domingo, 20 de noviembre de 2011

La esposa del doctor

-I-

Tania nunca supo si quería ser conocida como la esposa de Pierre, o como Madame Curie. Me imagino que es el tipo de disyuntiva con la que se tiene que aprender a vivir cuando se es profesionista y esposa de una eminencia como el doctor Marcos Luna. A ella la conocí en un congreso, yo iba como una conferencista más; con poca experiencia, mis notas bajo el brazo y más nervios que una espina dorsal. Su marido en cambio, presidía la plática magistral muy seguro de sí mismo, avalado por una docena de estudios de posgrados, y del brazo de ella.

            Tania fue alguna vez su mejor alumna. Una mujer brillante, graduada con honores y reconocida por su trabajo de investigación. Aunque después de su matrimonio no se supo nada más de ella, y sólo se le conocía como la esposa del doctor. Era como una estrella eclipsada por la brillantez de su marido, pero aún así, como una lucecita solitaria me deslumbró de inmediato.

            Mientras su esposo hablaba como quien tiene la razón de todo, o la verdad absoluta, ella lo veía con cierto desconsuelo y resignación. Constantemente volteaba a ver su reloj o dejaba escapar un suspiro. Era enigmática, poseedora de una belleza inigualable y agudo intelecto, desperdiciado por una sortija que le envolvía el dedo.

            Nunca supe de qué habló el doctor Luna en su ponencia, aunque me imagino que no sería algo distinto a lo expuesto en sus últimas tres participaciones. Yo estaba embobada en algo más interesante. Pero sí noté cuando terminó su discurso, pues de inmediato se vio rodeado por un alud de lambiscones que no conformes con las casi tres horas de conferencia, le pedían ahondar aún más en los diferentes temas, o lo felicitaban efusivamente por su claridad y elocuencia. Él estaba encantado, parecía disfrutar de toda esa atención, al grado de que salió del salón de actos rodeado de su legión de seguidores, seguro de sí mismo, avalado por una docena de doctorados, pero sin ella.

            En el brindis de clausura él era el personaje de la noche. Completamente inaccesible por la cantidad de personas que querían hablarle, plantearle algún proyecto, o simplemente adularlo. Ella en cambio, yacía sentadita en un rincón con una copa a medio llenar. Ahí fue donde realmente la conocí.

            Recuerdo que me acerqué, y ofreciéndole un canapé, le dije que no se tomara las cosas tan a pecho.

–Ser la esposa del doctor Luna en un congreso como éste, es como estar casada con John Lennon en un concierto de los Beatles –agregué y me sonrió tímidamente.

–Eso depende de si me comparas con Yoko o con su primera mujer, que nadie conoció hasta que se separó de él –dijo y yo asentí con la cabeza.

            En aquel rincón permanecimos las dos solas como si no hubiera más mundo que el pequeño espacio que compartíamos, o no nos importara lo que ocurriera con los demás. Después no se bien lo que pasó, empezamos platicando del trabajo de su marido, los aportes prácticos e implicaciones de la regeneración celular, los errores que pasaron inadvertidos de mi conferencia o nadie se tomó la molestia de señalar, hasta la razón por la que ella no presentó una propia, los prejuicios sociales, la soledad, en fin.., pero concluyó en un sorpresivo y fugaz beso en los labios.

Ella dejó caer su copa vacía, que se esparció en mil pedazos por el piso, sin que nadie más que yo lo notara. Se cubrió el rostro con las manos y se marchó de ahí a toda prisa, sin que pudiera hacer nada para detenerla.

            El barullo alrededor seguía como si nada hubiera ocurrido, al parecer no sólo Tania y yo habíamos prescindido del mundo, sino que él también había hecho lo propio con nosotras. Nadie atestiguó lo que pasó entre ella y yo, ni prestó atención cuando salí del salón tras sus pasos.

              Afuera ella estaba titiritando de frío, tratando de encender un cigarro entre las sombras de la noche. Me le acerqué con cautela, como un animal asustado. Ella estaba llorando y yo le pedí perdón por haberla besado, sin poder recordar claramente quién había besado a quién. Entonces soltó el cigarrillo sin haber logrado encenderlo, me miró fijamente como si hubiera querido perderse en mis ojos, y nos besamos otra vez. Ahora no tenía ninguna duda; ella me había besado a mí y yo… estaba encantada.

            El beso apenas duró un poco más que el primero, pero fue igual de dulce y amargo, pues cuando volví a mirarla ella tenía el mismo semblante de angustia y arrepentimiento.

–Esto no está bien. No se supone que yo haga este tipo de cosas. No soy así. Acabo de conocerte, pero creo que nunca me había sentido de esta manera con alguien, mucho menos con otra mujer. Desde hace mucho tiempo, nadie me había hecho sentir así; viva otra vez –dijo con cierto temblor en la voz.

Yo no dije nada, sólo cubrí su boca con la mía y dejé que la oscuridad y el silencio nos abrazaran a ambas.

-II-

Ese día nació algo entre nosotras. Una relación que no nos esforzamos por mantener, ni hacer crecer, pero que se ha fortalecido sola, frente a moralinas, prejuicios y demás vicisitudes. Lo cual no resultó del todo difícil, aunque sí un poco incómodo, sobre todo para ella.

            Todos los días nos veíamos en el mismo café, aprovechando que su marido estaba siempre ocupado en su laboratorio. Platicábamos de todo e incluso la había convencido de volver a la investigación, pero conmigo.

–¿Por qué no dejas a tu marido y te vienes a vivir a mi casa? Sé que no soy una eminencia como él, pero me defiendo en mi campo y sé valorar lo bueno, ámbito en el que tu marido reprueba miserablemente –le dije en alguna ocasión.

–No lo juzgues a la ligera, no siempre han sido así las cosas. Él cambió a raíz de una enfermedad que puso en peligro mi vida. Los médicos no me daban muchas esperanzas… de hecho me desahuciaron, llegando a estimarme sólo un par de meses más de vida. Pero él no se rindió nunca. Dejó atrás todos los proyectos en los que estaba trabajando y se dedicó de tiempo completo al estudio de la regeneración celular, con la esperanza de dar con la cura y salvarme. Renunció a todo, incluso a recordar la razón por la que se esforzaba tanto.      

            En ese momento supe que lo que ella sentía por él no era amor, sino admiración y agradecimiento. De alguna manera yo también, pues gracias a su trabajo llegué a conocer a Tania y por su abandono, pude tenerla entre mis brazos.

            Ella casi nunca me hablaba de su padecimiento, y cada vez que yo intentaba abordarlo cambiaba de tema o se quedaba callada, por lo que tampoco era un asunto en el que insistiera demasiado. Para mí era suficiente el poder verla a mi lado: llena de vida y feliz. Yo no sólo era su amante, sino su amiga y confidente. Conmigo era “Tania” y no “la esposa del doctor Luna”, estaba libre de etiquetas, y se mostraba honesta y cristalina en todos los sentidos. Pero aún así me ocultaba algo. Lo podía sentir en sus silencios prolongados, pero temí asustarla con preguntas impertinentes y acepté su discreción por miedo a perderla para siempre.

-III-

Después de algunos meses juntas, varias tasas de café y horas enteras tratando de convencerla de que dejara a su marido y se quedara de tiempo completo conmigo, ella accedió a regalarme una noche. No era la respuesta que yo esperaba, pero tampoco me negué a su oferta, esperando que fuera inolvidable para ambas. Creí que en la mañana siguiente hablaríamos con otra perspectiva, tomando en consideración que a diferencia de los hombres que dan cariño para obtener sexo, entre mujeres es amor y punto.

La noche fue especial y la mañana siguiente también, pero por otro motivo. Cuando desperté ella no estaba a mi lado y en su lugar yacía una hoja de papel, sobre su almohada aún tibia.

Me apresuré a buscar mis lentes y prender la lámpara del buró, pues la luz del día aún se negaba a aparecer. Una corriente helada pasó por mi espina y se alojó en la base de mi nuca cuando leí su recado. Se estaba despidiendo de mí:

            Querida Emma.

Tú me recordaste lo que es sentirse viva, pero soy una cobarde y no quiero hacerte más daño. Te amo como a nadie, pero lo nuestro es imposible. Quiero estar contigo, pero no sé qué pueda llegar a ocurrir si dejo a Marcos. No quiero lastimarte más, ni mentirte. No soy lo que tú piensas, pero espero que siempre me recuerdes de esa manera.

Tania.

            Entre lágrimas, dudas, dolor, miedo y enojo, estrujé la hoja en mi puño y la dejé caer, sólo para recogerla enseguida, extenderla sobre una mesita y apagar la luz. Repasé mentalmente cada momento que pasamos juntas, sin llegar a entender cuál había sido el problema.

Ni la ducha o el café caliente ayudaron mucho, pero un incipiente dolor de cabeza me obligó a aclarar mis ideas. El problema no podía ser entre ella y yo. Hay cosas que no se pueden fingir y lo que teníamos era especial. Pero tal vez era el triángulo que formábamos con su marido, o entre ella, su enfermedad y el doctor, donde radicaba realmente el problema.

Pensaba que quizás Tania no se encontraba tan bien de salud como lucía y decía sentirse. Tal vez ella temía que si dejaba a su esposo él suspendería su investigación o el posible tratamiento que le estuviera proporcionando.

Tenía que hablar con ella, o con él. Lo que había entre nosotras era auténtico y muy importante, como para dejarlo morir por una ambigua nota arrugada sobre una mesita. Alguno de los dos tenía que aclararme las cosas. Si todo era como suponía y su vida dependía de mi ausencia, entonces lo aceptaría y me alejaría de ambos, pero de no ser así, entonces ella me debía una buena explicación.

-IV-

Camino a su casa se me ocurrieron otras cosas. Pensé que quizás su silencio no sólo era discreción sino duda sobre lo nuestro. Tal vez su nota no había sido sincera, y para ella yo sólo era una aventura, un experimento, o algo para matar el tiempo, divertirse o darle celos a su marido. Entonces quizás hacía mal en ir a buscarla y sólo terminaría complicando más las cosas.

Por otro lado, tal vez el problema sí era el marido. Pensé que quizás él sabía de lo nuestro y la había amenazado con matarla o matarme si persistíamos con la relación. Entonces tal vez el miedo del que hablaba en su nota no era por su vida, sino por la mía. Eso no cambiaba las cosas, si el doctor la había amenazado, no podía dejarla sola con él.

Si tan solo se hubiera despedido de frente, tal y como había sido todo entre nosotras, mi cabeza no habría dado tantas vueltas, ni creado tantos fantasmas. Qué le costaba haberme dicho la noche anterior o antes de marcharse: “Emma: lo nuestro no puede seguir por… no sé…” cualquier tontería. Para darme al menos la oportunidad de replicarle o ver que lo dicho salía de su boca. En vez de dejarme una simple nota, tan llena de nada en concreto.

Yo ya estaba paranoica, pero ni la más alocada de mis ideas me hubiera podido preparar para lo que habría de saber ese día.

-V-

Cuando llegué a su casa encontré la puerta principal entreabierta. Tuve miedo, pero la terminé de abrir por completo y con mucho cuidado. Adentro anuncié mi presencia, sin saber si estaba haciendo lo correcto. Seguí adelante, dando un paso a la vez, y en repetidas ocasiones pregunté si había alguien en casa, sin obtener respuesta. Temí lo peor y saqué mi teléfono móvil para llamar a la policía. Entonces vi a Tania parada en el pasillo y dirigiéndose hacia mí, tenía un cuchillo en la mano y la ropa empapada en sangre.

–Todo era mentira… Todo… Por eso lo maté… –tartamudeó a la distancia y dejó caer el cuchillo.

Solté el celular y corrí hacía ella. Temí por el contenido de sus palabras, pero era más fuerte nuestro vínculo que mi sentido común. La tomé entre mis brazos y ella perdió el conocimiento. En ese momento pude ver el cuerpo inerte del doctor Luna en la alfombra de la habitación contigua, sobre un charco de sangre. Pude haber gritado, pero no quise llamar la atención de los vecinos.

El doctor estaba muerto y su asesina entre mis brazos e inmóvil. Había un sin número de cosas que pasaban por mi cabeza, mas no podía concentrarme en nada. Me sentía aturdida y sofocada. Tania estaba fría e inconciente, era como si no hubiera mas que muertos a mi alrededor. Entonces ella empezó a reaccionar, como quien despierta tras un largo y profundo sueño. Entre abrió los ojos y se sobresaltó al verme a su lado.

–¿Qué haces aquí? Si mi marido te ve… no sé que pueda suceder –dijo, como si no recordara nada de lo ocurrido.

            Sin miramientos, tacto o la más leve consideración, quizás por el estrés, repliqué:

–En su actual condición, no creo que al doctor le importara mucho encontrarte entre mis brazos.

En ese momento ella reaccionó.

–Lo maté, ¿no es cierto? –dijo y empezó a temblar.

Yo la abracé tratando de tranquilizarla.

–Pero él me mató primero –afirmó y pensé que lo decía de manera metafórica.

En ese momento, con su cabeza en mi pecho me dijo que el doctor no había sido su salvador, sino su verdugo.

            –Después de estar juntas, escribirte la nota y dejarte dormida, me sentí muy mal contigo y conmigo misma. No podía ver mi reflejo sin pensar que estaba cometiendo un error, mas no sería el más grave que hubiera hecho en mi vida. Sé que en ocasiones me notabas incómoda o ausente, pero no era por ti o nosotras, sino por mí. Tú eras tan abierta y honesta conmigo y yo.., bueno.., yo no lo fui siempre. Te oculté cosas de mi pasado. Detalles fundamentales que temí que te asustaran o apartaran de mí –dijo y me abrazó con fuerza, como si se aferrara al borde de un despeñadero.

            –Hace cinco años enfermé gravemente, ya te lo había dicho, los médicos no sabían qué era lo que tenía, ni cómo tratarlo. Era a mediados de marzo. Algunos me desahuciaron, casi todos. No me daban más de medio año de vida y… no se equivocaron. Tres meses después conocí la muerte –dijo y su voz me estremeció.

–No me preguntes detalles, pues no los tengo, para mí la muerte fue como un sueño pesado del que no recuerdo nada, salvo haberme perdido en una oscuridad densa e infinita, y despertar en el laboratorio de Marcos, rodeada de tubos, monitores, bolsas de suero y plasma. Una máquina bombeaba y oxigenaba mi sangre, mientras un respirador impedía que mis pulmones se colapsaran. Yo tenía mucho frío y mi vista estaba nublada. No podía mover ni un dedo, ni sentir el latido de mi corazón. Estaba sola, pero me sabía observada por múltiples cámaras que sólo apuntaban hacia mí. Después volví a perder el conocimiento –dijo y empezó a llorar.

             –Cuando recobré la consciencia ya estaba Marcos a mi lado. Según él estuve un año y medio muerta, mantenida con máquinas y químicos hasta que consiguió regresarme a la vida. Todo eso era absurdo, ni con la tecnología más vanguardista se puede burlar a la muerte, quizás retrasarla un poco, pero una vez que te atrapa no hay vuelta atrás. O al menos eso era una de las pocas verdades que consideraba irrebatibles. Pero a veces no hay nada mejor que un espejo para restregarte la realidad. Cuando él me enseñó mi reflejo, no lo podía creer. Mi cabeza estaba separada del resto del cuerpo, conectada al mismo sólo a través de mangueras y cables. Por poco pierdo la razón, pero él inyectó algo en una de las mangueras, quizás un fuerte calmante o algo así, porque todo me pareció mucho menos aberrante y traumático –dijo sin titubeos.

No parecía que me estuviera mintiendo, pero todo eso parecía una locura.

–Tardé años en volver a la normalidad. Si es que se le puede llamar de esa manera a lo que pasó después. Con base en su investigación, Marcos había desarrollado un suero que ayudaba a regenerar mi cuerpo, al grado de que ni las feas cicatrices del cuello se llegaban  a notar. La vida era distinta, incluso aún no soy capaz de percibir ciertos olores y sabores. Pero estaba viva, aunque no entendía cómo, ni por qué lo había hecho –aseguró molesta.

–Ingenuamente pensaba que lo había hecho por amor, pero poco a poco me fui haciendo a la idea de que en realidad era por ambición profesional. Porque a partir de mi… “regreso”, su carrera fue en ascenso y su cuenta bancaria también. Sus estudios empezaron a ser aplicados, en un sin número de productos clínicos y cosméticos, que satisfacían su ego de una manera que yo nunca pude complacer –dijo ya más tranquila, sin ocultar su decepción.

            –La única relación que teníamos era la misma que un oncólogo puede tener con un tumor. Ya no era su esposa, sino su objeto de estudio. Todos los días me extraía una muestra de sangre para analizarla, y me inyectaba una sustancia viscosa y traslúcida para mantenerme con vida. Así era estar de regreso y así era mi existencia hasta que te conocí. Al principio sólo fue por curiosidad, nunca había sentido algo así por una mujer, pero después me importó muy poco tu sexo y me enamoré de ti. Tú me querías por mí no por lo que corre en mis venas, o el capital y prestigio de mi marido. Lo que surgió entre nosotras era amor sin adjetivos –dijo y sólo guardó silencio para besarme en los labios.

De haber estado en cualquier otra circunstancia su beso me hubiera “hecho el día”, pero con un cadáver en la habitación de enfrente y otro entre mis brazos, la verdad no sabía qué pensar.

Todo era demasiado confuso y carente de sentido, incluso para ser un engaño. Lo único concreto era el cadáver del doctor, la confesión de su esposa y mis sentimientos hacia ella. Estaba en una disyuntiva, pues mi papel en toda esa trama habría de definirse cuando decidiera cuál de esos tres elementos habría de pasar por alto.

–No quería lastimarte, pero tampoco que supieras lo que soy. Tuve miedo de perderte, pero eso era inevitable. Pensaba que si dejaba a Marcos para estar contigo, él se negaría a proporcionarme el suero que me mantenía con vida, por lo que de todas formas te perdería. Por otro lado, tampoco creí que él me dejaría ir tan fácilmente, no porque me amara, claro está, sino porque sería renunciar a su proyecto más importante. Por eso escribí esa nota, te dejé y regresé a casa con la firme idea de encontrar algo que acabara de una vez conmigo –dijo muy segura de sí, mientras yo la miraba atónita.

            –El veneno para ratas no funcionó, sólo me hizo sentir un poco mareada y volver el estómago. En la casa no hay armas, pero de haber encontrado alguna, no creo que hubiera sido capaz de accionarla en mi contra. Los cuchillos eran una posibilidad, pero tan pronto me hice de uno tuve miedo y pensé en ti. Entonces fui al laboratorio de la casa que está en el sótano, con la esperanza de hallar algo que deshiciera lo que Marcos había logrado conmigo. Pero no encontré nada. Como si él no hubiera tenido nada que ver con mi recuperación –dijo, apretó sus puños y volteó a ver al cadáver del marido con odio.

Luego recogió el cuchillo y se abalanzó como una fiera contra él. Una y otra vez lo apuñaló frente a mis ojos incrédulos. Él ya estaba muerto, pero ella lo seguía castigando. Estaba enloquecida.

Me armé de valor y la contuve interponiéndome entre ambos, abrazándola y pegando mi cabeza contra su pecho. Ella no hizo el menor intento por agredirme, sólo dejó caer el cuchillo, correspondió el abrazo y me besó en la frente. Las dos estábamos empapadas de sangre sobre el cadáver de su marido. Ya era muy claro qué elemento había decidido pasar por alto.

–En la búsqueda de la solución final de mis problemas encontré varios discos de video. Todos fechados a partir del día de mi muerte. No sé por qué, pero puse el primero en la computadora y quedé horrorizada con su contenido. En el video aparece mi cuerpo desnudo y tendido en la mesa del laboratorio... Pero para qué te lo cuento, ¿no preferirías verlo? –preguntó y yo, después de un largo silencio, accedí tímidamente.

-VI-

Tania me llevó al laboratorio de la casa, encendió una computadora e introdujo un disco compacto. Se le veía nerviosa, no era para menos, y yo también.

–Sólo he visto uno, no tuve ánimo o estómago para ver el resto. Espero que eso sea suficiente para convencerte –señaló, tomó aire y empezó la función.

            La primera escena era tal y como me la había descrito ella, pero eso no la eximió de seguir siendo perturbadora. Ahí se le podía ver inerte y desnuda sobre una de las mesas del laboratorio. Entonces el doctor Luna apareció y empezó la clase. Tal y como si fuera una de sus conferencias, se presentó e hizo lo propio con su objeto de estudio. Señaló la edad, talla, peso, raza y hora de su muerte. Era una autopsia. Preparó los instrumentos para iniciar la disección, mientras justificaba el procedimiento, diciendo que era la única manera en que se podría comprender qué había salido mal con el proyecto inicial.

Metódicamente hizo un recuento de lo ocurrido en su experimento, desde su inicio hasta el momento de la muerte de su conejillo de indias. Con todo detalle, indicaba las sustancias que se emplearon y probaron en el espécimen, desde un año antes de su infección hasta el desenlace fatal del padecimiento, es decir, su matrimonio entero. Incluso el doctor llegó a confesar que cuando empezaron los primeros síntomas anómalos, pensó en cancelar el experimento, pero después de reflexionarlo mejor, optó por seguir adelante hasta las últimas consecuencias.

Se le veía frío, admitiendo que los resultados eran inesperados, pero los justificaba diciendo que era una oportunidad única para la ciencia, después de todo: “hasta para preparar un omelet hay que romper unos cuantos huevos”. Sólo entonces fue que empezó la disección, con un escalpelo, pinzas y una pequeña sierra eléctrica.

Ese fue el momento en que ya no pude seguir viendo. Tania también había apartado la mirada del monitor, hasta que cesó el sonido de la sierra. Entonces volví a ver, sólo para arrepentirme de inmediato, pues la imagen estaba centrada en su abdomen abierto, del que el doctor extraía una muestra que inmediatamente se puso a analizar con el microscopio.

–Que extraño, el tejido abdominal se comporta como si fuera el de un ser vivo y no un cadáver –afirmó desconcertado, cuando algo más llamó su atención.

Entonces el doctor mandó a abrir la toma de la cámara, para grabar cómo el cuerpo de su esposa se convulsionaba. El cadáver se agitaba como un pez recién sacado del agua, o como si algo le fuera a reventar. En ese momento el doctor volvió a encender la sierra y le rebanó el cuello, separando la cabeza del resto. Estaba todo salpicado de sangre y la espina superior expuesta, pero el cuerpo seguía agitándose y sus manos se abrían y cerraban. El doctor estaba mudo y había retrocedido unos cuantos pasos, pero se acercó de nuevo sólo para seguir desmembrando al inquieto cadáver.

La escena era grotesca, pero no podía dejar de observarla, como si tratara de convencerme a mí misma de que todo tenía que tratarse de una equivocación o un engaño. Me repetía en silencio y luego a gritos que eso era imposible… Una broma de mal gusto… Una locura. Luego no supe más de mí.

-VII-

Cuando desperté ella estaba a mí lado. Me hubiera gustado que las dos estuviéramos en mi casa, en la cama y que todo hubiera sido un sueño provocado por cenar más de la cuenta, pero no. Seguíamos en ese laboratorio. Tania me acariciaba la cabeza y sujetaba la mano. Aún en ese momento esperaba que todo hubiera sido una pesadilla, pero me engañaba a mí misma. Ella ya había apagado el monitor, pero el sólo hecho de estar ahí, traía a mi cabeza el recuerdo del zumbido de la sierra, el crujir de los huesos y tejidos al romperse, y la sangre por todos lados.

            Su mirada era plácida, resignada como el día que la conocí y me enamoré de ella. La sola idea de pensarla como una especie de muerto viviente me oprimía el pecho y el estómago, mas no quería dejar de sentirla a mi lado. Ignoraba qué había pasado, o por qué seguía viva y de una sola pieza después de su martirio. Pero el recuerdo del tiempo que habíamos pasado juntas era más fuerte que el miedo a conocer las elusivas respuestas.

            –Dime más –atiné a decirle, aún confundida y un poco mareada.

Ella me miró, besó la frente y tomó un respiro.

–No sé mucho más que tú. Sólo tengo teorías que no sé si algún día podré comprobar. Ni siquiera sé si estoy muerta, aunque la mera duda me sugiere que no. Quizás como resultado de los múltiples químicos que Marcos probó conmigo, mi cuerpo ha olvidado cómo morir y sólo se regenera una y otra vez. Me queda claro que él tampoco comprendía lo que había pasado, o hubiera tratado de recrearlo con alguien más. Pero sin duda supo cómo aprovecharse de las circunstancias. Mientras que yo me comportaba como una tonta desvalida, que nunca se atrevió a preguntar qué hacía con las muestras de sangre que me extraía, ni qué era lo que me suministraba a diario. En verdad llegué a pensar que él era quien me mantenía con vida –dijo sin dejar de mirar hacia la puerta.

            –A pesar de todo, una vez que supe la verdad nunca tuve intenciones de matarlo, sino abandonarlo e irme contigo. Sabía que no ganaría nada denunciándolo con las autoridades. ¿Quién me creería? Ni siquiera mostrándoles los videos. Pero cuando estaba dejando todo en su lugar, él llegó y me descubrió con los discos en la mano. Trató de inventarme mil cosas, pero yo no quise escuchar más mentiras, lo hice a un lado y salí del laboratorio. Pero él no estaba dispuesto a verme marchar. No podía perder su mina de oro. Me atajó por las escaleras y jalándome por los hombros me hizo caer –dijo, dejando escapar un suspiro.

–Pude sentir cómo el cuello se me quebró al impactar contra el piso y no me podía mover. El dolor era insoportable, pero el miedo e impotencia que sentía era aún más grande. Confiado, él bajó hasta donde me encontraba con una sonrisa de conformidad y aplaudiéndose a sí mismo. “Debí haberte inutilizado cuando tuve la oportunidad” me dijo y señaló el tonel de ácido que guardaba en el almacén. “Tal vez no sea suficiente para desintegrar tus huesos, pero sería interesante ver si puedes seguir regenerándote ahí dentro” dijo sin voltear a verme. “No necesito todo tu cuerpo para seguir con mis experimentos, quizás pueda prescindir de tu cabeza” añadió. Ignoro que dijo después, pues fue tanta su vanagloria que me dio tiempo a recuperarme y subir las escaleras sin que él lo notara. Mi cuello se había regenerado y yo ya estaba en la sala dirigiéndome a la salida. Aún me costaba trabajo coordinar los pasos, pero estaba decidida a largarme de aquí e irme contigo –dijo entre lágrimas y temblándole las manos.

            –Justo cuando piensas que ya has conocido a alguien, te das cuenta de que no tienes ni idea de quién es realmente. Estaba abrumada, asqueada y con el cuello adolorido, pero a un paso de salir de esta casa, cuando Marcos me alcanzó en el umbral con un cuchillo en la mano. Traté de defenderme, pero sólo conseguí que me hiriera los brazos y cortara la garganta. La sangre apenas contrastaba con la alfombra roja, pero brillaba sobre mi vestido blanco. Podía sentir cómo las heridas sanaban, pero sabía que él no se iba a detener ahí –hizo una pausa, tomó un profundo respiro y acarició mi cabeza.

–A rastras me regresó a la sala, cuando un auto se estacionó en frente. No sé por qué, pero supuse que era el tuyo. Traté de gritar tu nombre para advertirte, pero no pude articular palabra. Él noto mi preocupación y dejó que su imaginación llenara los espacios vacíos. “A de ser tu amante”, me dijo, con cierto brillo en los ojos. “No te sorprendas tanto, acaso creías que no iba a notar que te estabas revolcando con alguien. De hecho me divertía pensar en la cara que ese infeliz habría de poner cuando supiera que se había estado enredando con un cadáver”, agregó e intentó ir a cerrar la puerta, pero lo detuve de los pies y cayó de bruces. Me maldijo y amenazó con asesinar a mi amante, no sin antes haberlo puesto al tanto de qué clase de monstruo era yo realmente. Entonces, no sé cómo, pero le arrebaté el cuchillo y le rebané la garganta para que se callara de una buena vez. En eso llegaste tú –dijo y me abrazó con fuerza.

            Para entonces ya no me importaba si era una muerta viva o una asesina, porque era suficiente saber que era mi amor y compañera. A ninguna le había importado que las dos fuéramos del mismo sexo, entonces, ahora por qué habrían de separarnos nuestras “diferencias celulares”. Sólo quedaba un problema, deshacernos del doctor.

-VIII-

Justicia poética o no, el doctor terminó en el mismo tonel donde pensaba meter a su esposa. De hecho tenía razón, el ácido era lo suficientemente fuerte para disolver la piel, músculos y demás órganos, pero no para desintegrar los huesos.

            Tania reformateó la computadora. Borró los discos e incineró los apuntes que pudieran hacer referencia al “proyecto personal” del doctor. Luego reportó la desaparición de su marido a las autoridades y siguió con su vida. Nadie se detuvo a hacerle demasiadas preguntas, ella no era sospechosa, pues no ganaba nada con la desaparición o posible muerte del doctor. El testamento la excluía por completo, inclusive de la pensión, ya que el doctor había dejado a la Universidad como única beneficiaria.

Interrogaron al rector, directores y algunos miembros del consejo técnico y universitario, pero no les encontraron nada que los pudiera vincular con el caso. El cual nunca se cerró, pero como en la mayoría de las ocasiones, se quedó en el olvido, traspapelado o en trámite.

            Tan pronto las autoridades dieron por muerto al doctor, Tania guardó luto por un año, retomó su carrera y volvió a la Universidad como investigadora en un laboratorio distinto al mío, y ahí sigue. Al año siguiente hicimos pública nuestra relación y nos fuimos a vivir juntas. Las cosas no han sido fáciles para ninguna, aún hay muchos que nos miran mal, cuchichean o descalifican nuestro trabajo, sólo por desaprobar el estilo de vida que hemos elegido, pero no nos importa.

El doctor Luna por su parte, también volvió a la Universidad. Ahí sigue soberbio y altivo, llamando la atención con sus huesos relucientes en el despacho del director, quien lo presume orgulloso como el último donativo de la viuda de Marcos.

            Nunca supo si quería ser conocida como la esposa de Pierre, o como Madame Curie, pero eso ya no importa, porque para mí es simplemente Tania y parece que eso también es suficiente para ella.

No hay comentarios:

Publicar un comentario