domingo, 20 de noviembre de 2011

El tatuaje

-I-

Iztyel es la encargada del mostrador de la tienda de videos donde trabajo como cajero. No tengo mucho tiempo de conocerla y ni siquiera podría jactarme de ser su amigo, pero hay algo dentro de ella que me resulta irresistible. No es más guapa o amable que mis demás compañeras, y de hecho muchas veces me ha dejado con la mano extendida o la palabra en la boca cuando la saludo, pero creo que estoy enamorado de ella.

Tal vez Iztyel ni siquiera haya notado mi existencia, pero yo no dejo de pensar en ella y se ha vuelto una obsesión que me quita el hambre, el sueño y las ganas de hacer cualquier cosa que no sea estar a su lado, oler su perfume, o perder mi mirada entre los rasgos de su cara y los delicados pliegues de su uniforme ceñido al cuerpo.

A veces pienso que me ignora o evita apropósito, pero quizás creer eso sea darme demasiada importancia. Tal vez debería intentar decirle algo, pero cada vez que tengo la oportunidad de acercarme a ella, otra cosa o alguien más llama su atención, o los nervios me dominan, y no alcanzo a decir ni una sola palabra que tenga un poco de coherencia.

En ocasiones practico por horas todo un discurso que le permita saber lo que siento por ella. Camino al trabajo lo repaso una y otra vez, con la intensión de no parecer un completo idiota. Entonces entro al establecimiento con la seguridad de un soldado que no sabe si habrá de regresar vivo a casa, pero tan pronto la veo me convierto en una cucaracha que ha sido sorprendida por la luz de la cocina. No hallo donde esconderme y lo enorme que me parece la tienda cada vez que me toca hacer el aseo, se reduce exponencialmente y temo mover un solo músculo por miedo a derribar algo.

Rendirme no es una opción que pueda aceptar cómodamente, aunque tal vez no tenga más remedio que reconocer que nunca seré para Iztyel lo que ella significa para mí, porque lo mío no sólo es enamoramiento, y quizás tampoco sea amor o deseo, sino admiración devota. Ella es mucho más que una mujer para mí; es una Diosa. La cuestión es ¿cómo le puede hacer un gusano como yo para llegar a semejante altura?

Si tan sólo fuera una oruga sabría que al menos existe la posibilidad de que un día despertara con alas, pero no lo soy y tampoco creo que Iztyel encuentre atractiva a una mariposa. Su estilo es más bien oscuro, como sus ojos y pelo. Sé que le gustan las películas de terror (porque en varias ocasiones la he escuchado hablar al respecto con otras compañeras), vestir de negro y adornar sus cosas con distintivos de calaveras, pero creo que es sólo una pose, o una especie de disfraz.

Así como hay animales que se confunden con su entorno o utilizan alguna parte de su cuerpo como carnada para atraer a sus presas, ella emplea esa imagen oscura para atraer a cierto tipo de personas. Lo creo porque todos los chicos con los que la he visto salir visten de esa manera. Algunos son altos, otros bajos, flacos, gordos, musculosos, enclenques, en fin… de todo, pero su único factor en común es su vestuario y los tatuajes.

Por lo que si quiero tener al menos una oportunidad con ella, lo que tendré que hacer es seguir su misma táctica y disfrazarme también.

-II-

El disfraz está completo y por primera vez en el año que llevo trabajando con ella, Iztyel me devolvió el saludo cuando le dí los “buenos días”.

–¿Qué te hiciste que te noto distinto? –me pregunta con cierto brillo en la mirada.

Yo sigo con mi papel, y aunque me tiemblan las rodillas le respondo que “nada”, que sólo he dejado salir mi verdadera personalidad. Ella me sonríe y regala un fugaz beso en la mejilla, mientras yo siento que el suelo se vuelve de mantequilla derretida.

Todo ha sido un éxito. Al fin pude conversar con ella sin sentir que estaba haciendo el ridículo, además de que había averiguado que estaba equivocado con mi percepción, porque ella no sólo sí sabía quién era yo, sino que me había prestado más atención de la que suponía, ya que notó el cambio, y lo mejor de todo; pude sentir como sus fríos labios se posaron una décima de segundo sobre mi mejilla.

Este día está destinado a convertirse en el más glorioso de mi vida, pero cuando termino de juntar el valor suficiente para dar el siguiente paso, alcanzo a escuchar que Arely, una de las compañeras de trabajo, platica con ella.

–Pero ¿qué tanto le ves a todos esos chicos con los que sales? –le pregunta incisivamente a Iztyel, mientras yo me escondo tras el mostrador.

–Admito que algunos de ellos son atractivos, pero con toda esa vestimenta y accesorios, ¿cómo sabes dónde está la sustancia? –agrega Arely sin percatarse o importarle que yo pudiera estar escuchando.

–No he salido con ellos por su atuendo o aspecto. A mí me interesa lo que subyace más allá de su apariencia, pero no hablo del alma o cosas así, sino en aquello que nace en su pensamiento y se expresa libre, pero atrapado en su propia piel –le dice Iztyel, dejándola muda y confundida.

–Pero no me veas así mujer, que sólo intento decirte que lo que más me llama la atención de ellos son sus tatuajes. Por mí podrían venir vestidos de traje sastre o delantal, lo que me parece irresistible son los dibujos que visten su piel desnuda, e imaginarme la infinidad de razones que pudieron haber tenido para hacerse una marca semejante –responde Iztyel con una sonrisa.

–El asunto es que me enamoro de sus tatuajes y me entretengo imaginando su significado. Lo malo es que cuando ellos me explican los verdaderos motivos por los que se los realizaron, termino tan desencantada que no quiero saber nada más de ellos. Es que me dan unas razones tan burdas que en muchas ocasiones demeritan la belleza de los propios dibujos que portan. Los hay quienes se los hicieron porque les gustó el concepto, o para ser aceptados en un grupo determinado, o por moda. Hasta aquellos que después de una noche de fiesta despertaron con algo más que una extraña en su cama y una fuerte resaca –agrega con una mueca, mientras Arely le sonríe y ambas vuelven a su posición de trabajo.

Yo me alejo del mostrador inmediatamente, antes de que noten que las he estado escuchando. Entonces comprendo que aunque había sido un buen comienzo, la vestimenta no es suficiente para tener alguna oportunidad de salir con ella. Para alcanzar mi objetivo hace falta algo mucho más doloroso e imperecedero que eso; necesito un tatuaje.

-III-

Pensar es una cosa y hacerlo es otra muy diferente. No es que ella no valga cualquier sacrificio que pudiera llegar a hacer, pero si me sale el tiro por la culata, e Iztyel me manda al diablo como al resto de tatuados con los que ha salido, entonces tendría sobre mi piel un recuerdo permanente de mi soberana estupidez.

Pero si no hago nada habré fracasado sin intentarlo siquiera. Aunque una cosa es vestir de negro y portar algunas cadenas o efigies con el rostro de la muerte, y otra muy distinta es marcarse la piel de por vida.

Tiene que haber otra manera, sólo que no se me ocurre nada en este momento. No puede ser uno de esos tatuajes temporales, porque en el remoto caso de que no lo notara y todo saliera de maravilla, el dibujo se iría y con él mi credibilidad ante ella.

Entonces está decidido, si quiero atrapar a mi presa no sólo tengo que llamar su atención, sino volverme irresistible para ella. Por lo que habré de tatuarme la piel. Ahora el problema es escoger el dibujo y el área de mi cuerpo que habré de ofrendar a mi Diosa.

Con más corazón que sesos, resuelvo el primero de mis problemas con relativa facilidad. Si Iztyel es la razón de mi tatuaje entonces ella habrá de ser el “motivo” que he de plasmar sobre mi piel. Por lo que no lo pienso demasiado y me robo por un instante la foto que aparece en el cuadro de honor de la tienda, con la intensión de sacarle una copia a color en la primera papelería que encuentre abierta.

Nadie parece notar la ausencia del retrato, mientras yo salgo con el pretexto de ir por un poco de agua a la tienda de enfrente.

Cruzo la acera, compro una botella de agua y me escabullo en pos de una fotocopiadora.

La suerte me persigue, porque soy el único cliente en la primera papelería que me encuentro. En menos de un minuto ya tengo la copia y vuelvo corriendo al trabajo. Espero que así de bien marche todo este día.

Con el retrato en su lugar y la fotocopia en mi mochila, sólo espero que llegue la hora de la salida para ir a mi casa por todos mis ahorros y buscar a un artista del tatuaje que sea capaz de reproducir la belleza de mi amada sobre mi piel.

-IV-

Después de recorrer media docena de lugares, por fin encuentro uno que se ajusta a mis requerimientos, sin sobrepasar lo que cargo en el bolsillo. Ante la mujer que ha de tatuarme, una dama con más tatuajes que líneas de expresión, expongo lo que quiero y le enseño la foto.

Con un simple vistazo, ella hace un boceto en un papel y me lo presenta casi de inmediato. El dibujo es hermoso. El rostro trazado parece tener vida propia y las letras que forman su nombre lucen como alas en pleno vuelo.

–¡Eso es! ¡Eso es lo que quiero! –le digo sin pestañear.

–¡Dibújalo en mi pecho! –agrego haciendo oídos sordos a una vocecita que desde adentro de mi cabeza me dice que lo piense mejor y que vuelva más tarde.

Entonces paso a una salita donde me quito la camisa y me recuesto sobre una especie de mesa reclinable. Ella calca el diseño sobre mi piel y tan pronto echa a andar la máquina tatuadora, yo quisiera volverme de humo, pero ya es demasiado tarde. Como cuando vas con el dentista y ya sentado en la silla y medio anestesiado, ves que saca un pequeño taladro y quisieras no haber entrado nunca al consultorio, con la diferencia de que yo no estaba anestesiado, y no sólo puedo escuchar el “rrrrr” de la máquina, sino también ver y sentir los múltiples piquetes de su aguja sobre mi pecho.

-V-

El trabajo se demora unas cuantas horas según mi reloj, aunque para mí pecho parecieran semanas enteras de suplicio interminable. Pero valió la pena y el dinero invertido, porque el tatuaje terminado es muy superior a mis expectativas y al boceto que se me había presentado originalmente.

            Incluso, mientras veo reflejado el trabajo terminado en los espejos del local, siento que mi pecho ha dejado de ser mío, y ahora le pertenece a ella, como si en el mismo momento en que tatué su rostro en mi piel, ésta hubiera dejado de ser mía y fuera sólo suya. De pronto comprendo la sensación de pertenencia que experimentan aquellas personas que marcan su piel por cuestiones rituales. Al igual que ellos yo había hecho una ofrenda a un ser superior. No la estaba haciendo mía, más bien me había vuelto suyo para siempre.  

Independientemente de si el tatuaje habrá de ser suficiente para impresionar a Iztyel o se volverá un recordatorio permanente de mi mal juicio, creo que lo que porto en el pecho es digno de ser exhibido sin tapujos. De convertirse en un error indeleble, será uno que portaré con orgullo hasta el día de mi muerte.

-VI-

 Hoy Iztyel luce más hermosa que nunca y yo estoy tan nervioso como siempre. Dejé la camiseta negra en casa y porto una con botones al frente, en espera del momento oportuno de hacer mi gran revelación, aunque éste parece no llegar nunca.

            Por fin, casi apunto de cerrar, ella se queda sola inventariando unas cuantas películas nuevas. Todos se van pero yo me ofrezco a ayudarla y ella accede gustosa.

            –Gracias por quedarte, no sólo me estás dando una mano, sino que también me brindas la oportunidad de conocernos mejor –dice mientras me pide que acomode los videos ya marcados en los estantes vacíos.

            –¿Sabes? El otro día que hablamos también estuve conversando con Arely y creo que ambas pláticas me abrieron un poco los ojos –dice mientras yo sigo acomodando las cajas de películas, sin dejar de verme interesado en lo que me cuenta.

            –Creo que he pasado mucho tiempo buscando aquello que me satisfaga plenamente, cuando bien sé que eso es imposible –dice y yo dejo de acomodar y le presto toda mi atención.

–He tratado de encontrar aquello que me falta, pero desconozco qué es lo que tengo. Me siento como una coleccionista que toma un poco de cada cosa y sigue buscando algo nuevo, sin darle un verdadero valor a aquello que ya posee. Pero en el momento en que lo hago y tomo consciencia de aquello que creo poseer, me percato de que todo eso no me dice nada de quién soy realmente, o se me presenta vacío, ausente o ajeno –dice y se sienta en el suelo, como si no le fuera posible continuar de pie.

Yo trato de incorporarla pero ella me pide que la deje ahí y la siga escuchando.

–Me convertí en un ser despreciable, un monstruo devorador e insaciable de sueños ajenos. Y en verdad ése nunca fue mi objetivo, aunque si te hubiera contado esto hace sólo unos cuantos días, quizás te habría dicho que era algo inevitable, pero hoy no. El día que platiqué contigo y Arely, me esforcé un poco por ver más allá de las cadenas, vestimentas negras, calaveras y tatuajes. Sin que tú lo notaras te despojé mentalmente de todo eso, así como de tu piel, carne y huesos. Me fijé sólo en la manera en que me mirabas, tus gestos y gentilezas para conmigo. Entonces me enamoré de lo que vi, y lo sentí mío –dice y yo siento que el piso se derrite.

–No sé si estoy malinterpretando las cosas y tú eres así con todo el mundo, pero me gustó sentir eso –concluye y yo no sé qué decir, y dejo que el silencio se esparza como la luz, al tiempo que ella me mira a los ojos y extiende su mano para que le ayude a ponerse de pie.

Entonces la ayudo. Ella sacude su uniforme, baja la mirada y me pide que la perdone por ser tan imprudente.

Entonces ya no puedo más, y cual héroe de historieta, me abro la camisa y la dejo ver su rostro y nombre tatuados en mi pecho. Ella se cubre la boca con ambas manos y sus ojos enrojecidos se humedecen hasta dejar escapar unas cuantas lágrimas.

–Por fin te he encontrado –susurra incrédulamente.

–Así es, soy tuyo, siempre lo he sido y siempre lo seré –le atino a decir antes de que ella me calle con un beso.

-VII-

Aún me cuesta creer todo lo que ha ocurrido estos últimos días y menos aún que después de pasar horas caminando y platicando por las calles, Iztyel me hubiera invitado a conocer su casa.

            El rumbo es más iluminado y tranquilo que el que suelo recorrer para llegar a donde vivo. Hay guardias que vigilan una reja rodeada de árboles que impiden ver hacia dentro. Tan pronto un vigilante reconoce a Iztyel nos abre la puerta y regala las “buenas noches”, al tiempo que pasamos, y vuelve a cerrarla tras nosotros.

Adentro todo parece distinto, si no recordara por donde hemos venido podría jurar que ya no es parte de la ciudad, pues las casas no están pegadas las unas a las otras y los pocos vecinos que vemos (paseando al perro o regando los jardines), nos saludan afectuosamente.

            –Para vivir en una zona tan exclusiva como ésta, me doy cuenta de que no trabajas por necesidad –le digo tratando de no ser descortés.

            –Por necesidad no, pero sólo así se puede conocer a más gente –responde y sonríe, mientras yo guardo silencio.

            –Aquí es, ésta es mi casa. ¿Qué te parece? –pregunta al abrir la puerta.

–No está mal, aunque has te tener una familia muy grande para poder ocupar todos estos cuartos –respondo, tratando de averiguar si estaríamos solos.

Ella adivina mi intención y con un susurro en el oído me dice que no me preocupe.

–Sólo nosotros dos estaremos esta noche… y las que siguen. Vivo sola y aunque el lugar es de mi familia, ellos ahora viven muy lejos de aquí, y las demás casas están lo suficientemente retiradas como para que los vecinos pudieran enterarse de lo que pueda ocurrir en esta casa. Eso sólo lo atestiguaremos tú, yo y las paredes –responde maliciosamente.

El interior de la casa es más amplio de lo que pueda apreciarse por fuera, sobre todo porque carece de muebles. Las luces están pegadas a la pared y me da la impresión de ser más un museo que una vivienda, porque las lámparas están enfocadas en ángulo, de tal forma que sólo alumbran los cuadros que cuelgan, sin iluminarlos directamente.

–Veo que te gusta el arte, aunque no parece que te agrade estar sentada o ver por dónde caminas –le digo en espera de una posible explicación.

–Para qué quiero muebles, si lo verdaderamente importante es lo que está pegado en las paredes. Tengo pinturas clásicas, góticas, renacentistas, arte moderno, realismo, hiperrealismo, surrealismo, cubismo, dadaísmo y hasta pop. Pero lo que más atesoro lo tengo reservado en otro sitio; en mi habitación –dice, me toma con firmeza de la mano y subimos por unas largas escaleras de mármol.

–No te gusta andar con rodeos ¿verdad? –le comento mientras subimos.

–Para qué postergar lo que tú y yo queremos –responde al tiempo que aprieta con fuerza mi mano.

La habitación está casi tan desprovista de muebles como el resto de la casa, sólo tiene un tocador, el ropero, la cama y… aquí también las paredes están tapizadas de dibujos, pero muy diferentes…

Horrorizado, como un balde de agua sobre mi cabeza, me percato de que los inusuales motivos representados en esas piezas no son lo más extravagante de las mismas, sino el lienzo sobre el que están expuestas, pues es piel humana.

La habitación entera está cubierta de piel tatuada, incluso logro reconocer a algunos que llegué a ver aún en los brazos de sus dueños.

Incrédulo y con ganas de que me dé una explicación que me devuelva el alma al cuerpo, le pido que justifique esa grotesca exposición.

–No seas celoso, esto precisamente es de lo que te estuve hablando en la tienda. Pero eso ya es historia. No niego que me la haya pasado bien buscando y extrayendo estas piezas, o que aún disfrute al observarlas, pero nunca fueron suficientes y sólo ahora me siento completa. Aunque tengo que admitir que nunca pensé llegar a esto contigo –responde y hace una pequeña pausa para buscar algo en su bolso.

–De hecho pretendía intentar algo nuevo; tal vez ir al cine, reunirnos a platicar, tomar algo, salir a comer, conocernos mejor, suspirar bajo la luz de la luna, conocer el mar, amarnos, no sé. Pero tu regalo fue más allá de mis expectativas, y si bien no te prometo que vayas a ser el último, lo cierto es que siempre serás mi preferido –dice y me da un fortísimo golpe en la cabeza con una especie de marro.

Todo es demasiado confuso, un líquido tibio baña mi nuca, las fuerzas se me escapan, pierdo el control y me desplomo. Pero antes de que la oscuridad me rodee por completo, siento cómo me abre la camisa e introduce algo muy frío y filoso; como unas tijeras que cortan con precisión mi carne, hasta separar la piel de mi pecho.        

No hay comentarios:

Publicar un comentario