lunes, 21 de noviembre de 2011

Por un segundo

 Haz llegado más temprano de lo esperado y la oficina en donde tienes que realizar tu pago no abre sino hasta dentro de media hora. Aún así, ya hay una incipiente fila de gente que espera que den las once, pero tú no piensas hacerles compañía y te quedas por ahí, pensando que habrá muchas cosas más interesantes que observar a un grupo personas inquietas volteando a ver cada cinco minutos sus relojes.

            No muy lejos de donde estabas te topas con una exposición callejera de arte y te detienes a echar un vistazo. Las obras presentadas parecen haber sido hechas por niños, pero la composición y los detalles revelan una complejidad engañosa que te obliga a prestarle más atención. Los temas son varios: la patria, la libertad, la familia, los caballos, la naturaleza, en fin…, la vida.

            Terminas tu recorrido, pero aún te quedaste con ganas de ver más y apuntas en una pequeña hoja de papel, donde habías anotado tu número de cliente, y escribes el nombre de la artista responsable, por si tienes la oportunidad de buscar algo más de ella.

            Ha pasado el tiempo, pero aún falta para que la oficina abra sus puertas y de reojo ves que ya se han juntado más personas en la entrada. Algo te dice que te les unas, pero la experiencia te grita que busques algo mejor que hacer. Antes has visto filas interminables que esperan que las puertas se abran, sólo para desvanecerse unos pocos minutos después. ¿Para qué esperar “paradote” cuando se puede aguardar en otro lugar?

            Muy cerca de ahí ves una cafetería, con las mesas en el exterior que te invitan a ocuparlas y ordenar un capuchino caliente. Pides tu café, pagas y te sientas a hojear un folleto que te ofrecieron de camino al centro comercial. Por un segundo sientes que no tienes nada mejor que hacer y alzas la vista para vivir el momento. Unas palomas sobrevuelan, pero sabes que la sombrilla que te cubre es lo suficientemente amplia como para que te preocupes por sus desechos.

El mesero llega con tu pedido y lo recompensas con una moneda. Pareciera que el mundo ha tomado sentido sólo por ese momento. Por un segundo te colocas en el pináculo de la creación. Pero ¿por qué habrías de sentirte tan seguro? ¿Qué te hace pensar que no estás en peligro de muerte en este preciso instante?

De repente tu tranquilidad reinante ve minado su trono y volteas a ver a todos como si fueran a hacerte daño. Pero olvídate de eso, no prestes atención a aquel hombre que hace como que ve su reloj, pero no pierde de vista la billetera del de junto. Ignora a esa señora que ya ha pasado como diez veces por enfrente y no parece ir a ninguna parte. De igual modo, por un segundo has de cuenta que el peligro no proviene de los otros, y aunque cualquiera pudiera ser un asesino serial, piensa que estás en el único rincón del mundo donde nadie quiere dañarte. Es más, por un segundo bórralos de tu mente.

Ahora te encuentras solo, la oficina sigue cerrada, ya no hay gente haciendo fila, el mesero, la cajera y la mujer que iba a ninguna parte han desaparecido. Ya no hay nadie que pueda lastimarte, pero aún así ¿qué te dice que estás a salvo? Ten en cuenta que el peligro no sólo proviene de las demás personas.

Ves a tu alrededor y por un segundo temes que un muro se te venga encima. Pero ¿por qué ser melodramático? No es necesario que se te caiga un muro, bien podría ser sólo un ladrillo el que termine aplastándote la cabeza. Quizás una paloma se pare en el tabique equivocado y desencadene una serie de eventos que acaben contigo. Sigues expuesto, cual una hoja seca tambaleante que se aferra a una rama, y no se ha dado cuenta de que al árbol le ha caído un rayo y no falta mucho para que arda por completo.

Pero podrías hacer lo mismo que hiciste hace un rato e imaginarte por un segundo que no hay nada a tu alrededor, absolutamente nada.

Se han ido las palomas, los muros, el suelo e incluso tu cuerpo. Ahora flotas en ninguna parte rodeado de nada y aún así, ¿por qué habrías de sentirte a salvo? ¿Qué te dice que en cualquier momento no podrían regresar todos, o pueda aparecer una nueva amenaza que no hubieras contemplado antes?

Por un segundo te detienes a pensar, y eliminas lo que crees que es la condición fundamental para que pudiera ocurrirte algo, por lo que borras de tu mente al tiempo y el espacio.

Ahora sí. Piensas que no puede haber nada que ponga en peligro tu existencia. Pero ¿qué te hace pensar que estás a salvo? Ya no hay un tiempo en el que puedan dañarte o un lugar donde te ocurra algo, pero aún así existe la posibilidad de que todo termine.

Piénsalo bien, y por un segundo imagina que tu suerte ha sido echada desde antes de que te percataras de tu existencia. Piénsatelo otra vez, e imagina que tu historia ha terminado. ¿Quién te dice que en este preciso momento no he de ponerle un punto final a este cuento?

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