domingo, 20 de noviembre de 2011

La capa

-I-

Apenas tiene cinco años de edad, pero ya sabe qué es lo que quiere ser cuando sea grande; un superhéroe. Su más grande anhelo es combatir a los malos, ayudar al desprotegido y, sobre todas las cosas, surcar el cielo como un avión, pero sin motor o propulsores.

Hasta hace una semana había dos inconvenientes con su proyecto de vida. El primero de ellos lo resolvió fortuitamente en la casa de sus abuelos paternos.

Mientras el abuelo tomaba su siesta de las doce, la abuela y él examinaban el contenido de un viejo baúl.

–Aquí es donde guardamos los recuerdos más preciados de la infancia y juventud de tu padre. Por lo que debes ser muy cuidadoso y no tomar nada sin pedirlo primero –señaló la abuela y el pequeño asintió con la cabeza.

El baúl era el cofre de tesoros de los abuelos, pero aunque estaba repleto de todo tipo de cosas; desde carritos, muñecos rotos, discos de vinilo y hasta la foto enmarcada de la primera novia de su papá, no había nada que llamara la atención del pequeño. Hasta que la abuela sacó de una bolsa de plástico una hermosa capa negra con un forro interior rojo y tiritas de colores que le colgaban. Eso lo dejó boquiabierto.

–¿Te gusta? Esta es la capa que utilizó tu padre cuando estaba en la estudiantina del colegio –dijo la abuela y se la colocó al nieto, para que él se la viera puesta en el espejo de la recámara.

–Te ves muy guapo, como tu papá, quizás un día también te unas a una estudiantina y tengas la tuya propia –agregó y le sonrió al pequeño.

Todo ese día él estuvo jugando con la capa puesta. Podía hacerlo, tenía el permiso de sus abuelos, siempre y cuando no la ensuciara o maltratara demasiado. Para él no sólo era una prenda que le perteneciera a su padre cuando era joven, sino algo más; era una “capa mágica”. Artículo indispensable para levantar el vuelo y dar el primer paso para convertirse en un verdadero superhéroe. Aunque aún no sabía cómo hacerla funcionar, porque por más que corría por los pasillos no conseguía despegarse ni un poco del suelo. Pero estaba seguro de que algún día habría de descubrir su secreto y volaría con ella.

Al llegar la tarde y la madre por su hijo, el niño se despojó de la capa con los ojos tristes y la entregó a su abuela. Ella lo vio con ternura y no tuvo corazón para quitársela.

–¿Sabes? Ya casi no queda espacio en el viejo baúl, por lo que tomando en cuenta lo bien que la has estado cuidando, ¿por qué no la conservas tú? ¿Qué te parece? Cuídala por nosotros al menos por un tiempo, sabemos que harás un excelente trabajo. –dijo la abuela y el niño estaba que no cabía de felicidad.

Él siempre había sido muy cariñoso, pero esa tarde colmó con el doble de besos y abrazos a sus dos abuelitos, quienes sintieron que les arrancaban un trozo de vida cuando lo vieron partir con su madre. 

-II-

Hoy es un nuevo día y todo esta listo. Se ha puesto la capa, ha recogido las puntas de ésta y agita sus brazos como un murciélago, pero aún no consigue separarse del suelo. Se siente un poco frustrado, pero sabe que un superhéroe no debe rendirse nunca, pues hay miles de personas que dependen de su determinación y perseverancia.

Piensa que quizás necesita partir de una mayor altura. Entonces toma un pequeño banco de madera y se sube en él. Vuelve a intentarlo e incluso da un pequeño salto, pero no levanta el vuelo, sólo cae una y otra vez.

–Tal vez no funcionas en espacios cerrados –le dice a la capa y salen juntos al jardín, cargando con el banquito.   

            Ahora sí, no hay forma de que algo salga mal. Se para sobre el pequeño mueble y cuando está apunto de empezar el aleteo se da cuenta de que ha estado haciendo las cosas mal. Ningún superhéroe agita sus brazos para volar, sólo los levantan, toman un pequeño impulso y se elevan. Entonces lo hace de esa manera. Cierra los ojos, da un pequeño saltito, extiende sus brazos hacia enfrente y ya ésta.

            Por fin está volando, siente cómo el aire le roza la cara, alborota el pelo y hace que su capa ondeé cómo una bandera. No lo puede creer pero sabe que es cierto. Se siente en las nubes e imagina los múltiples paisajes aéreos que ha recorrido, y los miles de testigos que lo han de estar viendo surcar el cielo (atónitos) con su capa mágica. Entonces abre los ojos y ya está de vuelta sobre el banquito.

Ha sido un aterrizaje perfecto, a pesar de haberlo realizado con los ojos cerrados. Ese es el otro problemita que obstaculiza su vocación profesional. El pequeño tiene miedo a las alturas, e incluso subirse al banquito sin cerrar los ojos fue la primera proeza de hoy. Pero sabe que algún día, cuando menos se lo espere o más lo necesite, habrá de elevarse entre las nubes, portando su hermosa capa mágica y entonces sí, lo verá todo, al menos con un ojo.

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