domingo, 15 de noviembre de 2015

El pollo diablo

Hace algunos años en la granja nació un pollo, rubio como el oro, que bajo la luz del día brillaba tanto como el sol. Estaba tan orgulloso de sí mismo, que se sentía por encima de los otros pollos, incluso desde que era un simple huevo. Se llamaba Quike-Rikí, y era el menor de doce hermanos, todos nacidos en la misma semana.
            Era tanta su arrogancia, que cada vez que podía se jactaba de ser el mejor pollo del mundo. Hasta que uno de sus hermanos, Riko- Rikí, que era el pollo más rico de la región, lo retó:
            –Si es verdad que eres el mejor pollo de todos, te desafío a que acumules más fortuna que yo en una semana. De conseguirlo, no sólo reconoceré que eres el mejor de los pollos, sino que además renunciaré a mi fortuna y te la donaré, sin queja ni peros. ¿Qué dices?
            Quike lo dudó un segundo, pero era tan soberbio y ensimismado, que no vio mejor oportunidad para demostrarles a todos que era verdad lo que decía. Por lo que aceptó.
            Todo marchó muy bien los primeros días, Quike parecía haber nacido para hacer negocios y, si la apuesta no fuera de sólo una semana, seguramente superaría la fortuna de Riko en unos cuantos meses. Pero el tiempo pactado era demasiado corto, por lo que a sólo un día de concluir el plazo, Quike se dio cuenta de que no alcanzaría su objetivo, al menos que obtuviera algo de ayuda extra.
            Desesperado, Quike invocó incluso el auxilio de fuerzas que iban más allá de su comprensión, hasta que de repente se presentó ante él el mismísimo Diablo pollo, quien con un ademán de su ala derecha le preguntó: “¿Es verdad que quieres ser el pollo más rico del mundo?”
            Quike no supo qué decir, pero al final afirmó con la cabeza.
            El Diablo pollo alzó su pico, dio un par de vueltas en el piso, alzó las alas al cielo y dijo: “Listo, ya está hecho”.
            –¿Entonces Quike ganó la apuesta, abuelo? –me pregunta el más pequeño de mis nietos, aún con vestigios de su cascarón en la cabeza.
            –No precisamente  –le respondo dubitativo.
            –No entiendo. ¿Al final el Diablo pollo no lo volvió el pollo más rico del mundo? –pregunta ahora el mayor de mis pequeños.
            –Pues…, sí, digamos –vuelvo a responder, no precisamente seguro.
            –¿Entonces? ¿Lo volvió el pollo más rico, sí o no?
            –Pues hay veces en las que es mejor ser pacientes y modestos, o al menos ser claros en nuestras peticiones. Ya ven lo que dicen sus mayores: “más valdría que al pollo no se le conceda todo lo que desea.

El Diablo pollo cumplió con su promesa, lo volvió el pollo más rico de todos, es más, lo volvió riquísimo. Y después se lo comió.  

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