Hace algunos años en la granja nació un pollo, rubio
como el oro, que bajo la luz del día brillaba tanto como el sol. Estaba tan
orgulloso de sí mismo, que se sentía por encima de los otros pollos, incluso
desde que era un simple huevo. Se llamaba Quike-Rikí, y era el menor de doce
hermanos, todos nacidos en la misma semana.
Era
tanta su arrogancia, que cada vez que podía se jactaba de ser el mejor pollo
del mundo. Hasta que uno de sus hermanos, Riko- Rikí, que era el pollo más rico
de la región, lo retó:
–Si
es verdad que eres el mejor pollo de todos, te desafío a que acumules más
fortuna que yo en una semana. De conseguirlo, no sólo reconoceré que eres el
mejor de los pollos, sino que además renunciaré a mi fortuna y te la donaré,
sin queja ni peros. ¿Qué dices?
Quike
lo dudó un segundo, pero era tan soberbio y ensimismado, que no vio mejor
oportunidad para demostrarles a todos que era verdad lo que decía. Por lo que
aceptó.
Todo
marchó muy bien los primeros días, Quike parecía haber nacido para hacer
negocios y, si la apuesta no fuera de sólo una semana, seguramente superaría la
fortuna de Riko en unos cuantos meses. Pero el tiempo pactado era demasiado
corto, por lo que a sólo un día de concluir el plazo, Quike se dio cuenta de
que no alcanzaría su objetivo, al menos que obtuviera algo de ayuda extra.
Desesperado,
Quike invocó incluso el auxilio de fuerzas que iban más allá de su comprensión,
hasta que de repente se presentó ante él el mismísimo Diablo pollo, quien con
un ademán de su ala derecha le preguntó: “¿Es verdad que quieres ser el pollo
más rico del mundo?”
Quike
no supo qué decir, pero al final afirmó con la cabeza.
El
Diablo pollo alzó su pico, dio un par de vueltas en el piso, alzó las alas al
cielo y dijo: “Listo, ya está hecho”.
–¿Entonces
Quike ganó la apuesta, abuelo? –me pregunta el más pequeño de mis nietos, aún
con vestigios de su cascarón en la cabeza.
–No
precisamente –le respondo dubitativo.
–No
entiendo. ¿Al final el Diablo pollo no lo volvió el pollo más rico del mundo?
–pregunta ahora el mayor de mis pequeños.
–Pues…,
sí, digamos –vuelvo a responder, no precisamente seguro.
–¿Entonces?
¿Lo volvió el pollo más rico, sí o no?
–Pues
hay veces en las que es mejor ser pacientes y modestos, o al menos ser claros
en nuestras peticiones. Ya ven lo que dicen sus mayores: “más valdría que al
pollo no se le conceda todo lo que desea.
El Diablo pollo cumplió con su
promesa, lo volvió el pollo más rico de todos, es más, lo volvió riquísimo. Y
después se lo comió.
No hay comentarios:
Publicar un comentario