De las ruinas nada…, bueno, quizás un poco de polvo,
uno que otro bicho y una tonelada de nostalgia, que los sepulta, cada vez más
cerca del olvido. Antes no ocurría nada que se escapara de su vista, control y
capricho. Ahora están ciegos y mutilados; incapaces de elevarse sobre nuestras
cabezas, impotentes ante su orgullo y arrogancia, como infantes que no se
soportan ni con sus propias piernas.
Más
allá del cielo duerme el polvo y el gas cósmico que les arrebató el milagro
divino, junto al yelmo de Atenea. El incandescente aro de Apolo se oculta tras
las nubes negras, que disipan el fulminante rayo de Zeus, mientras la esencia
de Afrodita se hunde en los abismos más profundos del Tártaro, presa cruel de
su hedonismo. Poseidón agoniza en un mar de aceite y fuego, donde flota el
cadáver de Urano y Gea, ante la mirada ciega de la Gorgona mutilada y el Coloso
dormido.
Ya
no hay plegarias al viento, no corre la sangre ni el vino en honor a Ares y
Dionisio. Sólo carne y huesos rotos, como si el mismísimo Cronos se hubiese
vengado de todos, a través de sus hijos preferidos: “los humanos”. Quiénes
ciegos y arrogantes, como aquellos que pisaron alguna vez el Olimpo, aún no nos
hemos enterado de nada, y actuamos como los autómatas de Hefesto, bajo un mismo
latido, una sola marcha, segundo a segundo, pisada tras pisada, hasta las
puertas del Hades.
En pos de nada…, bueno, quizás un
poco de polvo, uno que otro bicho y una tonelada de nostalgia que nos sepulta,
cada vez más cerca del olvido.
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