Mostrando entradas con la etiqueta amor. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta amor. Mostrar todas las entradas

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Ayer

Ayer la volví a ver y me sorprendió poder reconocerla después de tanto tiempo. Hace casi diez años que no sabía nada de ella, pero ahí estaba, parada a unos ocho metros de distancia; la mujer por la que hace una década hubiera dado la vida entera por estar a su lado, pero que ayer no me provocó ni las ganas de acercarme y decirle: “hola”. No pude evitar sentir un leve hormigueo recorriendo mi cuerpo, y cierta perturbación en mis latidos, pero nada nuevo, nada por lo cual tendría que volver la mirada y añorar el pasado.

            Ella vestía un traje sastre color miel, tal vez el mismo, o uno muy parecido al que le gustaba portar cuando quería verse distinguida. De hecho es posible que sólo la haya reconocido por el traje. Recuerdo que siempre criticaba mi forma de vestir, ella predominaba elegancia a comodidad, mientras que en mi vocabulario no había cabida para el significado de la primera palabra.

            Sus zapatos combinaban armónicamente con el conjunto, y su porte me resultó inconfundible, así como la diadema con la que contenía su larga y dorada cabellera. No recordaba que tuviera tantos rizos, y me parece que su pelo era más rubio, pero la memoria a veces nos traiciona, y hace pasar por recuerdos hasta aquellos detalles que sólo sucedieron en nuestra mente.

            Su piel seguía igual de pálida que siembre, y sus ojos… resguardados tras esos anteojos de tonalidad ámbar, ni siquiera me reconocieron. Definitivamente era ella, incluso me parece que cargaba con la misma carpeta donde guardaba los poemas de amor que le llegué a escribir.

Cuando la conocí, algo dentro de mí me gritaba que me alejara de ella. Incluso un día ella me confesó que cuando me conoció, algo le decía que aún no era tiempo y que era demasiado pronto. Recuerdo que hacíamos bromas al respecto, hasta le decía que quizás deberíamos esperarnos unos diez años más, para ver si habría algo entre los dos, o no. Por supuesto que no esperamos tanto, y el tiempo que convivimos juntos fue tan bueno como malo, siendo esto último lo que terminó por separarnos unos años después. Más adelante nos reencontramos, pero ya no era lo mismo, nuestro amor estaba quebrado y aunque intentamos repararlo, ambos sabíamos que se resquebrajaría a la menor provocación. La cual nunca llegó, ni siquiera le dimos la oportunidad, simplemente nos distanciamos hasta no volvernos a ver.

Para mí ella era la “luna”, de hecho a ninguna otra mujer le volví a decir de esa manera, quizás hasta podría asegurar que después de ella no volví a ver la luna de la misma forma. “Luna” era un mote que le quedaba muy bien, no sólo por su blancura y belleza, sino también por su actitud altiva, por no hablar de su vida nocturna. De noche brillaba, de día apenas se notaba su presencia, pero ahí estaba, a sólo unos pasos de distancia, tan bonita como siempre y con esa belleza que sólo los años saben dar a las mujeres.

El caso es que ella seguía siendo la misma, pero yo ya no. Y no sólo hablo del tiempo, que ha sido igual de implacable con los dos, más bien me refiero a todo. Ella era el pasado, y si yo estaba ahí solo, era porque mi presente y futuro había ido al baño; mi esposa, el amor de mi vida, la mujer más hermosa del Universo, al menos para mí, había tomado demasiado té helado y tenía que dejarlo ir. Así como yo tenía que dejar el pasado en su lugar, y agradecer porque el destino me hubiera quitado a la luna, para regalarme a la noche en el pelo de mi mujer y al Sol con cada amanecer a su lado.

¿Para qué están los amigos?

Sandra era mi mejor amiga, además de una de las chicas más guapas de la Universidad. Pero su belleza trascendía la mera apariencia, pues además era una mujer noble, gentil y de buenos sentimientos. Simplemente era imposible no sentirse atraído por sus cualidades. Para este punto quizás sobre decir que yo estaba perdidamente enamorado de ella. Sin embargo nunca le dije nada al respecto, básicamente por temor a su rechazo, y más aún, perder la hermosa relación que nos unía.

            A ella le conocí varios novios, muchos de ellos sólo la veían como un trozo de carne con el que pensaban satisfacer sus apetitos más básicos, y nada más, por lo que generalmente ella “los mandaba a volar” en  sólo una semana. Pero había uno que parecía que no la buscaba por eso, y casi podría asegurar que la veía como yo. Este muchacho se llamaba Rafael y duraron juntos por varios meses, hasta que se separaron por razones desconocidas por mí.

            En ese lapso, Sandra estaba destrozada y muy vulnerable. Recuerdo que me hablaba por teléfono todos los días, tal vez sólo para escuchar una voz amiga, y cuando nos encontrábamos en la Universidad, no se me despegaba de mí ni un instante, lo cual al principio me pareció excelente. Hasta que una tarde, en la que los dos estábamos solos en la biblioteca, ella empezó a contarme lo triste que se sentía, y lo necesitada de cariño. Luego apoyó un poco su mano en mi rodilla, y acercó tanto su rostro al mío, que yo era capaz de aspirar sus exhalaciones. Ella estaba a punto de besarme, cuando la detuve. Aún ahora pienso que eso fue una de las más grandes estupideces que he cometido en mi vida, pero en ese momento me pareció que eso era lo más adecuado, y quizás en el fondo aún piense que fue lo mejor para los dos.

            Evidentemente ella se sintió rechazada, insultada, y se marchó sin voltearme a ver, pero notoriamente molesta, mientras cada célula de mi cuerpo me reprochaba por no haber aprovechado la oportunidad de probar la dulzura de sus labios y la suavidad de su piel. Pero lo peor no fue eso, sino lo que hice a continuación; buscar al exnovio de Sandra, para convencerlo de volver con ella. Algo realmente estúpido.

            Rafael era un buen chico y se le veía tan afectado por el rompimiento con Sandra como ella, por lo que no me costó mucho trabajo sentirme identificado con él. Platicamos por horas; al principio de cosas de la Universidad, la crisis de  los partidos políticos, los constantes aumentos en el transporte colectivo, las próximas elecciones presidenciales, el rumbo de la selección nacional de futbol, el estado del tiempo, en fin, hasta que el tema “Sandra” salió a relucir.

A Rafael realmente le importaba ella, lo que no me hizo más feliz, pero seguí adelante. Honestamente yo hubiera preferido que él fuera un patán, como los otros, por lo que entonces me sentiría libre de ir a buscar a Sandra, con el ramo de flores más grande que tuvieran en la florería, y el mejor mariachi que mi bolsillo pudiera pagar.

            El caso es que al terminar de platicar con él, logré convencerlo de que buscara a Sandra y le contara todo eso que él sentía por ella. Lo cual, no sé si por suerte o desgracia mía, ocurrió esa misma tarde.

            Al día siguiente ya eran otra vez pareja y a los dos se les veía deslumbrantes caminando de la mano. Yo en cambio, me sentía el ser más miserable del mundo, además del rey de los idiotas. Hasta que más tarde me reencontré con Sandra en los pasillos de la Universidad. Ella estaba sola y me veía con unos ojos tan hermosos que aún hoy, más de veinte años después, los recuerdo y sonrío de satisfacción.

Lo que pasó después nunca lo borraré de mi memoria, aunque por momentos no esté muy seguro de si realmente pasó de esa forma, o lo he ido embelleciendo con en transcurrir del tiempo; Sandra dejó caer sus libros y cuadernos al piso, y corrió a mis brazos, luego me regaló un fugaz, pero bellísimo beso en los labios, y me dijo: “gracias por todo lo que hiciste por mi”. Después me dio otro beso en la mejilla y se despidió con un tímido: “Nos vemos luego”.

            Tal vez sobre decir que después de eso yo estaba en trance, pero aún así alcancé a despedirme con la mano en alto y le respondí, en un grito que se vio enmudecido por el barullo de los otros, “¿para qué, si no es para esto, que están los amigos?”

            Ella me sonrió, asintió con la mirada, recogió lo que había dejado caer y entró a su clase. Yo me quedé en ese pasillo, no sé por cuanto tiempo más, completamente solo…          

domingo, 20 de noviembre de 2011

Una de dos

-I-

Yaneth ha estado fuera de casa por más de tres meses, y aunque las experiencias vividas en el extranjero le resultaron excitantes, y en su oficina están muy contentos con su papel desempeñado en los distintos foros donde se presentó, nunca antes se había demorado tanto y se muere de ganas de volver a su patria, ver sus cielos nublados, caminar por sus calles atestadas de gente y estar junto a él.

            Si todo sale bien, mañana por la noche habrá de despegar su vuelo y sólo le restará esperar las casi treinta horas que habrá de durar el mismo para volver a su tierra. Tiene su boleto en la mano y ya no hay forma de que la empresa para la que trabaja la convenza de permanecer un solo día más. Ella ha hecho más de lo pactado y sabe que llegando a casa la estarán esperando unas merecidas vacaciones, un más que justificado ascenso y él. A quién ya le habló por teléfono, y aunque no lo encontró en casa le dejó dicho en la máquina contestadora el nombre de la aerolínea, el número de vuelo, el asiento, el día y la hora de llegada.    

            Con las maletas listas y esperándola en la habitación de hotel, Yaneth se ha tomado la mañana libre para salir de compras y despedirse de la ciudad que le dio cama, alimento y cobijo por tantos días. La calle es la misma que cada mañana ha visto por tres meses, pero ahora la ve con otros ojos, o mejor dicho, desde otro mirador. Sabe que tal vez nunca más volverá a recorrerla, pero lo acepta con una sonrisa de satisfacción.

            Sin un rumbo en concreto, Yaneth camina y a cada pisada le dice adiós a las calles que han visto cómo su andar pausado e inseguro de extranjera, ha cedido su espacio a una marcha firme y decidida. En el trayecto se encuentra con fuentes y monumentos que no volverá a ver, salvo en su memoria y en las fotos que en este momento se detiene a tomar.

Se despide del señor que cada mañana le vendía el periódico y de la señora que todos los días sacaba a pasear a su perro. Se acabaron las lecciones de lenguas extranjeras y al final sólo les dice “adiós”, mientras ellos le responden algo parecido a “gracias”.

            Yaneth pasa de aparador en aparador, sin poder encontrar el souvenir perfecto para su amado. Se imagina que él ya ha oído el mensaje que le dejó grabado y quizás en este mismo momento esté preparando todo para darle la bienvenida. Tal vez la lleve a cenar a ese lugar tan bonito donde no te dejan entrar sin corbata, o quizás él mismo preparará un banquete en casa. Piensa que habrá de encontrar su hogar impecable, lleno de flores de colores, aunque se conforma con que él la esté esperando en el aeropuerto con un ramo de gladiolas blancas, tulipanes de colores, o dalias. Pero se detiene un segundo y lo piensa otra vez. No, realmente lo único que quiere es verlo pacientemente sentado, o desesperado y pendiente del monitor de llegadas, recorriendo de un lado a otro la sala de espera con las manos vacías, para así tener la oportunidad de llenarlas con toda ella, soltar sus maletas y llenar las suyas con él.      

-II-

Damián ha estado separado del amor de su vida por demasiado tiempo. No fue un conflicto de pareja la causa de su alejamiento, sino el trabajo de ambos. Por lo general él es el que se ausenta por semanas, pero en esta ocasión ha sido ella la que salió del país a representar a la compañía para la que trabaja en el extranjero. Su amada estaría fuera por unos cuantos meses y aunque él sabía que habría de extrañarla como nunca, también era consciente de que era una oportunidad que ella no podía dejar pasar. Él velaría por su hogar en su ausencia, y ella sabía que a su vuelta él estaría esperándola con ganas de abrazarla.

            Se han mantenido en contacto por teléfono y aunque no es lo mismo, él ha estado al tanto de lo bien que le ha ido a ella y le ha podido manifestar lo orgulloso que se siente por su éxito, haciéndole saber que cuenta con su incondicional apoyo. La extraña muchísimo, pero sabe que por cada día que pasa está a uno menos de esperar su retorno.

            Hoy ella le habló a la casa, pero él no estaba, el tráfico lo atrapó por casi dos horas, pero cuando regresó a su hogar, toda esa rabia y frustración que almacenó frente al volante, se disiparon al escuchar en la máquina contestadora la voz de su amada, informándole que mañana por la noche (de allá) saldría su vuelo y si todo salía bien, ella estaría de regreso en un día y medio.

            Por semanas Damián ha pensado mil y un formas en que habría de darle la bienvenida al amor de su vida, pero ahora no sabe cómo empezar. Ha sido un día muy largo y está cansado, pero el sueño se le escabulle pensando que muy pronto ese espacio vacío a un lado de su almohada habrá de llenarse de nuevo. Cierra los ojos y se imagina que ella ya descansa a su lado, sólo así puede despejar su cabeza y descansar.

            A la mañana siguiente se despierta de un brinco al escuchar el despertador, y deja para otro día esos cinco minutos extras que siempre se regala, porque sabe que sólo tiene un día para prepararlo todo. Revisa su agenda, discierne qué reuniones puede cancelar hoy y reprograma sus actividades para tener el tiempo suficiente para dejar impecable la casa, comprar las flores que habrá de poner en el comedor y la recámara, así como los ingredientes necesarios para preparar el platillo favorito de su amada. Ahorraría tiempo si en vez de preparar todo la llevara a cenar a ese lugar tan bonito donde le propuso matrimonio, pero él cree que después de tanto tiempo fuera, comiendo en todo tipo de lugares y siendo atendida por desconocidos, lo mejor es que su amor se sienta como una reina, pero en su propio castillo.

            Ya encargó el ramo de gladiolas blancas con el que habrá de esperarla en el aeropuerto, un vino rosado aguarda en la mesa, la verdura está lavada y picada en un refractario, la carne se está marinando en una charola, la salsa de tomate y especias esperan en la licuadora y ya sólo es cuestión de poner todo junto para tener lista la cena, pero eso será hasta que él regrese con ella, mientras tanto lo guarda todo y lo pone a enfriar en la nevera.     

-III-

Después de varias horas de vuelo y un pequeño retraso en la entrega del equipaje, Yaneth vuelve al lugar que la viera partir hace tanto tiempo. La sala de espera es un mar de gente que agita las manos o carga letreros con nombres extranjeros escritos. Se ven caras largas y pendientes del reloj, otros rebosan de júbilo al identificar al ser querido que tanto han estado esperando, pero entre todas ellas no está la de él.

            Damián llega un poco tarde, por culpa de un camión descompuesto que bloqueó la calle por media hora. Lo primero que hace es ver el monitor de llegadas y constata que el vuelo de su mujer ya ha tocado tierra. Ansioso y con un ramo de gladiolas entre las manos, aguarda localizar a su amada entre la multitud de pasajeros que ingresan.

            Yaneth hecha una segunda mirada y se llena de emoción al ver a un hombre con un hermoso ramo de flores en su poder, pero se desanima cuando se da cuenta de que no es él. Mira el reloj, jala sus maletas y busca un lugar adecuado para esperar que él llegue.

            Después de un par de minutos, Damián localiza a su amada y tan pronto ella lo ve, se borra de su cara toda expresión de cansancio y se dibuja una sonrisa condimentada por un par de lágrimas de felicidad que resbalan por sus mejillas. Se abrazan y besan como si no quisieran volver a separarse de nuevo, al punto de que Damián por poco olvida el ramo de flores que trajo para ella. Su amada lo ve, pero prefiere perder su mirada en los ojos de su esposo que contemplar la belleza de su regalo.

            –Yo también te traje un obsequio, de hecho dos. Un hermoso abrigo para el invierno y unas botas muy sexys –le dice ella muy sonriente.

            –Gracias por el abrigo, pero sabes que yo no sé usar botas –él replica cariñosamente.

            –Lo sé, por eso las compre para mí, pero es para que tú me las veas puestas –le dice, mientras ambos recogen las maletas y se alejan de ese lugar.

            Yaneth los ve pasar y no puede evitar sentir un poco de envidia. Voltea a ver su reloj y espera. Vuelve a revisar si tiene encendido su teléfono celular y marca al número de su pareja. Pero nadie contesta. Habla a su casa y la respuesta es la misma. Se preocupa y piensa que tal vez algo malo le ha ocurrido.

            Ha pasado una hora, ya no queda ninguno de los pasajeros con los que había viajado y tampoco son los mismos los que esperan, salvo los maleteros, o los que promocionan algún hotel, o rentan coches. Desanimada, vuelve a marcar al mismo teléfono celular hasta que una voz joven de mujer le contesta. Sorprendida, Yaneth pregunta por su amado y su interlocutora le pide que espere un minuto.

–¡Amor, te llaman por teléfono! –alcanza a escuchar del otro lado de la línea y cuelga.

Con los ojos enrojecidos estrella el teléfono contra el piso, voltea a ver el enorme reloj que cuelga de la pared y se marcha arrastrando las maletas.

Sabe que nadie habrá de venir por ella.      

El tatuaje

-I-

Iztyel es la encargada del mostrador de la tienda de videos donde trabajo como cajero. No tengo mucho tiempo de conocerla y ni siquiera podría jactarme de ser su amigo, pero hay algo dentro de ella que me resulta irresistible. No es más guapa o amable que mis demás compañeras, y de hecho muchas veces me ha dejado con la mano extendida o la palabra en la boca cuando la saludo, pero creo que estoy enamorado de ella.

Tal vez Iztyel ni siquiera haya notado mi existencia, pero yo no dejo de pensar en ella y se ha vuelto una obsesión que me quita el hambre, el sueño y las ganas de hacer cualquier cosa que no sea estar a su lado, oler su perfume, o perder mi mirada entre los rasgos de su cara y los delicados pliegues de su uniforme ceñido al cuerpo.

A veces pienso que me ignora o evita apropósito, pero quizás creer eso sea darme demasiada importancia. Tal vez debería intentar decirle algo, pero cada vez que tengo la oportunidad de acercarme a ella, otra cosa o alguien más llama su atención, o los nervios me dominan, y no alcanzo a decir ni una sola palabra que tenga un poco de coherencia.

En ocasiones practico por horas todo un discurso que le permita saber lo que siento por ella. Camino al trabajo lo repaso una y otra vez, con la intensión de no parecer un completo idiota. Entonces entro al establecimiento con la seguridad de un soldado que no sabe si habrá de regresar vivo a casa, pero tan pronto la veo me convierto en una cucaracha que ha sido sorprendida por la luz de la cocina. No hallo donde esconderme y lo enorme que me parece la tienda cada vez que me toca hacer el aseo, se reduce exponencialmente y temo mover un solo músculo por miedo a derribar algo.

Rendirme no es una opción que pueda aceptar cómodamente, aunque tal vez no tenga más remedio que reconocer que nunca seré para Iztyel lo que ella significa para mí, porque lo mío no sólo es enamoramiento, y quizás tampoco sea amor o deseo, sino admiración devota. Ella es mucho más que una mujer para mí; es una Diosa. La cuestión es ¿cómo le puede hacer un gusano como yo para llegar a semejante altura?

Si tan sólo fuera una oruga sabría que al menos existe la posibilidad de que un día despertara con alas, pero no lo soy y tampoco creo que Iztyel encuentre atractiva a una mariposa. Su estilo es más bien oscuro, como sus ojos y pelo. Sé que le gustan las películas de terror (porque en varias ocasiones la he escuchado hablar al respecto con otras compañeras), vestir de negro y adornar sus cosas con distintivos de calaveras, pero creo que es sólo una pose, o una especie de disfraz.

Así como hay animales que se confunden con su entorno o utilizan alguna parte de su cuerpo como carnada para atraer a sus presas, ella emplea esa imagen oscura para atraer a cierto tipo de personas. Lo creo porque todos los chicos con los que la he visto salir visten de esa manera. Algunos son altos, otros bajos, flacos, gordos, musculosos, enclenques, en fin… de todo, pero su único factor en común es su vestuario y los tatuajes.

Por lo que si quiero tener al menos una oportunidad con ella, lo que tendré que hacer es seguir su misma táctica y disfrazarme también.

-II-

El disfraz está completo y por primera vez en el año que llevo trabajando con ella, Iztyel me devolvió el saludo cuando le dí los “buenos días”.

–¿Qué te hiciste que te noto distinto? –me pregunta con cierto brillo en la mirada.

Yo sigo con mi papel, y aunque me tiemblan las rodillas le respondo que “nada”, que sólo he dejado salir mi verdadera personalidad. Ella me sonríe y regala un fugaz beso en la mejilla, mientras yo siento que el suelo se vuelve de mantequilla derretida.

Todo ha sido un éxito. Al fin pude conversar con ella sin sentir que estaba haciendo el ridículo, además de que había averiguado que estaba equivocado con mi percepción, porque ella no sólo sí sabía quién era yo, sino que me había prestado más atención de la que suponía, ya que notó el cambio, y lo mejor de todo; pude sentir como sus fríos labios se posaron una décima de segundo sobre mi mejilla.

Este día está destinado a convertirse en el más glorioso de mi vida, pero cuando termino de juntar el valor suficiente para dar el siguiente paso, alcanzo a escuchar que Arely, una de las compañeras de trabajo, platica con ella.

–Pero ¿qué tanto le ves a todos esos chicos con los que sales? –le pregunta incisivamente a Iztyel, mientras yo me escondo tras el mostrador.

–Admito que algunos de ellos son atractivos, pero con toda esa vestimenta y accesorios, ¿cómo sabes dónde está la sustancia? –agrega Arely sin percatarse o importarle que yo pudiera estar escuchando.

–No he salido con ellos por su atuendo o aspecto. A mí me interesa lo que subyace más allá de su apariencia, pero no hablo del alma o cosas así, sino en aquello que nace en su pensamiento y se expresa libre, pero atrapado en su propia piel –le dice Iztyel, dejándola muda y confundida.

–Pero no me veas así mujer, que sólo intento decirte que lo que más me llama la atención de ellos son sus tatuajes. Por mí podrían venir vestidos de traje sastre o delantal, lo que me parece irresistible son los dibujos que visten su piel desnuda, e imaginarme la infinidad de razones que pudieron haber tenido para hacerse una marca semejante –responde Iztyel con una sonrisa.

–El asunto es que me enamoro de sus tatuajes y me entretengo imaginando su significado. Lo malo es que cuando ellos me explican los verdaderos motivos por los que se los realizaron, termino tan desencantada que no quiero saber nada más de ellos. Es que me dan unas razones tan burdas que en muchas ocasiones demeritan la belleza de los propios dibujos que portan. Los hay quienes se los hicieron porque les gustó el concepto, o para ser aceptados en un grupo determinado, o por moda. Hasta aquellos que después de una noche de fiesta despertaron con algo más que una extraña en su cama y una fuerte resaca –agrega con una mueca, mientras Arely le sonríe y ambas vuelven a su posición de trabajo.

Yo me alejo del mostrador inmediatamente, antes de que noten que las he estado escuchando. Entonces comprendo que aunque había sido un buen comienzo, la vestimenta no es suficiente para tener alguna oportunidad de salir con ella. Para alcanzar mi objetivo hace falta algo mucho más doloroso e imperecedero que eso; necesito un tatuaje.

-III-

Pensar es una cosa y hacerlo es otra muy diferente. No es que ella no valga cualquier sacrificio que pudiera llegar a hacer, pero si me sale el tiro por la culata, e Iztyel me manda al diablo como al resto de tatuados con los que ha salido, entonces tendría sobre mi piel un recuerdo permanente de mi soberana estupidez.

Pero si no hago nada habré fracasado sin intentarlo siquiera. Aunque una cosa es vestir de negro y portar algunas cadenas o efigies con el rostro de la muerte, y otra muy distinta es marcarse la piel de por vida.

Tiene que haber otra manera, sólo que no se me ocurre nada en este momento. No puede ser uno de esos tatuajes temporales, porque en el remoto caso de que no lo notara y todo saliera de maravilla, el dibujo se iría y con él mi credibilidad ante ella.

Entonces está decidido, si quiero atrapar a mi presa no sólo tengo que llamar su atención, sino volverme irresistible para ella. Por lo que habré de tatuarme la piel. Ahora el problema es escoger el dibujo y el área de mi cuerpo que habré de ofrendar a mi Diosa.

Con más corazón que sesos, resuelvo el primero de mis problemas con relativa facilidad. Si Iztyel es la razón de mi tatuaje entonces ella habrá de ser el “motivo” que he de plasmar sobre mi piel. Por lo que no lo pienso demasiado y me robo por un instante la foto que aparece en el cuadro de honor de la tienda, con la intensión de sacarle una copia a color en la primera papelería que encuentre abierta.

Nadie parece notar la ausencia del retrato, mientras yo salgo con el pretexto de ir por un poco de agua a la tienda de enfrente.

Cruzo la acera, compro una botella de agua y me escabullo en pos de una fotocopiadora.

La suerte me persigue, porque soy el único cliente en la primera papelería que me encuentro. En menos de un minuto ya tengo la copia y vuelvo corriendo al trabajo. Espero que así de bien marche todo este día.

Con el retrato en su lugar y la fotocopia en mi mochila, sólo espero que llegue la hora de la salida para ir a mi casa por todos mis ahorros y buscar a un artista del tatuaje que sea capaz de reproducir la belleza de mi amada sobre mi piel.

-IV-

Después de recorrer media docena de lugares, por fin encuentro uno que se ajusta a mis requerimientos, sin sobrepasar lo que cargo en el bolsillo. Ante la mujer que ha de tatuarme, una dama con más tatuajes que líneas de expresión, expongo lo que quiero y le enseño la foto.

Con un simple vistazo, ella hace un boceto en un papel y me lo presenta casi de inmediato. El dibujo es hermoso. El rostro trazado parece tener vida propia y las letras que forman su nombre lucen como alas en pleno vuelo.

–¡Eso es! ¡Eso es lo que quiero! –le digo sin pestañear.

–¡Dibújalo en mi pecho! –agrego haciendo oídos sordos a una vocecita que desde adentro de mi cabeza me dice que lo piense mejor y que vuelva más tarde.

Entonces paso a una salita donde me quito la camisa y me recuesto sobre una especie de mesa reclinable. Ella calca el diseño sobre mi piel y tan pronto echa a andar la máquina tatuadora, yo quisiera volverme de humo, pero ya es demasiado tarde. Como cuando vas con el dentista y ya sentado en la silla y medio anestesiado, ves que saca un pequeño taladro y quisieras no haber entrado nunca al consultorio, con la diferencia de que yo no estaba anestesiado, y no sólo puedo escuchar el “rrrrr” de la máquina, sino también ver y sentir los múltiples piquetes de su aguja sobre mi pecho.

-V-

El trabajo se demora unas cuantas horas según mi reloj, aunque para mí pecho parecieran semanas enteras de suplicio interminable. Pero valió la pena y el dinero invertido, porque el tatuaje terminado es muy superior a mis expectativas y al boceto que se me había presentado originalmente.

            Incluso, mientras veo reflejado el trabajo terminado en los espejos del local, siento que mi pecho ha dejado de ser mío, y ahora le pertenece a ella, como si en el mismo momento en que tatué su rostro en mi piel, ésta hubiera dejado de ser mía y fuera sólo suya. De pronto comprendo la sensación de pertenencia que experimentan aquellas personas que marcan su piel por cuestiones rituales. Al igual que ellos yo había hecho una ofrenda a un ser superior. No la estaba haciendo mía, más bien me había vuelto suyo para siempre.  

Independientemente de si el tatuaje habrá de ser suficiente para impresionar a Iztyel o se volverá un recordatorio permanente de mi mal juicio, creo que lo que porto en el pecho es digno de ser exhibido sin tapujos. De convertirse en un error indeleble, será uno que portaré con orgullo hasta el día de mi muerte.

-VI-

 Hoy Iztyel luce más hermosa que nunca y yo estoy tan nervioso como siempre. Dejé la camiseta negra en casa y porto una con botones al frente, en espera del momento oportuno de hacer mi gran revelación, aunque éste parece no llegar nunca.

            Por fin, casi apunto de cerrar, ella se queda sola inventariando unas cuantas películas nuevas. Todos se van pero yo me ofrezco a ayudarla y ella accede gustosa.

            –Gracias por quedarte, no sólo me estás dando una mano, sino que también me brindas la oportunidad de conocernos mejor –dice mientras me pide que acomode los videos ya marcados en los estantes vacíos.

            –¿Sabes? El otro día que hablamos también estuve conversando con Arely y creo que ambas pláticas me abrieron un poco los ojos –dice mientras yo sigo acomodando las cajas de películas, sin dejar de verme interesado en lo que me cuenta.

            –Creo que he pasado mucho tiempo buscando aquello que me satisfaga plenamente, cuando bien sé que eso es imposible –dice y yo dejo de acomodar y le presto toda mi atención.

–He tratado de encontrar aquello que me falta, pero desconozco qué es lo que tengo. Me siento como una coleccionista que toma un poco de cada cosa y sigue buscando algo nuevo, sin darle un verdadero valor a aquello que ya posee. Pero en el momento en que lo hago y tomo consciencia de aquello que creo poseer, me percato de que todo eso no me dice nada de quién soy realmente, o se me presenta vacío, ausente o ajeno –dice y se sienta en el suelo, como si no le fuera posible continuar de pie.

Yo trato de incorporarla pero ella me pide que la deje ahí y la siga escuchando.

–Me convertí en un ser despreciable, un monstruo devorador e insaciable de sueños ajenos. Y en verdad ése nunca fue mi objetivo, aunque si te hubiera contado esto hace sólo unos cuantos días, quizás te habría dicho que era algo inevitable, pero hoy no. El día que platiqué contigo y Arely, me esforcé un poco por ver más allá de las cadenas, vestimentas negras, calaveras y tatuajes. Sin que tú lo notaras te despojé mentalmente de todo eso, así como de tu piel, carne y huesos. Me fijé sólo en la manera en que me mirabas, tus gestos y gentilezas para conmigo. Entonces me enamoré de lo que vi, y lo sentí mío –dice y yo siento que el piso se derrite.

–No sé si estoy malinterpretando las cosas y tú eres así con todo el mundo, pero me gustó sentir eso –concluye y yo no sé qué decir, y dejo que el silencio se esparza como la luz, al tiempo que ella me mira a los ojos y extiende su mano para que le ayude a ponerse de pie.

Entonces la ayudo. Ella sacude su uniforme, baja la mirada y me pide que la perdone por ser tan imprudente.

Entonces ya no puedo más, y cual héroe de historieta, me abro la camisa y la dejo ver su rostro y nombre tatuados en mi pecho. Ella se cubre la boca con ambas manos y sus ojos enrojecidos se humedecen hasta dejar escapar unas cuantas lágrimas.

–Por fin te he encontrado –susurra incrédulamente.

–Así es, soy tuyo, siempre lo he sido y siempre lo seré –le atino a decir antes de que ella me calle con un beso.

-VII-

Aún me cuesta creer todo lo que ha ocurrido estos últimos días y menos aún que después de pasar horas caminando y platicando por las calles, Iztyel me hubiera invitado a conocer su casa.

            El rumbo es más iluminado y tranquilo que el que suelo recorrer para llegar a donde vivo. Hay guardias que vigilan una reja rodeada de árboles que impiden ver hacia dentro. Tan pronto un vigilante reconoce a Iztyel nos abre la puerta y regala las “buenas noches”, al tiempo que pasamos, y vuelve a cerrarla tras nosotros.

Adentro todo parece distinto, si no recordara por donde hemos venido podría jurar que ya no es parte de la ciudad, pues las casas no están pegadas las unas a las otras y los pocos vecinos que vemos (paseando al perro o regando los jardines), nos saludan afectuosamente.

            –Para vivir en una zona tan exclusiva como ésta, me doy cuenta de que no trabajas por necesidad –le digo tratando de no ser descortés.

            –Por necesidad no, pero sólo así se puede conocer a más gente –responde y sonríe, mientras yo guardo silencio.

            –Aquí es, ésta es mi casa. ¿Qué te parece? –pregunta al abrir la puerta.

–No está mal, aunque has te tener una familia muy grande para poder ocupar todos estos cuartos –respondo, tratando de averiguar si estaríamos solos.

Ella adivina mi intención y con un susurro en el oído me dice que no me preocupe.

–Sólo nosotros dos estaremos esta noche… y las que siguen. Vivo sola y aunque el lugar es de mi familia, ellos ahora viven muy lejos de aquí, y las demás casas están lo suficientemente retiradas como para que los vecinos pudieran enterarse de lo que pueda ocurrir en esta casa. Eso sólo lo atestiguaremos tú, yo y las paredes –responde maliciosamente.

El interior de la casa es más amplio de lo que pueda apreciarse por fuera, sobre todo porque carece de muebles. Las luces están pegadas a la pared y me da la impresión de ser más un museo que una vivienda, porque las lámparas están enfocadas en ángulo, de tal forma que sólo alumbran los cuadros que cuelgan, sin iluminarlos directamente.

–Veo que te gusta el arte, aunque no parece que te agrade estar sentada o ver por dónde caminas –le digo en espera de una posible explicación.

–Para qué quiero muebles, si lo verdaderamente importante es lo que está pegado en las paredes. Tengo pinturas clásicas, góticas, renacentistas, arte moderno, realismo, hiperrealismo, surrealismo, cubismo, dadaísmo y hasta pop. Pero lo que más atesoro lo tengo reservado en otro sitio; en mi habitación –dice, me toma con firmeza de la mano y subimos por unas largas escaleras de mármol.

–No te gusta andar con rodeos ¿verdad? –le comento mientras subimos.

–Para qué postergar lo que tú y yo queremos –responde al tiempo que aprieta con fuerza mi mano.

La habitación está casi tan desprovista de muebles como el resto de la casa, sólo tiene un tocador, el ropero, la cama y… aquí también las paredes están tapizadas de dibujos, pero muy diferentes…

Horrorizado, como un balde de agua sobre mi cabeza, me percato de que los inusuales motivos representados en esas piezas no son lo más extravagante de las mismas, sino el lienzo sobre el que están expuestas, pues es piel humana.

La habitación entera está cubierta de piel tatuada, incluso logro reconocer a algunos que llegué a ver aún en los brazos de sus dueños.

Incrédulo y con ganas de que me dé una explicación que me devuelva el alma al cuerpo, le pido que justifique esa grotesca exposición.

–No seas celoso, esto precisamente es de lo que te estuve hablando en la tienda. Pero eso ya es historia. No niego que me la haya pasado bien buscando y extrayendo estas piezas, o que aún disfrute al observarlas, pero nunca fueron suficientes y sólo ahora me siento completa. Aunque tengo que admitir que nunca pensé llegar a esto contigo –responde y hace una pequeña pausa para buscar algo en su bolso.

–De hecho pretendía intentar algo nuevo; tal vez ir al cine, reunirnos a platicar, tomar algo, salir a comer, conocernos mejor, suspirar bajo la luz de la luna, conocer el mar, amarnos, no sé. Pero tu regalo fue más allá de mis expectativas, y si bien no te prometo que vayas a ser el último, lo cierto es que siempre serás mi preferido –dice y me da un fortísimo golpe en la cabeza con una especie de marro.

Todo es demasiado confuso, un líquido tibio baña mi nuca, las fuerzas se me escapan, pierdo el control y me desplomo. Pero antes de que la oscuridad me rodee por completo, siento cómo me abre la camisa e introduce algo muy frío y filoso; como unas tijeras que cortan con precisión mi carne, hasta separar la piel de mi pecho.        

A mí lado

Por más de seis años ella ha sido la mejor razón que yo pudiera tener para abrir los ojos cada mañana. Despertar y verla a mi lado; dormida o somnolienta, viéndome con dulzura o regalándome una sonrisa, era la mejor excusa para amanecer sin maldecir al reloj despertador, o al rayo de luz que se asomaba descaradamente por la ventana. Por ese instante todo parecía tener un propósito en este mundo, y se me olvidaba que su salud se había ido deteriorando día a día, y que además de con el amor, compartíamos nuestro lecho con la muerte.

            Ella había perdido a sus padres y yo también, aunque ellos siguieran vivos. No teníamos hermanos o algún familiar con el que mantuviéramos contacto. Tampoco frecuentábamos a los que se decían nuestros “amigos”, pero sólo eran “conocidos” para nosotros. Únicamente estábamos los dos en el mundo y eso era suficiente.

            Ella había estado enferma desde que la conocí, pero entonces no me importó, y fue mucho más fuerte mi amor por ella, que el miedo que pudiera provocarme su potencial ausencia. Ahora no sé si pienso lo mismo. Las cosas han cambiado y ella ya no me ve con la misma dulzura, ni me regala más sonrisas por la mañana. Nos hemos distanciado.

            Verla a mi lado, tan plácida e indolora, era un alivio ante todo lo que habíamos pasado y el tormento que habría de venir en el futuro. Aunque era consciente de que esa paz no habría de ser duradera y pronto volvería la muerte a dormir entre nuestras cobijas, no le hice caso al sentido común, a la cordura o al buen juicio y me quedé a su lado.

            Al principio creí que sería una buena idea seguir juntos a pesar de todo. Sabía que no me era posible vivir sin ella, y no habría de permitir que nada se interpusiera entre nosotros, ni siquiera la muerte. Pero cada vez se volvía más insoportable despertar a su lado. Ya no era la misma y su incesante deterioro era un suplicio que no sólo la afectaba a ella, sino a todo lo que nos rodeaba.

            Cada día nos alejábamos más. Al principio dormía con ella entre mis brazos y sin pijama alguna de intermediaria. Luego nos fue separando una sábana, más tarde una cobija, después las almohadas, hasta que terminé durmiendo en otra habitación, y pocas semanas después en otra casa.

Yo la seguía amando como cuando la conocí, o quizás más que entonces, pero era insoportable seguir viviendo con su cadáver.

La esposa del doctor

-I-

Tania nunca supo si quería ser conocida como la esposa de Pierre, o como Madame Curie. Me imagino que es el tipo de disyuntiva con la que se tiene que aprender a vivir cuando se es profesionista y esposa de una eminencia como el doctor Marcos Luna. A ella la conocí en un congreso, yo iba como una conferencista más; con poca experiencia, mis notas bajo el brazo y más nervios que una espina dorsal. Su marido en cambio, presidía la plática magistral muy seguro de sí mismo, avalado por una docena de estudios de posgrados, y del brazo de ella.

            Tania fue alguna vez su mejor alumna. Una mujer brillante, graduada con honores y reconocida por su trabajo de investigación. Aunque después de su matrimonio no se supo nada más de ella, y sólo se le conocía como la esposa del doctor. Era como una estrella eclipsada por la brillantez de su marido, pero aún así, como una lucecita solitaria me deslumbró de inmediato.

            Mientras su esposo hablaba como quien tiene la razón de todo, o la verdad absoluta, ella lo veía con cierto desconsuelo y resignación. Constantemente volteaba a ver su reloj o dejaba escapar un suspiro. Era enigmática, poseedora de una belleza inigualable y agudo intelecto, desperdiciado por una sortija que le envolvía el dedo.

            Nunca supe de qué habló el doctor Luna en su ponencia, aunque me imagino que no sería algo distinto a lo expuesto en sus últimas tres participaciones. Yo estaba embobada en algo más interesante. Pero sí noté cuando terminó su discurso, pues de inmediato se vio rodeado por un alud de lambiscones que no conformes con las casi tres horas de conferencia, le pedían ahondar aún más en los diferentes temas, o lo felicitaban efusivamente por su claridad y elocuencia. Él estaba encantado, parecía disfrutar de toda esa atención, al grado de que salió del salón de actos rodeado de su legión de seguidores, seguro de sí mismo, avalado por una docena de doctorados, pero sin ella.

            En el brindis de clausura él era el personaje de la noche. Completamente inaccesible por la cantidad de personas que querían hablarle, plantearle algún proyecto, o simplemente adularlo. Ella en cambio, yacía sentadita en un rincón con una copa a medio llenar. Ahí fue donde realmente la conocí.

            Recuerdo que me acerqué, y ofreciéndole un canapé, le dije que no se tomara las cosas tan a pecho.

–Ser la esposa del doctor Luna en un congreso como éste, es como estar casada con John Lennon en un concierto de los Beatles –agregué y me sonrió tímidamente.

–Eso depende de si me comparas con Yoko o con su primera mujer, que nadie conoció hasta que se separó de él –dijo y yo asentí con la cabeza.

            En aquel rincón permanecimos las dos solas como si no hubiera más mundo que el pequeño espacio que compartíamos, o no nos importara lo que ocurriera con los demás. Después no se bien lo que pasó, empezamos platicando del trabajo de su marido, los aportes prácticos e implicaciones de la regeneración celular, los errores que pasaron inadvertidos de mi conferencia o nadie se tomó la molestia de señalar, hasta la razón por la que ella no presentó una propia, los prejuicios sociales, la soledad, en fin.., pero concluyó en un sorpresivo y fugaz beso en los labios.

Ella dejó caer su copa vacía, que se esparció en mil pedazos por el piso, sin que nadie más que yo lo notara. Se cubrió el rostro con las manos y se marchó de ahí a toda prisa, sin que pudiera hacer nada para detenerla.

            El barullo alrededor seguía como si nada hubiera ocurrido, al parecer no sólo Tania y yo habíamos prescindido del mundo, sino que él también había hecho lo propio con nosotras. Nadie atestiguó lo que pasó entre ella y yo, ni prestó atención cuando salí del salón tras sus pasos.

              Afuera ella estaba titiritando de frío, tratando de encender un cigarro entre las sombras de la noche. Me le acerqué con cautela, como un animal asustado. Ella estaba llorando y yo le pedí perdón por haberla besado, sin poder recordar claramente quién había besado a quién. Entonces soltó el cigarrillo sin haber logrado encenderlo, me miró fijamente como si hubiera querido perderse en mis ojos, y nos besamos otra vez. Ahora no tenía ninguna duda; ella me había besado a mí y yo… estaba encantada.

            El beso apenas duró un poco más que el primero, pero fue igual de dulce y amargo, pues cuando volví a mirarla ella tenía el mismo semblante de angustia y arrepentimiento.

–Esto no está bien. No se supone que yo haga este tipo de cosas. No soy así. Acabo de conocerte, pero creo que nunca me había sentido de esta manera con alguien, mucho menos con otra mujer. Desde hace mucho tiempo, nadie me había hecho sentir así; viva otra vez –dijo con cierto temblor en la voz.

Yo no dije nada, sólo cubrí su boca con la mía y dejé que la oscuridad y el silencio nos abrazaran a ambas.

-II-

Ese día nació algo entre nosotras. Una relación que no nos esforzamos por mantener, ni hacer crecer, pero que se ha fortalecido sola, frente a moralinas, prejuicios y demás vicisitudes. Lo cual no resultó del todo difícil, aunque sí un poco incómodo, sobre todo para ella.

            Todos los días nos veíamos en el mismo café, aprovechando que su marido estaba siempre ocupado en su laboratorio. Platicábamos de todo e incluso la había convencido de volver a la investigación, pero conmigo.

–¿Por qué no dejas a tu marido y te vienes a vivir a mi casa? Sé que no soy una eminencia como él, pero me defiendo en mi campo y sé valorar lo bueno, ámbito en el que tu marido reprueba miserablemente –le dije en alguna ocasión.

–No lo juzgues a la ligera, no siempre han sido así las cosas. Él cambió a raíz de una enfermedad que puso en peligro mi vida. Los médicos no me daban muchas esperanzas… de hecho me desahuciaron, llegando a estimarme sólo un par de meses más de vida. Pero él no se rindió nunca. Dejó atrás todos los proyectos en los que estaba trabajando y se dedicó de tiempo completo al estudio de la regeneración celular, con la esperanza de dar con la cura y salvarme. Renunció a todo, incluso a recordar la razón por la que se esforzaba tanto.      

            En ese momento supe que lo que ella sentía por él no era amor, sino admiración y agradecimiento. De alguna manera yo también, pues gracias a su trabajo llegué a conocer a Tania y por su abandono, pude tenerla entre mis brazos.

            Ella casi nunca me hablaba de su padecimiento, y cada vez que yo intentaba abordarlo cambiaba de tema o se quedaba callada, por lo que tampoco era un asunto en el que insistiera demasiado. Para mí era suficiente el poder verla a mi lado: llena de vida y feliz. Yo no sólo era su amante, sino su amiga y confidente. Conmigo era “Tania” y no “la esposa del doctor Luna”, estaba libre de etiquetas, y se mostraba honesta y cristalina en todos los sentidos. Pero aún así me ocultaba algo. Lo podía sentir en sus silencios prolongados, pero temí asustarla con preguntas impertinentes y acepté su discreción por miedo a perderla para siempre.

-III-

Después de algunos meses juntas, varias tasas de café y horas enteras tratando de convencerla de que dejara a su marido y se quedara de tiempo completo conmigo, ella accedió a regalarme una noche. No era la respuesta que yo esperaba, pero tampoco me negué a su oferta, esperando que fuera inolvidable para ambas. Creí que en la mañana siguiente hablaríamos con otra perspectiva, tomando en consideración que a diferencia de los hombres que dan cariño para obtener sexo, entre mujeres es amor y punto.

La noche fue especial y la mañana siguiente también, pero por otro motivo. Cuando desperté ella no estaba a mi lado y en su lugar yacía una hoja de papel, sobre su almohada aún tibia.

Me apresuré a buscar mis lentes y prender la lámpara del buró, pues la luz del día aún se negaba a aparecer. Una corriente helada pasó por mi espina y se alojó en la base de mi nuca cuando leí su recado. Se estaba despidiendo de mí:

            Querida Emma.

Tú me recordaste lo que es sentirse viva, pero soy una cobarde y no quiero hacerte más daño. Te amo como a nadie, pero lo nuestro es imposible. Quiero estar contigo, pero no sé qué pueda llegar a ocurrir si dejo a Marcos. No quiero lastimarte más, ni mentirte. No soy lo que tú piensas, pero espero que siempre me recuerdes de esa manera.

Tania.

            Entre lágrimas, dudas, dolor, miedo y enojo, estrujé la hoja en mi puño y la dejé caer, sólo para recogerla enseguida, extenderla sobre una mesita y apagar la luz. Repasé mentalmente cada momento que pasamos juntas, sin llegar a entender cuál había sido el problema.

Ni la ducha o el café caliente ayudaron mucho, pero un incipiente dolor de cabeza me obligó a aclarar mis ideas. El problema no podía ser entre ella y yo. Hay cosas que no se pueden fingir y lo que teníamos era especial. Pero tal vez era el triángulo que formábamos con su marido, o entre ella, su enfermedad y el doctor, donde radicaba realmente el problema.

Pensaba que quizás Tania no se encontraba tan bien de salud como lucía y decía sentirse. Tal vez ella temía que si dejaba a su esposo él suspendería su investigación o el posible tratamiento que le estuviera proporcionando.

Tenía que hablar con ella, o con él. Lo que había entre nosotras era auténtico y muy importante, como para dejarlo morir por una ambigua nota arrugada sobre una mesita. Alguno de los dos tenía que aclararme las cosas. Si todo era como suponía y su vida dependía de mi ausencia, entonces lo aceptaría y me alejaría de ambos, pero de no ser así, entonces ella me debía una buena explicación.

-IV-

Camino a su casa se me ocurrieron otras cosas. Pensé que quizás su silencio no sólo era discreción sino duda sobre lo nuestro. Tal vez su nota no había sido sincera, y para ella yo sólo era una aventura, un experimento, o algo para matar el tiempo, divertirse o darle celos a su marido. Entonces quizás hacía mal en ir a buscarla y sólo terminaría complicando más las cosas.

Por otro lado, tal vez el problema sí era el marido. Pensé que quizás él sabía de lo nuestro y la había amenazado con matarla o matarme si persistíamos con la relación. Entonces tal vez el miedo del que hablaba en su nota no era por su vida, sino por la mía. Eso no cambiaba las cosas, si el doctor la había amenazado, no podía dejarla sola con él.

Si tan solo se hubiera despedido de frente, tal y como había sido todo entre nosotras, mi cabeza no habría dado tantas vueltas, ni creado tantos fantasmas. Qué le costaba haberme dicho la noche anterior o antes de marcharse: “Emma: lo nuestro no puede seguir por… no sé…” cualquier tontería. Para darme al menos la oportunidad de replicarle o ver que lo dicho salía de su boca. En vez de dejarme una simple nota, tan llena de nada en concreto.

Yo ya estaba paranoica, pero ni la más alocada de mis ideas me hubiera podido preparar para lo que habría de saber ese día.

-V-

Cuando llegué a su casa encontré la puerta principal entreabierta. Tuve miedo, pero la terminé de abrir por completo y con mucho cuidado. Adentro anuncié mi presencia, sin saber si estaba haciendo lo correcto. Seguí adelante, dando un paso a la vez, y en repetidas ocasiones pregunté si había alguien en casa, sin obtener respuesta. Temí lo peor y saqué mi teléfono móvil para llamar a la policía. Entonces vi a Tania parada en el pasillo y dirigiéndose hacia mí, tenía un cuchillo en la mano y la ropa empapada en sangre.

–Todo era mentira… Todo… Por eso lo maté… –tartamudeó a la distancia y dejó caer el cuchillo.

Solté el celular y corrí hacía ella. Temí por el contenido de sus palabras, pero era más fuerte nuestro vínculo que mi sentido común. La tomé entre mis brazos y ella perdió el conocimiento. En ese momento pude ver el cuerpo inerte del doctor Luna en la alfombra de la habitación contigua, sobre un charco de sangre. Pude haber gritado, pero no quise llamar la atención de los vecinos.

El doctor estaba muerto y su asesina entre mis brazos e inmóvil. Había un sin número de cosas que pasaban por mi cabeza, mas no podía concentrarme en nada. Me sentía aturdida y sofocada. Tania estaba fría e inconciente, era como si no hubiera mas que muertos a mi alrededor. Entonces ella empezó a reaccionar, como quien despierta tras un largo y profundo sueño. Entre abrió los ojos y se sobresaltó al verme a su lado.

–¿Qué haces aquí? Si mi marido te ve… no sé que pueda suceder –dijo, como si no recordara nada de lo ocurrido.

            Sin miramientos, tacto o la más leve consideración, quizás por el estrés, repliqué:

–En su actual condición, no creo que al doctor le importara mucho encontrarte entre mis brazos.

En ese momento ella reaccionó.

–Lo maté, ¿no es cierto? –dijo y empezó a temblar.

Yo la abracé tratando de tranquilizarla.

–Pero él me mató primero –afirmó y pensé que lo decía de manera metafórica.

En ese momento, con su cabeza en mi pecho me dijo que el doctor no había sido su salvador, sino su verdugo.

            –Después de estar juntas, escribirte la nota y dejarte dormida, me sentí muy mal contigo y conmigo misma. No podía ver mi reflejo sin pensar que estaba cometiendo un error, mas no sería el más grave que hubiera hecho en mi vida. Sé que en ocasiones me notabas incómoda o ausente, pero no era por ti o nosotras, sino por mí. Tú eras tan abierta y honesta conmigo y yo.., bueno.., yo no lo fui siempre. Te oculté cosas de mi pasado. Detalles fundamentales que temí que te asustaran o apartaran de mí –dijo y me abrazó con fuerza, como si se aferrara al borde de un despeñadero.

            –Hace cinco años enfermé gravemente, ya te lo había dicho, los médicos no sabían qué era lo que tenía, ni cómo tratarlo. Era a mediados de marzo. Algunos me desahuciaron, casi todos. No me daban más de medio año de vida y… no se equivocaron. Tres meses después conocí la muerte –dijo y su voz me estremeció.

–No me preguntes detalles, pues no los tengo, para mí la muerte fue como un sueño pesado del que no recuerdo nada, salvo haberme perdido en una oscuridad densa e infinita, y despertar en el laboratorio de Marcos, rodeada de tubos, monitores, bolsas de suero y plasma. Una máquina bombeaba y oxigenaba mi sangre, mientras un respirador impedía que mis pulmones se colapsaran. Yo tenía mucho frío y mi vista estaba nublada. No podía mover ni un dedo, ni sentir el latido de mi corazón. Estaba sola, pero me sabía observada por múltiples cámaras que sólo apuntaban hacia mí. Después volví a perder el conocimiento –dijo y empezó a llorar.

             –Cuando recobré la consciencia ya estaba Marcos a mi lado. Según él estuve un año y medio muerta, mantenida con máquinas y químicos hasta que consiguió regresarme a la vida. Todo eso era absurdo, ni con la tecnología más vanguardista se puede burlar a la muerte, quizás retrasarla un poco, pero una vez que te atrapa no hay vuelta atrás. O al menos eso era una de las pocas verdades que consideraba irrebatibles. Pero a veces no hay nada mejor que un espejo para restregarte la realidad. Cuando él me enseñó mi reflejo, no lo podía creer. Mi cabeza estaba separada del resto del cuerpo, conectada al mismo sólo a través de mangueras y cables. Por poco pierdo la razón, pero él inyectó algo en una de las mangueras, quizás un fuerte calmante o algo así, porque todo me pareció mucho menos aberrante y traumático –dijo sin titubeos.

No parecía que me estuviera mintiendo, pero todo eso parecía una locura.

–Tardé años en volver a la normalidad. Si es que se le puede llamar de esa manera a lo que pasó después. Con base en su investigación, Marcos había desarrollado un suero que ayudaba a regenerar mi cuerpo, al grado de que ni las feas cicatrices del cuello se llegaban  a notar. La vida era distinta, incluso aún no soy capaz de percibir ciertos olores y sabores. Pero estaba viva, aunque no entendía cómo, ni por qué lo había hecho –aseguró molesta.

–Ingenuamente pensaba que lo había hecho por amor, pero poco a poco me fui haciendo a la idea de que en realidad era por ambición profesional. Porque a partir de mi… “regreso”, su carrera fue en ascenso y su cuenta bancaria también. Sus estudios empezaron a ser aplicados, en un sin número de productos clínicos y cosméticos, que satisfacían su ego de una manera que yo nunca pude complacer –dijo ya más tranquila, sin ocultar su decepción.

            –La única relación que teníamos era la misma que un oncólogo puede tener con un tumor. Ya no era su esposa, sino su objeto de estudio. Todos los días me extraía una muestra de sangre para analizarla, y me inyectaba una sustancia viscosa y traslúcida para mantenerme con vida. Así era estar de regreso y así era mi existencia hasta que te conocí. Al principio sólo fue por curiosidad, nunca había sentido algo así por una mujer, pero después me importó muy poco tu sexo y me enamoré de ti. Tú me querías por mí no por lo que corre en mis venas, o el capital y prestigio de mi marido. Lo que surgió entre nosotras era amor sin adjetivos –dijo y sólo guardó silencio para besarme en los labios.

De haber estado en cualquier otra circunstancia su beso me hubiera “hecho el día”, pero con un cadáver en la habitación de enfrente y otro entre mis brazos, la verdad no sabía qué pensar.

Todo era demasiado confuso y carente de sentido, incluso para ser un engaño. Lo único concreto era el cadáver del doctor, la confesión de su esposa y mis sentimientos hacia ella. Estaba en una disyuntiva, pues mi papel en toda esa trama habría de definirse cuando decidiera cuál de esos tres elementos habría de pasar por alto.

–No quería lastimarte, pero tampoco que supieras lo que soy. Tuve miedo de perderte, pero eso era inevitable. Pensaba que si dejaba a Marcos para estar contigo, él se negaría a proporcionarme el suero que me mantenía con vida, por lo que de todas formas te perdería. Por otro lado, tampoco creí que él me dejaría ir tan fácilmente, no porque me amara, claro está, sino porque sería renunciar a su proyecto más importante. Por eso escribí esa nota, te dejé y regresé a casa con la firme idea de encontrar algo que acabara de una vez conmigo –dijo muy segura de sí, mientras yo la miraba atónita.

            –El veneno para ratas no funcionó, sólo me hizo sentir un poco mareada y volver el estómago. En la casa no hay armas, pero de haber encontrado alguna, no creo que hubiera sido capaz de accionarla en mi contra. Los cuchillos eran una posibilidad, pero tan pronto me hice de uno tuve miedo y pensé en ti. Entonces fui al laboratorio de la casa que está en el sótano, con la esperanza de hallar algo que deshiciera lo que Marcos había logrado conmigo. Pero no encontré nada. Como si él no hubiera tenido nada que ver con mi recuperación –dijo, apretó sus puños y volteó a ver al cadáver del marido con odio.

Luego recogió el cuchillo y se abalanzó como una fiera contra él. Una y otra vez lo apuñaló frente a mis ojos incrédulos. Él ya estaba muerto, pero ella lo seguía castigando. Estaba enloquecida.

Me armé de valor y la contuve interponiéndome entre ambos, abrazándola y pegando mi cabeza contra su pecho. Ella no hizo el menor intento por agredirme, sólo dejó caer el cuchillo, correspondió el abrazo y me besó en la frente. Las dos estábamos empapadas de sangre sobre el cadáver de su marido. Ya era muy claro qué elemento había decidido pasar por alto.

–En la búsqueda de la solución final de mis problemas encontré varios discos de video. Todos fechados a partir del día de mi muerte. No sé por qué, pero puse el primero en la computadora y quedé horrorizada con su contenido. En el video aparece mi cuerpo desnudo y tendido en la mesa del laboratorio... Pero para qué te lo cuento, ¿no preferirías verlo? –preguntó y yo, después de un largo silencio, accedí tímidamente.

-VI-

Tania me llevó al laboratorio de la casa, encendió una computadora e introdujo un disco compacto. Se le veía nerviosa, no era para menos, y yo también.

–Sólo he visto uno, no tuve ánimo o estómago para ver el resto. Espero que eso sea suficiente para convencerte –señaló, tomó aire y empezó la función.

            La primera escena era tal y como me la había descrito ella, pero eso no la eximió de seguir siendo perturbadora. Ahí se le podía ver inerte y desnuda sobre una de las mesas del laboratorio. Entonces el doctor Luna apareció y empezó la clase. Tal y como si fuera una de sus conferencias, se presentó e hizo lo propio con su objeto de estudio. Señaló la edad, talla, peso, raza y hora de su muerte. Era una autopsia. Preparó los instrumentos para iniciar la disección, mientras justificaba el procedimiento, diciendo que era la única manera en que se podría comprender qué había salido mal con el proyecto inicial.

Metódicamente hizo un recuento de lo ocurrido en su experimento, desde su inicio hasta el momento de la muerte de su conejillo de indias. Con todo detalle, indicaba las sustancias que se emplearon y probaron en el espécimen, desde un año antes de su infección hasta el desenlace fatal del padecimiento, es decir, su matrimonio entero. Incluso el doctor llegó a confesar que cuando empezaron los primeros síntomas anómalos, pensó en cancelar el experimento, pero después de reflexionarlo mejor, optó por seguir adelante hasta las últimas consecuencias.

Se le veía frío, admitiendo que los resultados eran inesperados, pero los justificaba diciendo que era una oportunidad única para la ciencia, después de todo: “hasta para preparar un omelet hay que romper unos cuantos huevos”. Sólo entonces fue que empezó la disección, con un escalpelo, pinzas y una pequeña sierra eléctrica.

Ese fue el momento en que ya no pude seguir viendo. Tania también había apartado la mirada del monitor, hasta que cesó el sonido de la sierra. Entonces volví a ver, sólo para arrepentirme de inmediato, pues la imagen estaba centrada en su abdomen abierto, del que el doctor extraía una muestra que inmediatamente se puso a analizar con el microscopio.

–Que extraño, el tejido abdominal se comporta como si fuera el de un ser vivo y no un cadáver –afirmó desconcertado, cuando algo más llamó su atención.

Entonces el doctor mandó a abrir la toma de la cámara, para grabar cómo el cuerpo de su esposa se convulsionaba. El cadáver se agitaba como un pez recién sacado del agua, o como si algo le fuera a reventar. En ese momento el doctor volvió a encender la sierra y le rebanó el cuello, separando la cabeza del resto. Estaba todo salpicado de sangre y la espina superior expuesta, pero el cuerpo seguía agitándose y sus manos se abrían y cerraban. El doctor estaba mudo y había retrocedido unos cuantos pasos, pero se acercó de nuevo sólo para seguir desmembrando al inquieto cadáver.

La escena era grotesca, pero no podía dejar de observarla, como si tratara de convencerme a mí misma de que todo tenía que tratarse de una equivocación o un engaño. Me repetía en silencio y luego a gritos que eso era imposible… Una broma de mal gusto… Una locura. Luego no supe más de mí.

-VII-

Cuando desperté ella estaba a mí lado. Me hubiera gustado que las dos estuviéramos en mi casa, en la cama y que todo hubiera sido un sueño provocado por cenar más de la cuenta, pero no. Seguíamos en ese laboratorio. Tania me acariciaba la cabeza y sujetaba la mano. Aún en ese momento esperaba que todo hubiera sido una pesadilla, pero me engañaba a mí misma. Ella ya había apagado el monitor, pero el sólo hecho de estar ahí, traía a mi cabeza el recuerdo del zumbido de la sierra, el crujir de los huesos y tejidos al romperse, y la sangre por todos lados.

            Su mirada era plácida, resignada como el día que la conocí y me enamoré de ella. La sola idea de pensarla como una especie de muerto viviente me oprimía el pecho y el estómago, mas no quería dejar de sentirla a mi lado. Ignoraba qué había pasado, o por qué seguía viva y de una sola pieza después de su martirio. Pero el recuerdo del tiempo que habíamos pasado juntas era más fuerte que el miedo a conocer las elusivas respuestas.

            –Dime más –atiné a decirle, aún confundida y un poco mareada.

Ella me miró, besó la frente y tomó un respiro.

–No sé mucho más que tú. Sólo tengo teorías que no sé si algún día podré comprobar. Ni siquiera sé si estoy muerta, aunque la mera duda me sugiere que no. Quizás como resultado de los múltiples químicos que Marcos probó conmigo, mi cuerpo ha olvidado cómo morir y sólo se regenera una y otra vez. Me queda claro que él tampoco comprendía lo que había pasado, o hubiera tratado de recrearlo con alguien más. Pero sin duda supo cómo aprovecharse de las circunstancias. Mientras que yo me comportaba como una tonta desvalida, que nunca se atrevió a preguntar qué hacía con las muestras de sangre que me extraía, ni qué era lo que me suministraba a diario. En verdad llegué a pensar que él era quien me mantenía con vida –dijo sin dejar de mirar hacia la puerta.

            –A pesar de todo, una vez que supe la verdad nunca tuve intenciones de matarlo, sino abandonarlo e irme contigo. Sabía que no ganaría nada denunciándolo con las autoridades. ¿Quién me creería? Ni siquiera mostrándoles los videos. Pero cuando estaba dejando todo en su lugar, él llegó y me descubrió con los discos en la mano. Trató de inventarme mil cosas, pero yo no quise escuchar más mentiras, lo hice a un lado y salí del laboratorio. Pero él no estaba dispuesto a verme marchar. No podía perder su mina de oro. Me atajó por las escaleras y jalándome por los hombros me hizo caer –dijo, dejando escapar un suspiro.

–Pude sentir cómo el cuello se me quebró al impactar contra el piso y no me podía mover. El dolor era insoportable, pero el miedo e impotencia que sentía era aún más grande. Confiado, él bajó hasta donde me encontraba con una sonrisa de conformidad y aplaudiéndose a sí mismo. “Debí haberte inutilizado cuando tuve la oportunidad” me dijo y señaló el tonel de ácido que guardaba en el almacén. “Tal vez no sea suficiente para desintegrar tus huesos, pero sería interesante ver si puedes seguir regenerándote ahí dentro” dijo sin voltear a verme. “No necesito todo tu cuerpo para seguir con mis experimentos, quizás pueda prescindir de tu cabeza” añadió. Ignoro que dijo después, pues fue tanta su vanagloria que me dio tiempo a recuperarme y subir las escaleras sin que él lo notara. Mi cuello se había regenerado y yo ya estaba en la sala dirigiéndome a la salida. Aún me costaba trabajo coordinar los pasos, pero estaba decidida a largarme de aquí e irme contigo –dijo entre lágrimas y temblándole las manos.

            –Justo cuando piensas que ya has conocido a alguien, te das cuenta de que no tienes ni idea de quién es realmente. Estaba abrumada, asqueada y con el cuello adolorido, pero a un paso de salir de esta casa, cuando Marcos me alcanzó en el umbral con un cuchillo en la mano. Traté de defenderme, pero sólo conseguí que me hiriera los brazos y cortara la garganta. La sangre apenas contrastaba con la alfombra roja, pero brillaba sobre mi vestido blanco. Podía sentir cómo las heridas sanaban, pero sabía que él no se iba a detener ahí –hizo una pausa, tomó un profundo respiro y acarició mi cabeza.

–A rastras me regresó a la sala, cuando un auto se estacionó en frente. No sé por qué, pero supuse que era el tuyo. Traté de gritar tu nombre para advertirte, pero no pude articular palabra. Él noto mi preocupación y dejó que su imaginación llenara los espacios vacíos. “A de ser tu amante”, me dijo, con cierto brillo en los ojos. “No te sorprendas tanto, acaso creías que no iba a notar que te estabas revolcando con alguien. De hecho me divertía pensar en la cara que ese infeliz habría de poner cuando supiera que se había estado enredando con un cadáver”, agregó e intentó ir a cerrar la puerta, pero lo detuve de los pies y cayó de bruces. Me maldijo y amenazó con asesinar a mi amante, no sin antes haberlo puesto al tanto de qué clase de monstruo era yo realmente. Entonces, no sé cómo, pero le arrebaté el cuchillo y le rebané la garganta para que se callara de una buena vez. En eso llegaste tú –dijo y me abrazó con fuerza.

            Para entonces ya no me importaba si era una muerta viva o una asesina, porque era suficiente saber que era mi amor y compañera. A ninguna le había importado que las dos fuéramos del mismo sexo, entonces, ahora por qué habrían de separarnos nuestras “diferencias celulares”. Sólo quedaba un problema, deshacernos del doctor.

-VIII-

Justicia poética o no, el doctor terminó en el mismo tonel donde pensaba meter a su esposa. De hecho tenía razón, el ácido era lo suficientemente fuerte para disolver la piel, músculos y demás órganos, pero no para desintegrar los huesos.

            Tania reformateó la computadora. Borró los discos e incineró los apuntes que pudieran hacer referencia al “proyecto personal” del doctor. Luego reportó la desaparición de su marido a las autoridades y siguió con su vida. Nadie se detuvo a hacerle demasiadas preguntas, ella no era sospechosa, pues no ganaba nada con la desaparición o posible muerte del doctor. El testamento la excluía por completo, inclusive de la pensión, ya que el doctor había dejado a la Universidad como única beneficiaria.

Interrogaron al rector, directores y algunos miembros del consejo técnico y universitario, pero no les encontraron nada que los pudiera vincular con el caso. El cual nunca se cerró, pero como en la mayoría de las ocasiones, se quedó en el olvido, traspapelado o en trámite.

            Tan pronto las autoridades dieron por muerto al doctor, Tania guardó luto por un año, retomó su carrera y volvió a la Universidad como investigadora en un laboratorio distinto al mío, y ahí sigue. Al año siguiente hicimos pública nuestra relación y nos fuimos a vivir juntas. Las cosas no han sido fáciles para ninguna, aún hay muchos que nos miran mal, cuchichean o descalifican nuestro trabajo, sólo por desaprobar el estilo de vida que hemos elegido, pero no nos importa.

El doctor Luna por su parte, también volvió a la Universidad. Ahí sigue soberbio y altivo, llamando la atención con sus huesos relucientes en el despacho del director, quien lo presume orgulloso como el último donativo de la viuda de Marcos.

            Nunca supo si quería ser conocida como la esposa de Pierre, o como Madame Curie, pero eso ya no importa, porque para mí es simplemente Tania y parece que eso también es suficiente para ella.