domingo, 20 de noviembre de 2011

La foto

-I-

Hoy se ha vuelto a despertar con el mismo sueño. Noche tras noche desde hace más de un mes, no ha hecho más que soñar con ella. Él no la conoce ni recuerda haberla visto antes. Pero piensa que ese olvido debe tratarse de algún error de su memoria. Tiene que haberla conocido, o de qué otra manera se podría explicar que guardara su retrato en una de las bolsas de su gabardina.

            Cada noche el sueño es distinto en cuanto a su contenido, pero versa sobre los mismos personajes; ella y él. A veces sueña que está perdido entre la multitud y la ve caminar como escabulléndose de alguien; quizás de él. No sirve de nada seguirla, porque cuando él cree alcanzarla, ella ya se ha ido a otro lado o él despierta.

En otras ocasiones sueña que la ve en el faro donde él trabaja. El sueño empieza como cualquier día cotidiano. Se ve dándole mantenimiento al equipo o limpiando los reflectores, cuando escucha unos pasos que suben por la escalera de caracol. Él se apresura a ver quién es, y entonces la ve nítidamente entre las sombras. La mujer es joven, demasiado para él, pero su corazón se alegra al verla. Tiene el pelo largo y oscuro como lo tenía su esposa, pero no es ella. Aunque sus ojos le son familiares, aún no logra recordar dónde o cuándo fue la última vez que vio otros parecidos. Ella se para frente a él con la mirada triste y en completo silencio. Luego lo abraza, pero cuando él intenta hacer lo mismo, ella desaparece, o él despierta.

La última mujer que tuvo en la vida fue su esposa, de la que se separó hace varios años, más de veinte, aunque la vio por última vez hace sólo un mes. Él estaba de visita en la ciudad por un par de horas, y sólo para comprar algunas refacciones para el faro, pero como si estuviera predestinado se encontró con ella. Apenas logró reconocerla cuando entre la multitud de extraños ella gritara su nombre.

Después de tantos años sin verse, los múltiples pleitos que los llevaron a separarse parecían estar muy lejanos. Ella se veía feliz de haberlo encontrado. Tenía tantas cosas que decirle, pero él no tenía tiempo y el ferry que lo traería de regreso a la isla, no habría de esperar ni un minuto más por él. Todo estaba dispuesto para una nueva discusión, pero no fue así, ella en cambio le regaló una sonrisa de conformidad y en un papel le apuntó su dirección y número telefónico, para que cuando tuviera una oportunidad, o regresara con más tiempo se pusiera en contacto con ella. Algo que hasta la fecha no ha hecho.

-II-

No le ha contado a nadie lo de la foto y ni de sus sueños recurrentes. Tampoco sobre las frecuentes visiones. Al principio sólo ocurrían al momento de despertarse, como si lo soñado no se hubiera ido del todo, o la vigilia tardara en tomar control sobre sus sentidos. Veía a la joven en su cuarto o sentada a los pies de la cama, pero tan pronto como prendía la luz o agudizaba la vista, ella se desvanecía. Pero ahora su presencia es más constante, pues la ve entre las sombras de los árboles y las rocas, o entre los rostros difusos de los habitantes esporádicos del campamento pesquero. Empieza a creer que por fin la soledad se ha cobrado con lo poco que le quedaba de cordura y buen juicio.

Vivir como guardafaros no sólo era un trabajo para él, aunque no fuera su vocación, sino un escape del mundo que había dejado atrás. Tomó el empleo después de separarse de su mujer y aceptar que el fracaso de su relación se debía más a él que a ella. El faro lo alejó del alcohol, las parrandas y apuestas con los que se hacían llamar sus amigos, pues en ese lugar no hay cantinas, mujeres ni nadie que le pudiera servir de distracción.

La soledad y sus años de bebedor podrían explicar los sueños y visiones que ha estado experimentando, pero el retrato es algo tangible. Evidencia de una laguna en su memoria, en la que siente que está a punto de hundirse y morir ahogado. Recuerda mil rostros sin nombre y anécdotas huecas, pero la mujer de la foto es un misterio que lo persigue. Por momentos recuerda algo, pero ha sido tal su obsesión que ya no sabe si lo que guarda es la memoria de un sueño o el pasado que aún no se ha decidido a marcharse de su lado.

Por lo general la soledad es la única que le hace compañía, pero así es como él escogió vivir. Los pescadores llegan cada quince o veinte días y se van. Y en tiempo de veda sólo deambulan por la isla las gaviotas, los pelícanos, uno que otro turista, algún contrabandista y el viejo guardafaros. Cada mes el ferry regresa con provisiones y su paga, por lo general en mercancía, porque el dinero no sirve de mucho por estos lugares, y no tiene caso almacenarlo si no se espera hacer nada con él más tarde.

            Si alguien se enterara de que ha estado teniendo visiones podría darse por desempleado y sustituido por otro, o remplazado por una máquina que automatizaría al faro. Por años han intentado hacerlo, pero mientras exista un farero en activo, las autoridades se han tenido que guardar las ganas para otro momento. El gobierno no quiere tener líos con el sindicato, y sabe que al final la carne es perecedera y es sólo cuestión de tiempo para que cambien las cosas.

-III-

Hoy no ha visto a la joven a los pies de la cama o en la escalera. El faro parece estar libre de su presencia pero el resto de la isla no. El viento le lleva aromas que desconoce y recuerdos que se escapan sin mirar atrás. Oye voces que susurran en los rincones y silban entre los árboles. Está solo, así lo escogió, mas esa elección jamás le había pesado tanto. Piensa que quizás debería hacer la llamada que le prometiera a quien fuera su esposa. Sólo para escuchar otra voz, una que le regrese un poco de cordura a su desatinada memoria. Pero ahora no es la desidia o las ganas de olvidar lo que lo detienen, sino el descuido y la humedad los que han hecho ilegibles los números escritos en aquel trozo de papel.

            Decepcionado se refresca la cara con un poco de agua, y ve de reojo el calendario. Hoy es el día de paga y el ferry no ha de tardar en llegar. Entonces sale del faro, cierra los ojos y respira profundamente, tratando de ahuyentar a los fantasmas y despejar sus confusos recuerdos. El viento sigue silbando, echando a volar su sombrero y alborotándole el poco pelo que aún le queda, mientras las olas continúan rompiendo su marcha contra la escollera, que soberbia, inmóvil e irreverente, parece decirle al mar “¿Si me quieres? ¡Ven por mí!” Y éste le responde con un concierto de olas.

            Todo luce tranquilo, aunque a lo lejos se empiezan a acumular las nubes que acompañan a la tormenta. El transporte habrá de llegar antes pero las tempestades no tienen palabra ni horario. En el faro está todo en orden y su luz se impone a la incipiente oscuridad que se avecina. Ahora sólo es cuestión de que busque el sombrero que echara a volar el viento y espere el transporte en el desolado muelle. Casi nunca lo hace, por lo general va por su paga hasta que el ferry se ha ido, justo cuando sabe que no habrá de toparse con nadie, pero hoy quiere cerciorarse de que no está solo en el mundo.

El aventurero sombrero reposa sobre unas piedras, donde su dueño no tarda en dar con él y recogerlo. Le sacude la arena golpeándolo contra el pantalón y se lo pone. Entonces la vuelve ver. La mujer del retrato está en la parte alta del faro. Él se frota los ojos para desengañar su vista, pero sólo consigue irritarlos porque la mujer sigue ahí. No parece una ilusión o espejismo como las otras veces. Incluso el viento hace ondear su largo y lacio pelo negro.

–Es real… –parece repetirse mentalmente. Por lo que regresa al faro a toda prisa.

Avanza como si lo persiguiera una mortal incertidumbre. Siempre ha sido cuidadoso, pero hoy no es uno de esos días. No ha dormido bien y las jaquecas son un lastre que detienen hasta a la más potente de las embarcaciones. Respira con dificultad y la vista se le nubla por momentos. El ansia de llegar a ella es demasiada… Tanta, que el corazón no aguanta más la presión y se detiene en un último latido fulminante. Sin haber llegado al objetivo, su camino llega a su fin y termina tirado en las escaleras.       

En ese mismo momento el ferry llega a puerto con algo más que provisiones. Entre sus pasajeros destaca la mujer del retrato, deseosa de conocer al hombre del que tanto le hablaran de pequeña y al que por fin podrá estrechar entre sus brazos; su padre. Está confiada de que él ya ha de haber descubierto la foto que su madre, hace sólo un mes metió a hurtadillas en una de las bolsas de su abrigo.

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