domingo, 20 de noviembre de 2011

La niña

-I-

El tiempo parece que se ha detenido en la habitación. De no ser por Cristina, la enfermera que me da los medicamentos, Selene, una pequeña niña que todas las tardes viene a visitarme, y la mujer del aseo, que jamás me dirige la palabra, creo que ya hubiera pensado que soy la única persona en este hospital. El médico sólo se presentó el primer día, pero no ha vuelto, o al menos no lo ha hecho mientras he estado despierta, por lo que ignoro si pronto habrán de darme de alta, o aún tendré que estar aquí por más días. Yo me siento bastante bien, pero la incertidumbre está a punto de volverme loca.

Las noches son tan lúgubres, frías y silenciosas, que recuerdo que la primera vez que vi a la pequeña Selene, pensé que era un fantasma. Se veía tan frágil y etérea en la penumbra, que pegué un gritó que hizo que ella saliera corriendo, y no volviera hasta la noche siguiente. Para entonces yo ya estaba más tranquila y apenada por el equívoco, pero ella supo comprender y nos hicimos amigas de inmediato.

            Selene, con sólo ocho añitos encima, es muy dulce e inteligente. Según Cristina la pequeña es muy buena y obediente, aunque un poco inquieta, por lo que es muy complicado hacer que se quede toda la noche en su habitación.

            –De hecho fue mi idea el que viniera a hacerte compañía. Una noche la sorprendí siguiéndome por los corredores, y para evitar que le ocurriera algo o me distrajera de mis quehaceres, le sugerí que te viniera a conocer, pero creo que en esa ocasión resultó peor, porque regresó tan asustada del encuentro contigo que no pude separarme de ella hasta que amaneció –me confesó Cristina.

            La niña tiene cierto problema con el cerebro, lo que hace que padezca de pequeños dolores de cabeza y sea muy sensible a la luz del sol, por lo que prefiere dormir de día y escabullirse para deambular por el hospital por las noches. Es una pequeña muy valiente, pues yo no me atrevería a hacer lo mismo, y eso que le triplico la edad. Pero quizás la curiosidad es más fuerte que la prudencia, además de que la pequeña afirma que la verdadera razón por la que no le gusta pasar las noches en su cuarto es porque la espantan frecuentemente. Dice ver sombras, o escuchar susurros y lamentos que no la dejan tranquila hasta el amanecer. Por lo que prefiere tentar a la suerte entre las habitaciones de los pisos vacíos.

Cristina dice que Selene tiene mucha imaginación, por lo que cualquier sombra u ondulación de una sábana se vuelve de inmediato en un fantasma, o la respiración de algún otro paciente se transforma en un susurro o lamento de ultratumba. Pero yo no la culpo y creo que cualquiera que tuviera que vivir de noche y en penumbras en un sitio como este, terminaría viendo fantasmas hasta con las luces encendidas.

-II-

Ya pasan de las nueve y Selene no ha llegado, pero me parece que le iban a sacar una tomografía en la tarde. Sólo espero que le haya ido bien y pueda venir esta noche, o las dos nos vamos a dar “la aburrida de nuestras vidas”, pero ¿qué estoy pensando? ¡Que egoísta me he vuelto! No importa si no puede venir hoy, lo principal es su salud. Quizás mañana nos volveremos a ver.

Después de un rato Selene entra al cuarto apurada y tímidamente se disculpa por llegar tarde.

–No te preocupes corazón, pero cuéntame ¿cómo te fue? –le digo mientras ella se sienta a mi lado y me toma de la mano.

–No sé, la doctora y mis papás se veían muy contentos, pero me estuvo doliendo la cabeza mucho en la tarde. Después me quedé dormida, hasta que hace un rato desperté y me acordé que tenía que venir a verte –dice, regalándome un beso en la mejilla.

–No me hagas sentir mal, te hubieras quedado a descansar esta noche –le digo mientras ella se entretiene haciendo espirales con mi pelo.

–Te voy a extrañar cuando me vaya. A veces quisiera que jamás me dieran de alta para poder estar contigo siempre –me susurró al oído.

–No digas esas cosas, que yo tampoco tengo pensado quedarme aquí para siempre. Además, puedes venir a visitarme cuando quieras –le digo y ella sólo baja la mirada.

–Veo que ya estás otra vez con tu muñeca –dice Cristina, quien ha entrado sigilosamente en la habitación.

Yo estoy a punto de responder, pero Selene se adelanta y dice que “sí”.

–Por poco no llego, pero no podía fallarle, ya ves lo mucho que se aburre la pobre sin mí –dice la pequeña, y tanto ella como la enfermera intercambian sonrisas de complicidad, y parecen reírse de mí, hasta que les recuerdo que estamos en un hospital.

Las dos se me quedan viendo apenadas, y entonces soy yo quien se ríe a sus costillas. Luego Cristina se despide para terminar su ronda, y Selene me da un almohadazo en la cabeza.

–¿Así nos llevamos ahora? –le pregunto y la amenazo con devolverle el “cariñito”.

–¡Recuerda que estoy enfermita! –grita riendo y la señora del aseo entra intempestivamente y con un rostro muy serio. Creo que estamos en problemas.

–¡Niña! ¿Pero qué haces aquí?

–Señora, no se enfade. Cristina, la enfermera del turno le ha dado permiso –le digo, pero ella ni voltea a verme, como si no me escuchara, o yo no estuviera ahí.

–¿Cuántas veces te he dicho que no andes deambulando por los cuartos vacíos? Ahora bájate inmediatamente de esa cama. Ve tú a saber quién pudo haber muerto en este lugar. Y no me salgas con que te dio permiso la enfermera Cristina, que en paz descanse. Tus padres deberían enseñarte a respetar un poco más a los muertos. Quizás engañes a los demás con tus cuentos y fantasías, pero bien sabes que yo no creo en tus historias de fantasmas…     

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