miércoles, 30 de noviembre de 2011

¿Para qué están los amigos?

Sandra era mi mejor amiga, además de una de las chicas más guapas de la Universidad. Pero su belleza trascendía la mera apariencia, pues además era una mujer noble, gentil y de buenos sentimientos. Simplemente era imposible no sentirse atraído por sus cualidades. Para este punto quizás sobre decir que yo estaba perdidamente enamorado de ella. Sin embargo nunca le dije nada al respecto, básicamente por temor a su rechazo, y más aún, perder la hermosa relación que nos unía.

            A ella le conocí varios novios, muchos de ellos sólo la veían como un trozo de carne con el que pensaban satisfacer sus apetitos más básicos, y nada más, por lo que generalmente ella “los mandaba a volar” en  sólo una semana. Pero había uno que parecía que no la buscaba por eso, y casi podría asegurar que la veía como yo. Este muchacho se llamaba Rafael y duraron juntos por varios meses, hasta que se separaron por razones desconocidas por mí.

            En ese lapso, Sandra estaba destrozada y muy vulnerable. Recuerdo que me hablaba por teléfono todos los días, tal vez sólo para escuchar una voz amiga, y cuando nos encontrábamos en la Universidad, no se me despegaba de mí ni un instante, lo cual al principio me pareció excelente. Hasta que una tarde, en la que los dos estábamos solos en la biblioteca, ella empezó a contarme lo triste que se sentía, y lo necesitada de cariño. Luego apoyó un poco su mano en mi rodilla, y acercó tanto su rostro al mío, que yo era capaz de aspirar sus exhalaciones. Ella estaba a punto de besarme, cuando la detuve. Aún ahora pienso que eso fue una de las más grandes estupideces que he cometido en mi vida, pero en ese momento me pareció que eso era lo más adecuado, y quizás en el fondo aún piense que fue lo mejor para los dos.

            Evidentemente ella se sintió rechazada, insultada, y se marchó sin voltearme a ver, pero notoriamente molesta, mientras cada célula de mi cuerpo me reprochaba por no haber aprovechado la oportunidad de probar la dulzura de sus labios y la suavidad de su piel. Pero lo peor no fue eso, sino lo que hice a continuación; buscar al exnovio de Sandra, para convencerlo de volver con ella. Algo realmente estúpido.

            Rafael era un buen chico y se le veía tan afectado por el rompimiento con Sandra como ella, por lo que no me costó mucho trabajo sentirme identificado con él. Platicamos por horas; al principio de cosas de la Universidad, la crisis de  los partidos políticos, los constantes aumentos en el transporte colectivo, las próximas elecciones presidenciales, el rumbo de la selección nacional de futbol, el estado del tiempo, en fin, hasta que el tema “Sandra” salió a relucir.

A Rafael realmente le importaba ella, lo que no me hizo más feliz, pero seguí adelante. Honestamente yo hubiera preferido que él fuera un patán, como los otros, por lo que entonces me sentiría libre de ir a buscar a Sandra, con el ramo de flores más grande que tuvieran en la florería, y el mejor mariachi que mi bolsillo pudiera pagar.

            El caso es que al terminar de platicar con él, logré convencerlo de que buscara a Sandra y le contara todo eso que él sentía por ella. Lo cual, no sé si por suerte o desgracia mía, ocurrió esa misma tarde.

            Al día siguiente ya eran otra vez pareja y a los dos se les veía deslumbrantes caminando de la mano. Yo en cambio, me sentía el ser más miserable del mundo, además del rey de los idiotas. Hasta que más tarde me reencontré con Sandra en los pasillos de la Universidad. Ella estaba sola y me veía con unos ojos tan hermosos que aún hoy, más de veinte años después, los recuerdo y sonrío de satisfacción.

Lo que pasó después nunca lo borraré de mi memoria, aunque por momentos no esté muy seguro de si realmente pasó de esa forma, o lo he ido embelleciendo con en transcurrir del tiempo; Sandra dejó caer sus libros y cuadernos al piso, y corrió a mis brazos, luego me regaló un fugaz, pero bellísimo beso en los labios, y me dijo: “gracias por todo lo que hiciste por mi”. Después me dio otro beso en la mejilla y se despidió con un tímido: “Nos vemos luego”.

            Tal vez sobre decir que después de eso yo estaba en trance, pero aún así alcancé a despedirme con la mano en alto y le respondí, en un grito que se vio enmudecido por el barullo de los otros, “¿para qué, si no es para esto, que están los amigos?”

            Ella me sonrió, asintió con la mirada, recogió lo que había dejado caer y entró a su clase. Yo me quedé en ese pasillo, no sé por cuanto tiempo más, completamente solo…          

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