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miércoles, 30 de noviembre de 2011

Imaginario

Siempre he sido una persona solitaria, desde niña la soledad ha sido mi mejor compañera de juegos, fantasías y sueños, con los cuales solía llenar el vacío de mi habitación, hasta que conocí a Jocelyn. Ella era tan solitaria como yo, pero entre las dos conseguimos crear una agradable compañía, al menos mientras duró.

Ella siempre era la más callada y reservada, por lo que generalmente la que terminaba diciendo no sólo lo que habríamos de jugar, sino también el lugar y la hora, era yo. Por supuesto que también me tocaba a mí el papel de la heroína o princesa mágica, mientras que ella siempre terminaba siendo la malvada bruja o despiadada reina, por lo que no importaba qué estuviéramos jugando, o que tan mal me estuviera yendo, al final siempre resultaba vencedora yo, lo cual no parecía molestarle para nada a ella. De hecho Jocelyn no solía contravenirme en nada, era casi como si al estar con ella en verdad jugara conmigo misma.

Cada día que pasábamos juntas era más maravilloso que el anterior, al grado que la idea de que Jocelyn no fuera otra cosa más que una ilusión, una amiga producida por el contubernio de mi soledad e imaginación, se hacía más fuerte en mi cabeza.

Yo hacía oídos sordos a lo que me decía la razón, y traté de no comentarle mis sospechas a ella, básicamente por temor a que desapareciera. Ella era mi mejor amiga, de hecho la única, y sabía que quizás no volvería a tener una igual en mi vida.

Sin embargo era imposible detener el reloj y conforme fui creciendo, la idea de conservar a una amiga imaginaria, no me pareció lo más sensato, ni sano. Pensaba que estaba lista para algo más, no sé, quizás una amiga de verdad.

El caso es que no sabía cómo decirle las cosas, e ignoraba de qué manera habría de reaccionar Jocelyn cuando se enterara de que ella no era real. Era absurdo, pero a pesar de que yo sabía que era imposible lastimar los sentimientos de un ser imaginario, me preocupaba el que la verdad fuera demasiado insoportable para ella.

Recuerdo que todo lo planeé muy bien; estábamos en el parque y después de compartir nuestro último sándwich juntas, le dije todo. Ella no parecía entenderme y quizás hasta llegó a pensar que estaba bromeando, pero poco a poco y después de ver que no me reía, entendió que ésa sería la última vez que estaríamos juntas. Sus ojos se enrojecieron y parecía que en cualquier momento iba a empezar a llorar, pero le daba pena el que yo la viera de esa manera.

Verla tan afectada me destrozó el corazón, pero sabía que eso era lo mejor para las dos, no estaba bien seguir viviendo una mentira, pero traté de suavizar un poco las cosas, y la invité a un último juego. Por suerte eso pareció funcionar, ya que una tímida sonrisa se dibujó en su rostro.

Íbamos a jugar a “las escondidillas”, mi juego favorito. Por lo general yo siempre contaba y ella se escondía, pero en esa ocasión Jocelyn sería quien contara hasta el cien, mientras yo buscaba un lugar para ocultarme de ella, para siempre.

Ella pegó su cabeza contra un árbol y empezó a contar sin ninguna prisa. Ahora sólo era cuestión de que yo encontrara un escondite tan eficaz, como para que ella se cansara de buscarme, y aceptara que nuestra separación era definitiva. Jocelyn solía esconderse tras los arbustos, por lo que yo nunca demoré demasiado en encontrarla, pero sabía que la aterraban las alturas, de tal suerte que se me ocurrió subir a lo más alto de un árbol, para poder ver desde su copa todo el panorama, hasta que ella desapareciera.

La cuenta llegó a su fin y Jocelyn corrió gustosa a mi encuentro.

Buscó por todas partes y con cada nueva alternativa se le veía sonreír, sólo para decepcionarse al no hallarme donde esperaba. El ver eso me hizo llorar, pero ya no podía volver atrás. Esa relación tenía que acabar ese día, o la verdad me atormentaría para siempre.

Entonces sucedió algo que yo no esperaba.

–¡Jocelyn! ¡Hija! ¿Pero qué haces aquí tan tarde? Ven amor, vamos a la casa. Perdón si te he dejado mucho tiempo sola, sé que no he sido la mejor de las madres, pero te prometo que todo será muy diferente a partir de ahora –le dijo una mujer y Jocelyn se fue con ella, sin mirar atrás.

Cuando bajé del árbol no podía comprender qué era lo que había pasado, pensé que tal vez ella no era una ilusión como yo suponía, por lo que me dispuse a regresar a casa, pero cuando traté de recordar dónde vivía.., no pude. Ni siquiera sabía cómo me llamaba, entonces comprendí que la amiga imaginaria siempre había sido yo.

Y desde entonces aquí estoy, sola y en espera de que algún día Jocelyn regrese a buscarme.

¿Para qué están los amigos?

Sandra era mi mejor amiga, además de una de las chicas más guapas de la Universidad. Pero su belleza trascendía la mera apariencia, pues además era una mujer noble, gentil y de buenos sentimientos. Simplemente era imposible no sentirse atraído por sus cualidades. Para este punto quizás sobre decir que yo estaba perdidamente enamorado de ella. Sin embargo nunca le dije nada al respecto, básicamente por temor a su rechazo, y más aún, perder la hermosa relación que nos unía.

            A ella le conocí varios novios, muchos de ellos sólo la veían como un trozo de carne con el que pensaban satisfacer sus apetitos más básicos, y nada más, por lo que generalmente ella “los mandaba a volar” en  sólo una semana. Pero había uno que parecía que no la buscaba por eso, y casi podría asegurar que la veía como yo. Este muchacho se llamaba Rafael y duraron juntos por varios meses, hasta que se separaron por razones desconocidas por mí.

            En ese lapso, Sandra estaba destrozada y muy vulnerable. Recuerdo que me hablaba por teléfono todos los días, tal vez sólo para escuchar una voz amiga, y cuando nos encontrábamos en la Universidad, no se me despegaba de mí ni un instante, lo cual al principio me pareció excelente. Hasta que una tarde, en la que los dos estábamos solos en la biblioteca, ella empezó a contarme lo triste que se sentía, y lo necesitada de cariño. Luego apoyó un poco su mano en mi rodilla, y acercó tanto su rostro al mío, que yo era capaz de aspirar sus exhalaciones. Ella estaba a punto de besarme, cuando la detuve. Aún ahora pienso que eso fue una de las más grandes estupideces que he cometido en mi vida, pero en ese momento me pareció que eso era lo más adecuado, y quizás en el fondo aún piense que fue lo mejor para los dos.

            Evidentemente ella se sintió rechazada, insultada, y se marchó sin voltearme a ver, pero notoriamente molesta, mientras cada célula de mi cuerpo me reprochaba por no haber aprovechado la oportunidad de probar la dulzura de sus labios y la suavidad de su piel. Pero lo peor no fue eso, sino lo que hice a continuación; buscar al exnovio de Sandra, para convencerlo de volver con ella. Algo realmente estúpido.

            Rafael era un buen chico y se le veía tan afectado por el rompimiento con Sandra como ella, por lo que no me costó mucho trabajo sentirme identificado con él. Platicamos por horas; al principio de cosas de la Universidad, la crisis de  los partidos políticos, los constantes aumentos en el transporte colectivo, las próximas elecciones presidenciales, el rumbo de la selección nacional de futbol, el estado del tiempo, en fin, hasta que el tema “Sandra” salió a relucir.

A Rafael realmente le importaba ella, lo que no me hizo más feliz, pero seguí adelante. Honestamente yo hubiera preferido que él fuera un patán, como los otros, por lo que entonces me sentiría libre de ir a buscar a Sandra, con el ramo de flores más grande que tuvieran en la florería, y el mejor mariachi que mi bolsillo pudiera pagar.

            El caso es que al terminar de platicar con él, logré convencerlo de que buscara a Sandra y le contara todo eso que él sentía por ella. Lo cual, no sé si por suerte o desgracia mía, ocurrió esa misma tarde.

            Al día siguiente ya eran otra vez pareja y a los dos se les veía deslumbrantes caminando de la mano. Yo en cambio, me sentía el ser más miserable del mundo, además del rey de los idiotas. Hasta que más tarde me reencontré con Sandra en los pasillos de la Universidad. Ella estaba sola y me veía con unos ojos tan hermosos que aún hoy, más de veinte años después, los recuerdo y sonrío de satisfacción.

Lo que pasó después nunca lo borraré de mi memoria, aunque por momentos no esté muy seguro de si realmente pasó de esa forma, o lo he ido embelleciendo con en transcurrir del tiempo; Sandra dejó caer sus libros y cuadernos al piso, y corrió a mis brazos, luego me regaló un fugaz, pero bellísimo beso en los labios, y me dijo: “gracias por todo lo que hiciste por mi”. Después me dio otro beso en la mejilla y se despidió con un tímido: “Nos vemos luego”.

            Tal vez sobre decir que después de eso yo estaba en trance, pero aún así alcancé a despedirme con la mano en alto y le respondí, en un grito que se vio enmudecido por el barullo de los otros, “¿para qué, si no es para esto, que están los amigos?”

            Ella me sonrió, asintió con la mirada, recogió lo que había dejado caer y entró a su clase. Yo me quedé en ese pasillo, no sé por cuanto tiempo más, completamente solo…          

domingo, 20 de noviembre de 2011

La reunión

Hacía tiempo que no sabía nada de mis antiguos compañeros del bachillerato. Recién que terminamos la escuela nos reuníamos dos o tres veces al año, pero poco a poco nos fuimos distanciando al grado de no volver a encontrarnos nunca, hasta hace una semana que Jenny, una de mis mejores amigas del colegio, llamó para invitarme a una reunión donde habríamos de juntarnos todos de nuevo. El motivo era que ella estaba a sólo unos días de salir del país, por un tiempo indeterminado, y quería volver a vernos quizás por última vez.

Por supuesto que acepté sin pensarlo demasiado, ni revisar mi agenda para saber si tendría algún pendiente para ese día. La reunión se llevaría al cabo en el parque donde acostumbrábamos perder el tiempo los viernes por la tarde, después del colegio, y terminaría hasta el amanecer. Siempre habíamos querido hacer eso de jóvenes, pero nunca encontramos un pretexto adecuado para que en nuestras respectivas casas nos autorizaran el no llegar a dormir una noche.

            Un día antes de la reunión procuré despachar todos mis asuntos pendientes, confirmé mi asistencia con Jenny y, para asegurarme de que ningún imprevisto pudiera interponerse en mis planes, descolgué los teléfonos y apagué mi celular.

El día del evento me ausenté de la oficina y me quedé en casa a dormir, no sin antes colocar un pequeño ejército de despertadores que interrumpieran mi sueño, en caso de no despertar a tiempo.

            Yo estaba muy emocionado por volver a ver a mis amigos y ansioso por saber qué había sido de ellos en todos estos años, sobre todo de Jenny, pero no me costó ningún trabajo conciliar el sueño hasta que llegó la tarde.

La reunión era a las ocho de la noche y apenas pasaban de las cinco de la tarde, por lo que tenía tiempo suficiente para alistarme y llegar al encuentro tan fresco y espabilado como un adolescente.

            Llegué con cinco minutos de antelación y para mi sorpresa no era el primero, pues a los pies de la estatua del General Ignacio Zaragoza, que tantas veces nos cobijó de los rayos del sol, ya estaba sentado el que fuera uno de mis mejores amigos: Saúl.

            –¡Hermano! ¿Cuánto tiempo tiene que no nos vemos, viejo? Aunque se ve que el tiempo tampoco ha sido muy generoso contigo –dije y nos abrazamos calurosamente.

            –Todo lo contrario, amigo mío, el tiempo me ha dado tanto que apenas quepo en los pantalones y ya ni me cierran las corbatas –agregó y nos reímos juntos.

            Saúl se veía conmovido y yo no creo haber lucido menos emocionado. Por un rato nos quedamos en silencio, tratando de reconocer en los ojos del otro a ese jovencito que alguna vez fuimos y que ahora yacía envuelto en un traje sastre, rodeado de arrugas, responsabilidades y con un pelo cada vez más encanecido.

            –Supe que te casaste –comentó.

            –Sí, pero no dure así mucho tiempo. Ya vez cómo son las cosas, de repente un día me desperté y caí en la cuenta de que odiaba a la persona que estaba a mi lado, y ella me correspondía con intereses el mismo sentimiento –dije con una mueca en forma de sonrisa.

            –Jenny también está disponible, ¿por qué no la has buscado?

            –No, lo nuestro pasó hace mucho tiempo.

            –Nunca entendí por qué terminaste con ella, hacían muy bonita pareja y jamás escuché que ella se quejara de ti –agregó mirándome a los ojos.

            –Veo que aún no logras perdonarme que ella hubiera preferido estar conmigo que…

            –No… Nada de eso. Te equivocas. Lo único que digo es que ustedes dos se veían realmente felices cuando estaban juntos y nunca entenderé qué fue lo que los separó, es todo –puntualizó.

            –Quizás yo tampoco lo entienda algún día, pero todo eso es pasado y ahora ella está a sólo unos días de irse de aquí, y tal vez para siempre –añadí.

            –Pero qué melodramático te pusiste. ¿Quién te viera? Recuerda que el único viaje del que no hay regreso es hacia la muerte y ya ves…, existen sus excepciones.

            Los minutos fueron pasando, las palomas levantaron el vuelo, los jóvenes trasnochadores invadieron la plaza y tanto Saúl como yo nos estábamos helando, pero el resto de los muchachos brillaban por su ausencia, incluyendo a la propia convocante.

            –Quizás no vengan –dijo.

            –Esperemos otra media hora y si nadie aparece, ¿qué te parece si honramos la ocasión tú y yo solos? –le pregunté.

            Él asintió y esperamos infructuosamente por cuarenta y cinco minutos más.

            –Lo malo es que dejé el celular en casa, porque hubiéramos podido hablar con alguno de los chicos, o Jenny, para saber el motivo de su tardanza. Sólo espero que estén todos bien y no haya pasado algo grave –comenté.

            –Yo creo que ya esperamos bastante y conozco un sitio que no cierra en toda la noche. Ahí sirven un vino exquisito y ni hablar de la botana, es tranquilo y hay un trío de bohemios que tocan hasta las doce, ¿quieres conocerlo? –preguntó y nos despedimos del viejo General.

            La velada (aunque quizás habría de decir “desvelada”) se fue como el agua y el amanecer nos descubrió a la deriva y perdidos en un mar de recuerdos y anécdotas de cuando éramos jóvenes, soñadores e idiotas. La luz del sol nos fue iluminando de a poco, dejándonos ver que quizás en el camino perdimos la juventud y los sueños, pero seguíamos siendo un par de idiotas.

            Al momento de despedirnos no faltó la promesa de volver a encontrarnos pronto.

            –No me importa que el resto no haya venido, me encantó volver a verte –dije al tiempo que el estrechón de manos se volvió un abrazo de despedida.

            –Cuídate y no vivas tan aprisa, no dejes que la muerte te encuentre demasiado cansado y te pille sin que te des cuenta, recuerda que sólo se vive un segundo y que el resto sólo es proyección y memoria, no lo desperdicies sin sentirlo –dijo y no pude evitar sentir la humedad en mis ojos.

            En casa me esperaba una cama sin tender, una docena de llamadas sin contestar y la misma cantidad de mensajes en el teléfono celular, y todos eran del número de Jenny. Le urgía comunicarse conmigo y yo seguí el consejo de Saúl. Por lo que me tomé un tiempo para prepararme un café cargado y hablar con la que siempre había sido el amor de mi vida. Pero antes de que pudiera descolgar la bocina, el teléfono sonó nuevamente y era ella.

            –¿Raúl? ¡Pero ¿dónde has estado en toda la noche?! He tratado de comunicarme contigo desde ayer… –dijo alterada.

Pero antes de que yo pudiera responderle, ella me informó de algo que hizo que mi pulso se congelara por un segundo.

            –No sé cómo lo vayas a tomar, pero… Saúl murió ayer en la madrugada, su esposa me localizó en la tarde y lo velamos anoche. De sus amigos sólo tú faltaste a la ceremonia, pero quisiera que me acompañaras a su entierro –dijo y yo estaba mudo.

–A él le hubiera gustado que todos sus amigos estuviéramos con su viuda en ese momento, sobre todo tú y yo… ¿sabes? Cada vez que me lo llegaba a encontrar, no dejaba de recordarme lo felices que nos veíamos los dos cuando estábamos juntos –agregó y yo no supe qué contestarle.