domingo, 20 de noviembre de 2011

El cuadro

-I-

Yo no era el primer psicoterapeuta al que visitaba. De hecho ya había empezado su tratamiento con más de uno, a pesar de ser sólo una adolescente. Pero los abandonó a todos tras las primeras sesiones. Era un mal antecedente, pero prometió regresar conmigo y cumplió con su palabra.

            La citaba cada semana, pero ella venía todos los días. No llegaba a tomar sesión, sólo me pedía que la dejara ver el enorme cuadro que tengo en la pared del consultorio. Se sentaba en un pequeño banquito, desataba el listón rojo de su cola de caballo, y con él entre las manos se dejaba llevar por la pintura. En su momento no me importó, aunque admito que la primera vez me pareció un poco extraño, pero consideré que podría ser útil con su tratamiento. Al menos tenía un motivo para no dejar de asistir a la consulta.

            La pintura en el cuadro es simple y modesta, no es ninguna obra maestra o trabajo de algún genio, creo que ni firma tiene, pero posee cierto encanto enigmático. Representa un angosto pero largo sendero en un tupido bosque de pinos. Quizás lo más llamativo sean sus dimensiones, pues es tan alto que va del suelo al techo y abarca casi toda la pared. Desconozco quién pudo haber sido su dueño original, pero desde que era muy niño recuerdo haberlo visto en el muro del consultorio de mi tía Luisa, que también era mi pediatra.

En ese entonces me gustaba imaginar el destino de aquel camino. Suponía que partía del consultorio, pero el resto se perdía entre los árboles. En alguna ocasión le llegué a pedir a mi tía que me lo regalara, pero mamá se opuso y papá no dejó que contestara nada su hermana. Ella era una buena mujer y nos quería mucho, sobre todo a mí, al grado de que el día que decidió retirarse, no pensó en un mejor guardián de su cuadro que yo, que para entonces ya había terminado la carrera de psicología y estaba como agregado en el pequeño consultorio de uno de mis profesores.

            Pero tan pronto me hice de mi propio espacio, no dudé en planear la distribución de todo, tomando como base al cuadro. Algunos adornos, retratos, diplomas y libros terminaron en el desván. Pero el cuadro ha reinado desde un inicio; soberbio y triunfante en el muro principal.

 -II-

La paciente era serena y silenciosa, si no prestabas atención era muy probable que no la notaras. Pero ese no era el problema, al menos para ella. El asunto era que sentía que no encajaba en ningún sitio. Un sentimiento que es cada vez más común en casi todas las edades, estratos sociales, y no sólo en las grandes urbes. Las multitudes la agobiaban y era hostil con casi todos, pero no quería estar sola. Parecía que sólo se sentía a gusto en el consultorio, mirando por horas aquel viejo cuadro.

            Cada vez que le preguntaba qué sentía o pensaba al entrar en contacto con aquella pintura, ella se me quedaba viendo, y decía sentir y pensar “nada”.

–¿Cómo que nada? Debes experimentar algo o ¿por qué habrías de invertir tanto tiempo en observarla? –le replicaba.

–Pues no siento, ni pienso nada. La angustia se va, las presiones cotidianas se escapan, el pasado, el presente y el futuro se detienen en el sendero que va más allá de los árboles. No siento nada, casi como si no existiera y eso me hace feliz –decía ella, apenas esbozando una sonrisa.

            Ante aquella pintura, ella no se veía como una caminante, ni le importaba qué había más allá del sendero o del otro lado. Su perspectiva era distinta a la mía. Lo que le fascinaba del cuadro no era la duda sobre un hipotético destino oculto, sino la ausencia de todo aquello que día a día lapidaba su libertad.

Para mí la pintura era como la puerta de un armario, donde se podrían encontrar tesoros guardados, fantasmas olvidados y misterios por descubrir. Para ella también era una puerta, pero de escape. Era la salida que le pedía a gritos que se armara de valor y cruzara su umbral.

Deshacer la cola de caballo era un inicio, el siguiente paso habría de ser olvidarse del listón rojo que sujetaba entre las manos y seguir adelante. Una atadura a la vez, de lo contrario corría el riesgo de salir desbocada a lo desconocido y perderse en sus profundidades.

-III-

Era una buena estudiante pero de un momento a otro empezó a bajar su promedio, nada que pusiera en peligro su historial académico, pero era demasiado repentino como para pasarlo por alto. No estaba metida en drogas, ni siquiera fumaba. Pero el futuro la atormentaba a diario.

–Muchas de mis compañeras están llenas de planes, proyectos y sueños locos que se mueren por hacer realidad, pero yo no. Ya debería saber qué es lo que quiero estudiar o hacer con mi vida, pero no me llama la atención nada, ni pretendo construir algo nuevo. No es que me sea todo indiferente, pero me parece banal e insípido –decía con una mueca dibujada.

Su familia tampoco era el problema; sus padres y hermanos la apoyaban, aunque no la comprendieran del todo, y ella sentía ese estímulo, pero no le era suficiente para sentirse parte de ellos. Su infancia había sido “normal”, pero un buen día la adolescencia llegó y dejó de ser una niña, aunque aún no se sintiera como una mujer. Eso la sacó del molde en que se había formado; familia, amistades, religión, sociedad… en fin. Empezó a ver al mundo de otra manera y ya no quiso o pudo volver atrás.

Decía que se sentía como una muñeca que se había salido del empaque, y aunque quisiera regresar ya no podía, o ignoraba cómo.

–En el fondo no quiero volver a ser lo que era, aunque ignoro qué es lo que soy ahora. Pero siento que al encontrarme estoy perdiéndolo todo y me da mucho miedo. Aunque no sé a qué le temo más, si a perder lo que tengo o extraviarme en el proceso –decía con la mirada enrojecida. 

            Veía al futuro como algo infinito o indeterminado. Para muchos el mañana es incierto, otros procuran no pensar en ello o lo dan por sentado, pero para ella era eterno. Cuando se le preguntaba qué quería hacer con su vida, enmudecía, no porque no quisiera hacer nada, sino porque su perspectiva no se proyectaba a treinta, cuarenta o cincuenta años en el futuro, sino hasta que el sol se apagara y con él todo lo demás. De igual modo, no veía su presente como un despertar a la vida, o un punto de inicio, sino como un día más desde el gran estallido.

Todo era una constante. Le parecía trivial pensar en “lo que habría de ser” el día de mañana, porque decía que era como suponer que no lo fuese ya desde hoy.

–Yo ya soy “alguien”, aunque aún no sepa “qué”. ¿Por qué habría de interesarme qué seré el día de mañana? Como si “esto” que soy hoy no existiera o estuviera defectuoso. Además, no creo que lo que “actualmente” soy hubiera sido un proyecto ayer, al menos para mí. Simplemente pasó y quizás no tendrá la menor importancia el día de mañana, porque… ¿sabes una cosa? –preguntaba susurrando y con cierto aire de soberbia.

–No importa qué día del calendario sea, siempre es “hoy” –decía y asentía con la cabeza, muy segura de sí misma.

-IV-    

No tenía novio aunque no faltaba uno que otro muchacho que la cortejara, pero ella siempre terminaba por ahuyentarlos. Su frase favorita para hacerlo era:

–Hoy somos novios y ¿mañana… qué?

Nunca fallaba. Según ella los muchachos se ponían tan nerviosos que ni siquiera se atrevían a mirarla a los ojos. Le complacía hacerles saber a los demás su falta de proyección con respecto a lo eterno. Por eso me llamó tanto la atención, cuando sus padres hablaron al consultorio para cancelar todas sus citas futuras, argumentando que se había escapado con un muchacho.

Por casi dos meses la vi sentadita en frente del cuadro, en silencio y sin llamar la atención. Me hacía estar seguro de que a ella no le importaba hacia dónde conducía el sendero, porque ya lo había transitado en un sin fin de ocasiones. Apenas un día antes de irse y tomar su propio camino, la observé detenidamente, entonces me hizo pensar que quizás no podría ayudarla, porque ella no era la que estaba pidiendo ayuda.

Yo tenía muy claro que ella podría ser lo que quisiera. Era capaz e inteligente, tanto que no me creí ni por un segundo que hubiera abandonado todo por un chico. Eso no hubiera sido suficiente para ella.

-V-

Una mañana que casi no tuve pacientes, dejé el sillón y me acomodé en el banco que por tantas semanas fuera su atalaya de observación. Resultó más cómodo de lo que parecía y entonces me dejé llevar por el cuadro. Por un instante volví a sentirme como un pequeño niño y me perdí en el sin número de posibles destinos y secretos guardados tras esos árboles.

Entonces no sé por qué, pero me dejé llevar por aquel sendero y me percaté de un detalle que no creí haber visto antes. Desde pequeño había observado cada trazo y pincelada, por lo que me parecía imposible poder encontrar algo en el cuadro que me sorprendiera. Pero ahí estaba, casi al final del camino visible; un listón rojo destacaba sobre el terreno llano.

Sólo lo vi esa vez, por lo que es muy probable que me lo hubiera imaginado. Pero a veces me gusta pensar que no fue así, y que de alguna manera ella se deshizo de una buena vez de aquel listón que aprisionara su pelo, y encontró su propio sendero liberador, fuera o dentro del cuadro.

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