jueves, 24 de noviembre de 2011

El otro

-I-

Entre las manos sostengo una pistola, mientras apunto y encañono torpemente a un hombre que dice ser mi marido, sin saber aún si habré de jalar del gatillo contra él, o contra el otro...

            Todo empezó hace seis meses, cuando mi esposo, que es ingeniero físico, se unió a un proyecto gubernamental del que no podía darme detalles y se fue de la casa. Yo estaba acostumbrada a no tenerlo cerca; si no era un congreso, era una cátedra, una conferencia o algún colega el que necesitaba de su ayuda. Él siempre se aseguraba de pasar el menor tiempo posible conmigo.

Teníamos más de tres años de casados, pero sólo el primero lo pasamos juntos, y eso era lo mejor, pues el escaso tiempo que compartíamos nos la pasábamos discutiendo. Él me tildaba de idiota, por no poder entender que su trabajo era más importante que nuestro matrimonio, y yo…, bueno, de lo obvio.

            Por casi seis meses no supe nada de él, por lo que era como estar de nuevo soltera, sólo que con un aro dorado estrangulándome el anular. En el trabajo me veían con un poco de lástima. No me decían nada a la cara, pero hay cosas de las que una siempre termina enterándose, mas yo no tenía por qué perder mi tiempo en explicarles nada, por lo que si la gente me veía como una mujer abandonada que se negaba a asumirlo, pues bien, me daba lo mismo. Yo tenía una vida y no habría de depender de nadie para seguir con ella, menos aún del imbécil de mi marido.

            Pero todo cambió hace un mes, cuando un jueves por la mañana recibí la llamada de un hospital, en donde decían tener a mi esposo internado, por algunas quemaduras. Yo sentí como si me hubieran bañado con agua helada y no perdí tiempo en llegar a su lado. Él no traía ninguna identificación consigo cuando lo habían encontrado, hacía más de tres semanas, pero tan pronto recobró el conocimiento, dio mi nombre y teléfono, con lo que pudieron dar conmigo. Aparentemente yo no era tan insignificante para él como pensaba.

Sus quemaduras no eran tan graves, pero los médicos me advirtieron que padecía de algunas lagunas mentales que lo desorientaban y hacían que perdiera el equilibrio, por lo que lo tenían en una silla de ruedas.

Cuando llegué a su lado pensé que no me reconocería, pero me sorprendió notar que de inmediato me distinguió con la mirada. En ese momento olvidé todo aquello que pudiera tener en su contra, y corrí hasta él. Quería abrazarlo, llenarlo de besos, pero no quise lastimarlo, por lo que me conformé con sujetar sus manos y ponerme en cuclillas para besárselas y confortarlas contra mis mejillas.

-II-

Los días que siguieron fueron los más hermosos que pudiera haber pasado con él. Su recuperación sorprendió incluso a sus médicos, y en menos tiempo del que esperaban ya estaba en pie y me lo pude llevar a casa.

En cuanto a sus lagunas mentales, era curioso que le costara trabajo recordar dónde había estudiado, su lugar de origen, o cómo fue que resultó lastimado, pero sabía perfectamente el sitio donde me conoció, el día que me pidió ser su novia y hasta la canción que tocaban en la radio cuando le dije que “sí”. El resto habría de venir paulatinamente, aseguraban los doctores.

            Yo no podía entender qué era lo que había ocurrido, pero estaba complacida con el resultado. Él era otro, uno del que hacía mucho tiempo no sabía nada, pero que ahora estaba de regreso y tal vez para quedarse.

En ese momento yo pensaba que su transformación se debía al accidente, que tal vez al verse tan cerca de la muerte, su mente confundida habría replanteado sus prioridades y entre éstas aparecía yo. Creer eso me levantaba la autoestima y no me interesaba saber los detalles del caso, o en qué estaba metido cuando ocurrió todo, pues lo importante era que yo había recuperado a mi pareja y otra vez me sentía amada de verdad.

-III-

A los veinte días de haber regresado, él volvió a dar clases en la Universidad, pero con un horario mucho más flexible que antes, y se olvidó de cualquier otro proyecto que tuviera pendiente con el gobierno.

Todo marchaba mejor que nunca, hasta el día en que habríamos de celebrar nuestro cuarto aniversario. Yo salí a comprar algo especial para comer en casa, mientras mi marido estaba en la escuela. Él había prometido llegar temprano para llevarme a algún lado, pero yo quería sorprenderlo con su comida preferida, vino, velas y una sorpresa que primero quería confirmar con el ginecólogo.

Recuerdo que regresé a la casa con todo lo necesario para preparar la comida y con el tiempo encima, cuando me encontré con todas nuestras cosas y papeles revueltos, y a él esculcando los cajones del estudio, como un loco.

–¡¿Qué ocurre aquí?! –le dije molesta.

–Nada –contestó muy serio y sacó una pistola de la gaveta.

            –Pero, ¿qué diablos haces con eso? ¡Guarda esa arma en este momento o te juro que lo último que sabrás de mí será la demanda de divorcio que te llegue por correo!

            –Se ve que no has cambiado nada. Después de tanto tiempo sin saber de ti, me sorprende tener que reconocer que eres la misma idiota que dejé hace más de seis meses.

            Yo no entendía lo que me estaba diciendo, pero todo se volvió aún más confuso cuando la puerta de la casa se abrió y al que vi cruzar el umbral, con un enorme ramo de flores blancas y una caja de chocolates, también era él.

–¡Amor, ya llegué! –gritó desde la entrada.

Entonces no supe más y perdí el conocimiento.

-IV-

Cuando volví en mí, sentí que había regresado a la misma pesadilla. Mi marido yacía ensangrentado e inconciente en el piso, mientras el otro lo amenazaba, encañonándole la cabeza con el arma.

            –Al fin te recuperas –dijo sin una mota de preocupación.

            –¿Quién eres y por qué nos haces esto? –pregunté ingenuamente.

            –En verdad que eres tonta, ¿no te das cuenta de que yo soy tu marido y éste de aquí no es más que una copia?

            Yo me quedé muda y sorda por un instante que me pareció eterno, pero el silencio no fue un obstáculo, sino una invitación para que él hiciera lo que más le gustaba hacer, explicar y hacerme creer que en verdad era una idiota.

            –Hace seis meses me uní a un proyecto gubernamental en el que habríamos de probar la factibilidad de las teorías de “tele-transportación”. No espero que me entiendas, pero el caso es que después de muchos fracasos, tuvimos éxito y desarrollamos una máquina que podía crear “portales ínter-dimensionales” que nos permitieran llegar al otro lado del mundo en cuestión de segundos. Pero como te decía, en el proceso tuvimos muchos tropiezos y entre estos errores está este intento de ser humano al que has llamado marido por casi un mes. Pero no te culpo, eres tan “torpe” que a veces me pregunto cómo le has hecho para haber sobrevivido tanto tiempo sin olvidar respirar –dijo y amartilló el arma, dispuesto a detonarla.

            –No me suelo detener en mis errores, bien lo sabes, ni siquiera en aquellos que cometí hace más de tres años, como nuestro matrimonio, pero éste en particular me ha costado demasiado. Cuando el primer prototipo de “hacedor de portales” se echó a andar, y no hubo ningún contratiempo con los primeros especímenes vivos que se tele-transportaron (roedores y otros mamíferos menores, hasta llegar a los primates), y una vez que el primer ser humano llegó ileso a su destino, no vi por qué no probarlo en mí mismo, y me ofrecí como voluntario. Todos decían que no lo hiciera, pero no les hice caso, informé de mi decisión al laboratorio receptor e ingresé en el portal. He de admitir que no es una experiencia del todo agradable, pero no es peor que un fuerte mareo y una cierta sensación de vértigo al momento de llegar a mi destino. Cuando crucé del otro lado, todos mis colegas estaban vueltos locos de alegría y me vitorearon como a un gladiador, hasta que se dieron cuenta de que detrás de mí venía otra vez yo. El aparato había creado una copia idéntica, biológica y estructuralmente, pero con la mente vacía. Entonces pensábamos que así se quedaría, pero conforme fueron pasando los días nos sorprendió notar que su capacidad intelectual era cada vez superior. Esta copia parecía recordar cosas, aspectos de mi vida que para mí eran insignificantes, por ejemplo, empezó a hablar de ti –dijo y por un segundo no supe si apretaría del gatillo de una buena vez, o sólo pensaba matarnos por aturdimiento cerebral.

            –Al principio consideramos su destrucción, lo cual no podría llamarse homicidio, por el simple hecho de que “esto” no era realmente un “hombre”, pero conforme se fueron desarrollando sus habilidades cerebrales, no faltó el insensato que sugirió integrarlo al equipo. Me cuesta admitirlo, pero con él en el proyecto avanzamos muchísimo y corregimos errores que no habíamos notado antes. Se le veía motivado, pero no por el trabajo en sí, sino porque se moría de ganas de acabar y “regresar a casa”. Parecía que el pobre en verdad creía que lo dejaríamos vivir al terminar el tele-transportador. Pero los ingenuos fuimos nosotros, porque tan pronto se consiguió el objetivo y llegó la hora de probarlo otra vez con un ser humano, y él se ofreció como voluntario, nadie sospechó lo que realmente tenía en mente este “infeliz” –dijo al tiempo que el otro pareció volver en sí.

            –¡Este imbécil nos engañó, cruzó el portal y llegó ileso a su destino sin que nadie le siguiera los pasos! Sólo que “este destino” no era el que nosotros habíamos dispuesto y tampoco tuvimos oportunidad de rastrearlo, porque el equipo colapsó tan pronto el portal se cerró tras de él. Entonces se canceló el proyecto, pues resultaba exageradamente costoso volver a echarlo a andar de cero, ¡además de que este miserable se llevó sus anotaciones consigo! –gritó y clavó más el cañón del arma en la cabeza del otro.

–¡Ahora, habla! ¿Dónde están tus apuntes? ¡Responde o te regresaré al vacío del que no debiste haber salido nunca!

            –Destruidos. Sin un portal de recepción, mi arribo no fue precisamente el mejor. Todo lo que cargaba conmigo; los planos, la ropa y hasta un poco de piel y pelo, se calcinaron en medio de la bola de fuego que me trajo hasta acá. Pero eso ya no importa, tampoco si me matas o no, porque al menos tuve la oportunidad de volver con ella y corregir tus errores, que según parece es lo mejor que sé hacer –dijo y mi marido le rompió la boca de un golpe con la culata del arma.

            –No tiene sentido desperdiciar una bala contigo y creo que he de disfrutar verte sufrir –dijo. Le puso seguro al arma y la dejó sobre la mesita de centro, sólo para volver a liarse a golpes con el otro.

            Entonces yo aproveché el momento para coger el arma sin que alguno de los dos se percatara, quité el seguro y disparé al techo para llamar su atención. Volví a martillar el arma y aquí sigo, encañonando a ambos y sin saber si he de matar a uno, a los dos o a ninguno.

            –Muy bien, parece que la tonta ha reaccionado. Ahora sólo haz lo correcto y mata a esta burda imitación de ser humano –dice el patán y yo le respondo con una sonrisa fingida y el cañón apuntándole a la cara.

            –¡Mátalo! ¡Sólo con su muerte podremos ser felices otra vez! –dice el otro y yo vuelvo a apuntar a ambos, tomo un respiro y mejor opto por bajar el arma.

            –¿Saben una cosa? Me estoy empezando a cansar de ustedes y por lo que he podido ver, de los dos no se hace uno. No sé cuál sea la copia o el original, pero creo que ambos son una farsa y no me importa si se matan entre sí, o si montan un departamento y se van a vivir juntos. Los dos me han mentido y aunque uno fue más sutil y agradable que el otro, ya estoy harta de que me quieran ver la cara de idiota –les digo y los dos se quedan perplejos.

            –Pero yo te amo –alcanza a balbucear uno de ellos.

            –¡Yo soy tu marido! –chilla el otro.

            –Hagamos un trato. Aquí les dejo su “pistolita”, justo donde me la encontré. Arreglen sus asuntos y olvídense de mí. Ya sea que sobrevivan los dos o sólo uno, pero les pido que no me busquen –les digo, tomo mi bolso y las llaves del coche.

            –¡Pero yo te amo! ¡Sólo regresé por ti! –replica el más golpeado de los dos.

            –Pero me mentiste. Si hubieras confiado en mí, nada de esto hubiera ocurrido. Yo habría sabido entender y nos hubiéramos ido juntos a otra parte, donde nunca nos pudiera encontrar el otro imbécil, pero no. Quizás él lo haga manifiesto al no hacer más que repetir que soy una tonta, pero tú no eres tan diferente –le digo, salgo y cierro la casa de un portazo.

            Mientras enciendo el motor del coche creo escuchar una detonación, pero no regreso a averiguar qué pasó. Pongo la reversa, miro por el espejo retrovisor y salgo del estacionamiento sin rumbo fijo.

Sé que a partir de ahora sólo cuento conmigo, aunque también estoy consciente de que no estoy realmente sola. A pesar de que en este momento no sé que habré de decirle a mi compañero de viaje cuando tenga la edad suficiente para preguntarme por su padre, creo que para entonces sabré cómo responderle sin necesidad de más engaños, aunque le cueste trabajo creerlo, como a mí. Hasta entonces sé que sólo depende de mí asegurarme de que mi hijo no se parezca en casi nada a su padre…, o al otro.

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