Mi nombre es intrascendente. He tenido tantos a lo
largo de mi existencia, que la verdad ya no me acuerdo cómo fue que me llamaron
por primera vez. Desde entonces he estado de aquí por allá, en tantos sitios
distintos, que incluso algunos consideran que soy omnipresente. Pero lo cierto
es que ni la mitad de las cosas que me atribuyen son de mi autoría, sino del
“libre albedrío” de los humanos. En fin… “haz fama y échate a dormir”, como
dicen por ahí.
La
vida nunca ha sido sencilla, pero ahora son tantas las personas y tantos los
intereses, que ya no es suficiente sobrevivir, y se ha vuelto fundamental
aplastar al otro, sin importar quién sea él o ella. La envidia, los celos, la
ira, herramientas que cargan armas que no sólo lastiman, sino que también matan.
La
muerte, por otro lado, es justa. Arrasa con todo. A ella no le importa cuánto
dinero traigas en la cartera o qué has hecho con tu vida; bien podrías haber
sido un vago, un ladrón, o un deportista cuyo único vicio fue vivir
intensamente. Tal vez ella es lo único en esta vida que es verdaderamente
“parejo”. Por eso la he hecho mi aliada, mi compañera de trabajo, hasta que ya
no haya más por hacer, o ella quiera llevarme consigo para siempre.
No
sé cuánto tiempo he estado rondando por estos oscuros rincones, estos confusos
párrafos y estos viejos libros deshojados. Aunque últimamente he sido más un
espectador de esta ridícula existencia; el ir y venir de esas olas de gente,
que ignoran que yo sigo aquí, en espera del momento preciso para regresar a escena
y robarme los aplausos, su sangre, su carne y su alma. Pero como señalé hace un
momento, “ni la mitad de las cosas que me atribuyen son de mi autoría”.
De
hecho, últimamente he estado explorando nuevos horizontes. Si bien la rutina es
más o menos la misma, la cosecha de almas ya no es tan gratificante como solía
serlo. Antes buscaban mis servicios a cambio del verdadero amor,
inconmensurables riquezas, poder, inmortalidad, juventud eterna, etcétera. Pero
ahora no, con eso de que muchos ya no creen en la existencia del alma, ya la
venden por cualquier cosa; el otro día incluso me llevé una a cambio de una
paleta de limón. Claro está, al solicitante le supo mucho más la paleta que le
dí, que a mí su insípida alma. Por eso ya no sólo las compro, de hecho prefiero
robármelas. Soy sutil. Tampoco ando por ahí como un político en funciones,
apañándome todo lo que se me ocurra. Yo sé respetar las reglas, por eso sólo le
robo a aquellos que de todos modos terminarán en mis garras; mentirosos,
descorteses, hipócritas, e incluso aquellos que no saben respetar una simple
cláusula; como no subir los pies en los muebles, no escupir en las ventanas, no
tirar basura en la vía pública, en fin.
Por ejemplo ahora mismo le he
estado echando el ojo a una persona en especial. Sí…, a ti. Que no has dejado
de leer este texto, a pesar de la advertencia. Por desgracia, para ti, ya es
demasiado tarde, pero no te preocupes, sólo anotaré tu nombre en una lista, y
cuando menos te lo esperes te realizaré una visita. Hasta entonces, sigue
leyendo. Total, ya qué más da.
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