domingo, 15 de noviembre de 2015

Esperanza

Esperanza remoja sus recuerdos en el café que se enfría entre las hojas de otoño, perfumado de nostalgia y canela, endulzado con miel espesa y uno que otro poema de primavera e invierno. Su sonrisa se dibuja en el pensamiento, mientras su pelo y el viento juegan, acariciando su cuello desnudo, como las gotas de lluvia que bañan a las piedras, como suspiros del tiempo.
            Más allá de todo, el enjambre que hacía nido en su cabeza se disipa, se evapora y se mezcla con las nubes negras que la ven desde lejos, estratos de muerte, cúmulos de descontento, que eclipsan los cirrus de buenaventura, cada vez más difusos, como nimbostratos de desolación y peste.
            Del otro lado del mundo, la muerte se ha vestido de odio, fuego y pólvora, mientras en nuestros campos sigue en harapos de pobreza, miedo, sed y hambre.

            Esperanza remoja sus recuerdos en la sangre que se escapa, de los cuerpos sin vida, sin nombre, sin Dios ni dioses, sin banderas ni credos, sin templos ni mezquitas, sin hoy y sin mañana. Sólo el ayer, arrancándole a la historia un fragmento de su vida, empapando de dolor la tierra y el agua, que hiede a odio y venganza. 

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