domingo, 15 de noviembre de 2015

...se ha ido

De repente un día, sutil como una madrugada oscura tornándose en amanecer, te das cuenta de que la persona a tu lado se ha ido; emprendió un viaje sin retorno a un lugar al que tentativamente todos iremos algún día. Entonces recuerdas el último beso, la última caricia, el último abrazo, el último disgusto, la última bocanada de aliento que compartieron juntos, en fin, esos últimos momentos en los que “lo último” que te pasó por la cabeza fue que serían “los últimos”. 
            Hasta ese momento es que todo toma sentido, te detienes un segundo, consciente o no de que puede ser el último, y te das cuenta de que no nacemos para “cumplir” con una “tarea determinada”, o “alcanzar” un “objetivo fijo”, o “llegar” a un “destino” específico o espontáneo. Sino para vivir cada insignificante instante, el cual cada vez puede ser “el último”, sin mucha consciencia de ello, hasta que al final todo toma sentido.
            Cada latido, cada bocanada de aire, cada exhalación, cada imagen, cada sensación, cada sueño, cada melodía, cada letra leída, escrita o escuchada, cada susurro del viento, cada amanecer, cada ocaso, cada mordida, cada trago, cada vez que alguien dijo “te amo”, cada instante. Todos ellos insignificantes, pasajeros y efímeros. Hasta que se vuelven “los últimos”, hasta que de repente un día, te das cuenta de que la persona que viaja a tu lado…
…se ha ido.


No hay comentarios:

Publicar un comentario