domingo, 20 de noviembre de 2011

El piso de arriba

Esta es mi primera noche de guardia en la recepción del hotel. Estoy muy nerviosa porque me quedaré sola y temo que pueda presentarse algún problema que no sepa cómo resolver. Sé que cuento con los dos muchachos de seguridad, pero no dejo de cruzar los dedos con la esperanza de que no ocurra algún imprevisto.

No hay muchos clientes y la mayoría son contratistas, obreros e ingenieros, que están trabajando en la nueva carretera. Los pobres llegan tan cansados, que lo único que les interesa es tener una cama y un techo donde pasar la noche.

–En el mejor de los casos, será una velada aburrida. Tráete un buen libro y un termo con café. Pero si prendes la radio no le subas mucho al volumen. Sólo ten cuidado con el huésped del tercer piso, que no dejará de llamarte para quejarse del escándalo de la habitación de arriba –dijo el jefe y me deseó buena suerte.

Entonces pensé que se estaba burlando de mí, por lo que sólo le respondí con una sonrisa.

La noche ha transcurrido tan tranquila y silenciosa, que el café no parece suficiente para mantenerme despierta. Deseo salir a tomar un poco de aire fresco para despejar la mente y fumarme un cigarrillo, pero hace tanto frío allá afuera que me tendré que conformar con tomar un dulce del mostrador. Entonces el teléfono suena.

–Soy el huésped de la habitación 312. Sé que es tarde, pero los ocupantes del piso de arriba no me dejan dormir. Ignoro qué es lo que están haciendo, pero no dejan de caminar y arrastrar los muebles por todo el cuarto. Ya subí a tocarles, pero no me hacen caso, ni siquiera me abren. Por lo que tiene que hacer algo, o me veré obligado a cambiar de hotel y exigirle que me devuelvan lo que pagué por la habitación –dice una voz de hombre, del otro lado de la línea.

Le pido que guarde la calma y me repita el número de la habitación en que se encuentra. Lo cual lo molesta aún más, pero afirma estar en la 312. Le digo que debe haber algún error, o tal vez está confundido, tratando de no ser descortés.

–Ahora me está diciendo “loco”, o que soy tan tonto que no sé ni en que habitación me hospedo. Preste atención señorita, estoy en la habitación 312 del tercer piso de este hotel. Tengo la llave del cuarto en mi mano y veo perfectamente el tres, el uno y el dos grabados en ella. Así que ¿va a hacer algo para remediar el problema o me va a comunicar con su superior?

Yo no sé qué decir, y un inesperado escalofrío recorre mi espina dorsal, erizándome la piel. El jefe me lo había advertido. Pero ¿qué puedo hacer? ¿Cómo informarle al huésped que desde hace más de cinco años no utilizamos llaves sino tarjetas para abrir los cuartos? ¿De qué manera puedo explicarle que a raíz de un incendio que consumió los tres pisos superiores, hace once años, en este hotel no hay más que dos pisos, por lo que no existe una habitación arriba de la suya, ni un tercer nivel? ¿Cómo explicarme que a pesar de saber todo esto, el lector de llamadas me diga que no me están hablando de un teléfono externo, sino de la habitación 312 de este hotel?

Entonces cuelgo el teléfono y en cuclillas tras el mostrador, deseo que no vuelva a sonar de nuevo, pero sobre todo, que el huésped del 312 no baje a hacer su reclamación.

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