arma no importa, a veces es una pesada hacha, una filosa espada, un garrote o sus propias manos. Le place salpicarse con la sangre de sus adversarios, y ver el horror de sus actos reflejado en los ojos de los testigos cautivos.

            Siempre ha sido de esa manera, pero sé que hoy habrá de ser diferente, pues se aproxima a estas tierras el guerrero más valiente y portentoso de todos. Desde siempre se ha contado su leyenda y los poetas han narrado sus aventuras; llenas de enseñanzas, proezas y sueños. Se cuenta que ha matado tantas bestias infernales en un sólo día como uvas puede haber en un racimo. He escuchado que ha viajado por todo el mundo e incluso ha atravesado las gigantescas puertas del Hades sólo para matar el tiempo. El embravecido mar y descomunal desierto son su campo de entrenamiento y la muerte su aliada. Se cuenta que las tormentas más violentas, ya sean en tierra firme o en medio del océano, sólo son pequeñas incomodidades que suelen retrazar su camino, pero nunca detenerlo. Es astuto en combate cuerpo a cuerpo y hábil maestro de la espada, hacha, lanza, honda y cualquier otra cosa que tenga la capacidad de abrir la piel de su oponente. Se rumora que es hijo de una deidad, aunque hay quienes piensan que es un dios en sí mismo. Nadie lo sabe con certeza, incluso su nombre se ha mantenido en reserva, pues no hay quien esté a su altura para repetirlo, pero se sabe de su armadura dorada como el sol, y su medio de transporte; una hermosa bestia de pelaje rojo y tres cabezas de león.

-III-

El cíclope ya se ha enterado de su nuevo oponente. Es más fácil beberse el océano que hacer callar un rumor, pero aún no ha ordenado ningún banquete. El reino está listo para la celebración de lo que esperamos que sea su última cena, pero el monarca permanece en silencio. Tal vez tenga miedo, aunque dudo que la bestia lo haya experimentado alguna vez. Es difícil adivinar lo que piensa alguien, cuando no se le puede mirar a la cara sin correr el riesgo de perderla vida.

Tártaro marcha seguro por sus dominios, pero hay algo distinto en su comportamiento. Incluso he escuchado que los otros cíclopes están desconcertados con la actitud de su soberano. Cuchichean a sus espaldas y cuestionan su fortaleza. El héroe aún no ha llegado a nuestras costas, pero ya hizo una mella en la corona del tirano.

Entre nosotros ya se ha empezado a hablar de rebelión, y no son pocos los que se están organizando. Cada vez son menos los fieles y más los conspiradores, incluso entre sus allegados. En el ambiente se puede sentir que ha empezado su caída y nadie quiere caer junto a él. El guerrero aún no ha plantado su pie en nuestras llanuras y pastizales, pero parece que ya le ha cortado la cabeza a nuestro supuesto rey.

-IV-

La bestia no está dispuesta a mostrar debilidad, ni someterse ante la presión de nadie. Por lo que en un despliegue de poderío, violencia y sed de sangre, le ha arrancado la cabeza a todos los cíclopes que se han atrevido a hablar a sus espaldas, incluso a sus hijos. Para algunos es una señal de dominio, para otros es un signo del temor que alberga en su corazón.

            Las cabezas de los conspiradores yacen clavadas en la sala de trofeos de su majestad. No las coloca en las murallas de la fortaleza, pues no es un mensaje para los extranjeros que pasan, sino para los pocos cíclopes que aún conforman su corte. Tártaro se está quedando solo aunque no deja de ser intimidante y mortalmente peligroso.

-V-

Ya pasa del medio día y el soberano sigue sin decretar el tan esperado banquete. Los cocineros, músicos, bailarines y artesanos tienen todo preparado, en espera de que el rey dé la orden, pero no pasa nada. Tampoco hay señal del tan esperado héroe.

Tal vez no ocurra nada este día y en mi pecho se alberga una gran opresión que apenas me permite retener el aliento. Tengo miedo, mas no es el habitual. Esta vez no me preocupa perder la vida, ni me aterra recordar cómo la bestia mató a mi marido de un solo golpe, o cómo violó y devoró a mis hijas sólo unas horas más tarde. Lo que me paraliza es el fantasma de la decepción, pensar que nadie habrá de venir a matar al monstruo que nos ha robado la libertad y el deseo de seguir adelante.

            Esta mañana, cuando me enteré del nuevo contrincante y sus atributos particulares, pude sentir cómo una ligera chispa de vida se alojaba en el corazón de todos en el pueblo. Desde que Tártaro forjó su imperio, fuimos aprendiendo que no era posible hacer nada contra la bestia. Vivíamos temerosos de su sombra y de la mirada de su único ojo, resignados a nuestra suerte. Las ganas de luchar se fueron evaporando desde la misma noche en que la bestia plantó su huella en nuestras tierras.

Con cada nuevo adversario, la hoguera de la libertad se encendía un poco, pero se apagaba de inmediato tras un fugaz encuentro e inminente muerte. Pero hoy tendría que ser diferente.

-VI-

A punto de terminar el día, el rey ha mandado a llamar a todos al salón de banquetes. La incertidumbre ya es general e insoportable, pero crece a medida que se va llenando el funesto escenario. No hay música, baile, comida, vino, o héroe a la vista, sólo la bestia posada en su trono y cuatro bandejas cubiertas sobre la colosal mesa.

            Nadie dice ni una sola palabra, apenas respiramos. Las antorchas están encendidas, la hoguera central lastima a la vista y hace hervir hasta a las propias piedras que la soportan, pero el frío, provocado por el miedo, nos hela hasta los huesos.

Por fin, después de un largo e incómodo silencio, la bestia nos habla con voz profunda, áspera y hueca.

–He oído muchas cosas sobre el valiente guerrero que esperan, incluso entre los miembros de mi corte e hijos. Parece que no hay otro tema del que se pueda hablar, salvo las grandes hazañas de este “héroe”. Pero aún no sé nada de él. ¿Acaso alguno de ustedes lo ha visto alguna vez, aunque sea de lejos? ¿O sólo se basan en leyendas, palabras y rumores? ¿Alguien sabe cuánto mide, pesa o cuál es su color de piel, ojos y pelo?

Nadie dice nada. Ni siquiera cruzamos las miradas. Estamos muertos de miedo, hasta que un joven pescador da un paso al frente y grita:

–¡Yo lo vi esta mañana! Desembarcó de un flamante navío de marfil y oro. Empuñaba una gigantesca y brillante hacha en una mano, y un colosal escudo en la otra. En las velas de su navío estaba estampada la figura de un león combatiendo a una serpiente, y en su estandarte pude ver el vuelo de un ave de fuego. Portaba un casco y armadura tan relucientes que opacaban al propio sol.

            –¿Cómo sabes que él era quien tú crees? –preguntó el rey, sin perder de vista a la multitud.

–Porque no venía solo. Tan pronto se colocó su brillante equipo de batalla, se montó sobre una colosal bestia de pelaje rojo y tres cabezas de león, como lo cuenta la leyenda –respondió el pescador.

            –Eso es todo lo que quería saber. Bueno, sólo espero que su tan esperado héroe y bestia no me hagan daño más adelante –agregó el cíclope e hizo un ademán con la mano, para hacernos saber que la reunión había llegado a su término.

Pero el pescador estaba encendido. Con sólo hablar de aquel legendario héroe, su pecho se había hinchado de valor y coraje, el cual nos transmitió a todos.

–¡No sólo te hará daño, te rebanará la garganta, desollará por completo y exhibirá tu piel en su embarcación como un trofeo! ¡Tu carne se la dejará a los lobos y tu corazón lo habrá de aplastar delante de todos, antes de arrojarlo al fuego! –gritó desaforadamente, ante un impávido monarca que empezó a sonreír.

            –Es bueno saber que no he acabado con su espíritu, pero he de informarles que están en un error. Verán, hoy por la mañana salí a caminar solo. Estaba un poco aburrido y harto de todos ustedes. Al grado de pensar en levar anclas y desaparecer de sus miserables vidas, dejando a su suerte al reino y a mi prole. No pueden culparme, hace meses que no ocurre nada por estas tierras, y mi corazón y hacha clamaban por un poco de acción. Pero antes de preparar mi nave me encontré con un hombre en armadura dorada, montado sobre una criatura muy peculiar. Él se paró retadoramente, soltando su pesado escudo y aferrándose con determinación a una imponente hacha. Yo estaba curioso, me preguntaba quién podría ser semejante personaje, pero en mi naturaleza reina matar primero y luego obtener respuestas. No fue fácil, lo tengo que admitir, incluso he de tener algún moretón… como éste –dijo exhibiendo su pierna derecha.

–No, perdón, creo que ese me lo hice anoche con la pata de la cama. Pero por ahí debe haber alguno… El caso es que su “héroe” no fue rival para mí, y tampoco su bestia… En fin, lo único que lamento es que no lo pude hacer delante de todos ustedes, bien saben que disfruto mucho de brindarles un buen espectáculo y muerte. Después de un jugoso banquete, no hay nada como la sangre para digerir el vino –dijo y echó a reír descaradamente.

            –¡Mientes! ¡Ni siquiera tú puedes matar a un Dios! –empezamos a gritar enfurecidos.

Tártaro dejó de reír y miró retadoramente a todos. Yo sentí que el corazón se me había detenido, y no pude percibir más respiración que la del tirano. Luego se acercó a la mesa y de un golpe reveló el contenido de las cuatro bandejas.

Quedamos horrorizados al ver que rodaban por el piso cuatro cabezas; las tres del león rojo de la leyenda y una más, molida a golpes.

–Como les decía, sólo espero que no me hagan daño, pues quedé tan hambriento después del encuentro que me los comí a ambos –agregó, se frotó el estómago y echó a reír otra vez.

Estaba claro que la mayoría de los ahí reunidos no habríamos de salir con vida esta vez.  

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