miércoles, 30 de noviembre de 2011

Estación

Sólo llevo tres semanas como guardia de seguridad de la estación del metro, y ya empiezo a estar harto de hacer siempre lo mismo. Si tan sólo tuviera el turno de la tarde, pero no, a mí me toca hacer el trabajo de un velador. Tan pronto llega la hora en que la estación cierra sus puertas, los únicos que rondamos por sus escaleras y pasillos son el personal de intendencia y yo, con la diferencia de que ellos acaban su tarea y se marchan, pero un servidor tiene que hacer continuos recorridos por los andenes, por si algún malviviente anda por ahí.

            En la cabina de vigilancia está mi otro compañero de guardia, pero él se queda toda la noche ahí, dejándome la vigilancia física para mí solo. “Todo un honor” del cual prescindiría sin quejarme siquiera, pero al menos estoy agradecido de tener un trabajo. Incluso, cuando llego a encontrarme con alguien que ha hecho de la estación su dormitorio, no puedo evitar sentirme culpable al echarlo a la calle, pero si no lo hago, el que podría terminar durmiendo entre los andenes vacíos pudiera ser yo.

            La ronda de hoy no tiene por qué ser distinta a la de ayer, por lo que sé que me espera otra noche aburrida. Me despido de mi compañero, lo dejo viendo con un ojo los monitores y con el otro el noticiario de la noche, o al menos eso dice él, porque lo más seguro es que no esté prestándole atención a ninguna de las dos cosas y se quede dormido otra vez.

            No sé cuantas cámaras monitorean la estación, pero sólo hay un guardia para dar sus rondines. Bien podría buscar un rincón no monitoreado y dormir como uno de esos vagos, pero hace tanto frío que lo más probable es que el que la posibilidad de ser despedido fuera el menor de mis problemas.

De repente, escucho el grito de una mujer pidiendo ayuda.

¡Pero qué diablos! Se supone que ya no había nadie en los andenes. Reporto el hecho a mi compañero y me dirijo hasta el sitio donde escuché el grito

Ahí me encuentro con una joven de unos veintitantos años, vestida de tal manera que me indica que no es una de esas pobres que suelo encontrar en los corredores, sin embargo yace tirada en el suelo, aunque no inconsciente, casi como si se hubiera tropezado.

–¿Está usted bien? –le pregunto al tiempo que me le acerco para ofrecerle mi ayuda, pero ella reacciona nerviosa, casi como si me tuviera miedo.

–Tranquila, soy un guardia de la estación, no se preocupe, ya luego me explicará qué es lo que hace a estas horas por los andenes, pero ahora lo importante es ver si no se ha lesionado con la caída –le digo, pero su mirada de terror no cambia, sin embargo no parece que sea por mí, pues estira su mano y tartamudeando me grita “¡cuidado!”. Entonces giro la cabeza y logro ver una sombra que se pierde entre los corredores.

–¿Qué… es eso? –me pregunta.

–No lo sé, pero enseguida lo averiguaremos, usted quédese aquí –le digo e intento en repetidas ocasiones comunicarme con mi compañero, para que rastreé a aquel extraño, pero no consigo hacerlo.

Corro lo más rápido que puedo, pero no parece haber señales de nadie. En ese momento el comunicador se acciona y mi compañero me pregunta qué pasa. Yo le explico y él se ofrece a revisar los monitores, para poder dar con el paradero de aquel extraño. Por lo que sólo me resta volver con la joven, para ayudarla a abandonar la estación, o pedir algún tipo de asistencia médica.

Cuando llego al andén, la joven ya está de pie y se frota los brazos, como si tuviera frío. Entonces me quito la chamarra y se la ofrezco. Ella acepta tímidamente y me da las gracias.

–Acompáñeme a la salida, no se supone que deba haber usuarios a estas horas por la estación, es por su propia seguridad –le digo y ella asiente con la cabeza.

Ella es muy hermosa, no debería estar pensando eso, pero es realmente bella y su vulnerabilidad la ha vuelto irresistible. Quiero preguntarle su nombre, pedirle su número telefónico, incluso acompañarla hasta su casa, pero sé que no debo y no lo haré.

–Es usted muy amable –me dice con una sonrisa, pero yo me limito a decir que sólo cumplo con mi trabajo. Entonces vuelve a sonar mi comunicador.

–Lo siento amigo, pero creo que tu sombra fugitiva se salió con la suya, porque no he logrado localizarlo en toda la estación, tal vez fue tu imaginación o algún problema con las luces lo que te hace ver cosas –me dice mi compañero.

–¿Estás seguro? ¿Ya revisaste bien? Yo sé lo que vi y no fue ningún juego de luces o mi imaginación –le respondo, tratando de impresionar a la joven.

–Claro que estoy seguro, los monitores no mienten y los he revisado todos, de hecho en este momento te estoy viendo hablando con el comunicador. Por lo que te repito, no hay nadie en los andenes, además de ti, por cierto… ¿qué hace tu chamarra en el suelo?      

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