La he estado observando desde hace varios días y
pienso que es perfecta. Es una persona de rutinas constantes, que sale al
amanecer y regresa a casa sólo un poco antes de que el sol se pinte de rojo y
el cielo se torne pardo. No es una niña, pero tampoco luce como una mujer
adulta, más bien es un estado intermedio, una mariposa que recién ha roto su
capullo y abre sus alas por primera vez al mundo. Es una chica solitaria, o al
menos yo jamás la he visto regresar acompañada, o salir con alguien los fines
de semana. No parece tener muchos recursos, pero tampoco luce como alguien a
quien le falte lo indispensable, además de que he notado que de vez en cuando
se da sus pequeños lujos, como comer en la calle o decorar su cuello y orejas
con algunos vistosos colgantes. Tampoco parece ser una mala persona, les sonríe
a los vecinos, les pregunta cómo están, y hasta acaricia al perro de la entrada
del edificio donde habita.
Es perfecta. Sólo es cuestión de
esperar el momento para hacer mi aparición y que ella caiga en mi trampa. Pobre
e inocente, no sabe que a partir de que me conozca su vida nunca volverá a ser
la misma. Me volveré su dueño, su más grande tesoro y su prioridad. Lo he
estado planeando desde hace algún tiempo y mi plan es a prueba de fallas. Ella
ni siquiera tendrá una oportunidad; caerá en mi emboscada como un cordero que
llega a su sacrificio, sin notarlo siquiera. Después de todo, mi raza se
caracteriza por sus excelentes cazadores y ella es una presa perfecta.
Todo está listo; ya casi el cielo
se pinta de negro y el viento sopla las caricias de la noche. Ya no ha de
demorar demasiado. La espero entre las sombras, a sólo unos metros de la
entrada de su apartamento. Y ahí está. No podía ser mejor, parece que antes de
llegar pasó al súper y ha traído algunos víveres, entre ellos atún y leche.
La observo desde mi escondite, no
pierdo detalle, cada movimiento que ella realice es crucial para que yo pueda
dar mi siguiente paso. Hurga entre su bolsa, seguramente en búsqueda de sus
llaves, despreocupada y tomando su tiempo.
Ahora es el momento. Nuestras
miradas se cruzan. Discretamente coloca las bolsas en el piso y yo me acerco
con sigilo, pero determinante. Ella no dice nada, sólo sonríe, tal como pensé
que lo haría. Ya no hay marcha atrás, mi siguiente movimiento indicará si todo
lo planeado ha valido la pena o sólo perdí mi tiempo con ella.
Entonces se agacha, me acaricia la
cabeza y le respondo con el más dulce y melodioso de los ronroneos.
Ya tengo casa. La misión ha sido
todo un éxito.
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