martes, 30 de octubre de 2012

El plan


Todo lo tenía perfectamente calculado; la cena estaba servida en el comedor, con todo y velas encendidas, el vino seguía enfriándose en la nevera, su copa permanecía vacía, y la mía tenía el veneno suficiente para matarme, pero aún así, no habría de cumplir su cometido inmediatamente. 

Nada podía salir mal. Él había quedado muy formal en asistir puntual a la cita, y yo lo esperaría semidesnuda en el sofá de la sala, y al borde de la muerte. 

            Siempre discutíamos sobre lo mismo; él decía que pese a las circunstancias en que me había conocido, yo era la mujer de sus sueños, y no una aventura más, un pasatiempo, ni un error. Pero aunque aseguraba querer pasar conmigo el resto de su vida, todas las noches regresaba a su casa, a dormir con su esposa, y yo me quedaba sola, con su ausencia enfriando las sábanas, y su silencio cubriéndome la espalda.
            Hace apenas una semana, le había dicho que ya no podía seguir soportando esto, y que él tenía que elegir entre su esposa o yo. No era la primera vez que se lo decía, pero él siempre me respondía con evasivas, o me aseguraba que ella era sólo algo temporal, y que yo era el amor de su vida. Por lo general terminaba creyéndole, o quizás sólo me engañaba a mí misma, apostándole a su verdad, aunque supiera que era mentira.

            Pero aquella vez le puse un ultimátum, algo había cambiado en mi organismo, y él tenía que tomar una decisión determinante, o la tomaría yo. 

Lo noté alterado, pero dijo que así sería. Me tomó de las manos, nos besamos y quedamos en hablar hoy en la noche, para dejar todo en claro.

            Yo sabía que el asunto no sería tan fácil; posiblemente él llegaría, cenaríamos, conversaríamos, trataría de embaucarme, terminaríamos la discusión en la cama, y al final amanecería nuevamente sola, y con una verdad no dicha, ardiéndome en la boca. 

            Por eso tomé mis precauciones, contenidas en una copa de cristal y vino. 

Él tendría que haber llegado, justo a tiempo para salvarme, y ante el temor de perderme, decidiría quedarse conmigo. Sabría que mi muerte sería lo peor que pudiera ocurrirle, y no le importaría ni el escándalo que provocaría su separación, ni la posible demanda de divorcio. Él sería únicamente para mí, y yo seguiría siendo sólo de él, al menos por lo que me restara de vida.

            Pero pese a todo lo planeado, el tiempo invertido y las promesas compartidas, en este momento la verdad se presenta como un vapor que opaca mi vista, al ver en el reloj que él no llegará para salvarme, y honestamente no sé si me importe. Sólo fui un juguete, y quizás ni siquiera la única a la que engañó con sus palabras, detalles y caricias. 

Pero ahora ya no importa, al final de cuentas debe quedarme el consuelo de que todo salió como estaba planeado por el destino, aunque termine conociendo a la muerte un poco antes de lo esperado. 

Tal vez algún día él piense en mí, y seguramente lo hará antes de concluir este año, sobre todo cuando acuda a su examen médico anual, y en su análisis sanguíneo recuerde aquella noche de pasión, en la que le dije que lo mejor era que usara condón, si pensaba tener sexo conmigo.       

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