viernes, 18 de noviembre de 2011

El fuego del dragón

El desollador

-I-

Nadie sabe su nombre o se ha atrevido a preguntarlo siquiera, pero se le conoce como “el desollador”. Para muchos no es más que una leyenda que alguna vez han oído, pero ninguno se ha atrevido a desestimar el riesgo que su mera mención implica.

Se sabe que son muy pocos los que han admitido haberlo visto alguna vez, pero se tiene la creencia de que son muchos más los que lo han observado y preferido guardar silencio. Aquellos que afirman su existencia lo describen como un ser intimidante, rodeado de un aura de oscuridad y muerte.

Unos dicen que es un gigante vestido con la piel aún sangrante de varios animales, incluyendo la del ser humano. Otros cuentan que porta una pesada armadura hecha de huesos y carne en descomposición. Hay quienes aseguran que es un ser creado con desechos de cadáveres, o quizás sea la propia muerte vestida de terror y desamparo.

Dicen que no va armado, salvo por sus filosos dientes, poderosas garras y descomunal fuerza. Otros aseguran que carga consigo una poderosa y pestilente hacha, elaborada con los propios restos de sus víctimas. Pero también hay quienes cuentan que no le hacen falta armas, dientes, garras o herramientas porque su arte es despellejar desde adentro; penetra en tu corazón y se alimenta de tu propia maldad, rencor, odio y miedo.

Por cierto, nadie recuerda haberle visto alguna vez la mirada. Se sabe que hay quienes lo han hecho, pero lo niegan y si se les insiste en el tema se van por ahí como pequeños animales asustados por un depredador.

Hay quienes dicen que sus pisadas son las más profundas que se pueden encontrar, pero aún nadie ha dado con una sola de sus huellas. También hay los que aseguran que el suelo se estremece con cada uno de sus pasos, y hasta los árboles se hacen a un lado para no obstruir su recorrido. Hay quienes dicen que no camina como nosotros, que sus pies nunca tocan la tierra y aunque ande por los mismos senderos que uno pueda estar transitando, no se le puede ver sino hasta que ya es demasiado tarde. Por el contrario, otros aseguran que su hedor de pantano lo delata, pero resulta tan intimidante su presencia que es imposible huir de él, simplemente las piernas se acobardan a más no poder y no responden.

-II-

Desde pequeños todos hemos sabido de él. Nuestras madres nos lo presentan a través de relatos y anécdotas que la gente cuenta. Nos dicen que debemos ser buenos y obedecerles en todo, o él vendrá por nosotros y ellas no podrán hacer nada al respecto.

Es mucho más que un cuento, es una presencia real que nos ronda. Se sabe que un muchacho en alguno de los pueblos vecinos, cada semana se metía a robar a la casa de una curandera; una mujer fuerte aunque entrada en años. Al principio le robaba una o dos manzanas, pero conforme pasaron los meses, empezó a llevarse objetos cada vez más valiosos, hasta el día en que la dueña de la casa lo descubrió en el acto.

Como el pueblo era muy pequeño y todos se conocían, aquella mujer logró identificarlo de inmediato, y al no poder atraparlo en ese momento, lo denunció ante sus padres. Ellos hablaron con él, pero el muchacho negó todas las acusaciones (a pesar de que se le encontró en posesión de objetos que la mujer ni siquiera había notado que le faltaban, pero que indudablemente eran de ella). Los padres reprendieron a su hijo y él se vio obligado a devolver todo lo que había sustraído, con excepción de algunas cosas que ya había vendido en alguno de los mercados de la localidad.

Se dice que la curandera pensó que todo había quedado ahí y no informó a las autoridades. No le vio ningún sentido involucrar a nadie más, pero ya alguien se había entrometido.

Cuentan que esa misma noche aquel joven se escapó de su casa y se dirigió a la vivienda de la curandera, para vengarse de ella. Se dice que a hurtadillas entró por una de las ventanas, armado con un filoso cuchillo que le había robado a su padre (que era peletero), pero al entrar a la habitación donde dormía la vieja, en vez de encontrarse con ella se topó con algo más; con el desollador.

Nunca más se volvió a saber del muchacho y aunque se ha vuelto parte de las historias que se cuentan por todos lados, nadie sabe qué pasó realmente.

Hay voces escépticas que dicen que el muchacho simplemente se escapó y ha de andar en algún otro pueblo o reino lejano. Hay otros que creen que la curandera, harta de tantos robos y en defensa propia, lo asesino tan pronto lo descubrió en su casa, y los restos se los dio a comer a sus animales. Pero los que aseguran eso o lo otro son los menos, porque la mayoría piensa que el desollador hizo honor a su nombre, y enriqueció su colección de pieles y huesos con los restos del muchacho. Hay quienes afirman que lo desolló con sus propias manos y luego devoró sus restos. Pero no hay manera de asegurar nada de esto, pues no hubo testigos o ellos no han querido hablar al respecto.

-III-

El desollador es un ser al que hay que temer, pero también es la verdadera ley entre los pueblos, muy por encima de la corona. Es un símbolo de paz y tranquilidad para aquellos que quieren vivir de igual forma, pero también es un heraldo del miedo y la intimidación para aquellos que les gusta abusar de los otros y pretenden salir impunes de sus fechorías.

Es un fiel aliado de las madres a la hora de la crianza y educación de sus hijos. Pero también es el terror en los corazones de los que mienten y traicionan. Además de un salvador y verdugo que carga con la vida y la muerte a cuestas.

En cada pueblo hay un portal de piedra donde el desollador ha dejado su firma; una huella de sangre que nunca se seca. Se dice que cada noche él se queda a dormir en un pueblo distinto, por eso en cada uno se le ha acondicionado una vivienda para que él descanse. Ahí se le ofrece cama, comida y vino para mitigar su cansancio, hambre y sed.

Se sabe que no existe ladrón o asesino que se atreva a actuar en cualquiera de los pueblos donde el desollador hubiese dejado su huella. Como la sangre de su marca nunca se seca, los ladrones y asesinos no saben si la acaba de dejar, y en ese momento está durmiendo en ese lugar, o hace años que no pasa por ahí. Por lo que mejor no se arriesgan y siguen su camino.

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