Todo
lo tenía perfectamente calculado; la cena estaba servida en el comedor, con
todo y velas encendidas, el vino seguía enfriándose en la nevera, su copa
permanecía vacía, y la mía tenía el veneno suficiente para matarme, pero aún
así, no habría de cumplir su cometido inmediatamente.
Nada podía salir mal. Él había quedado muy formal en
asistir puntual a la cita, y yo lo esperaría semidesnuda en el sofá de la sala,
y al borde de la muerte.
Siempre discutíamos sobre lo mismo;
él decía que pese a las circunstancias en que me había conocido, yo era la
mujer de sus sueños, y no una aventura más, un pasatiempo, ni un error. Pero
aunque aseguraba querer pasar conmigo el resto de su vida, todas las noches
regresaba a su casa, a dormir con su esposa, y yo me quedaba sola, con su
ausencia enfriando las sábanas, y su silencio cubriéndome la espalda.
Hace apenas una semana, le había dicho
que ya no podía seguir soportando esto, y que él tenía que elegir entre su
esposa o yo. No era la primera vez que se lo decía, pero él siempre me
respondía con evasivas, o me aseguraba que ella era sólo algo temporal, y que
yo era el amor de su vida. Por lo general terminaba creyéndole, o quizás sólo
me engañaba a mí misma, apostándole a su verdad, aunque supiera que era mentira.
Pero aquella vez le puse un
ultimátum, algo había cambiado en mi organismo, y él tenía que tomar una
decisión determinante, o la tomaría yo.
Lo noté alterado, pero dijo que así sería. Me tomó de las
manos, nos besamos y quedamos en hablar hoy en la noche, para dejar todo en
claro.
Yo sabía que el asunto no sería tan
fácil; posiblemente él llegaría, cenaríamos, conversaríamos, trataría de
embaucarme, terminaríamos la discusión en la cama, y al final amanecería nuevamente
sola, y con una verdad no dicha, ardiéndome en la boca.
Por eso tomé mis precauciones,
contenidas en una copa de cristal y vino.
Él tendría que haber llegado, justo a tiempo para salvarme,
y ante el temor de perderme, decidiría quedarse conmigo. Sabría que mi muerte
sería lo peor que pudiera ocurrirle, y no le importaría ni el escándalo que
provocaría su separación, ni la posible demanda de divorcio. Él sería únicamente
para mí, y yo seguiría siendo sólo de él, al menos por lo que me restara de
vida.
Pero pese a todo lo planeado, el
tiempo invertido y las promesas compartidas, en este momento la verdad se
presenta como un vapor que opaca mi vista, al ver en el reloj que él no llegará
para salvarme, y honestamente no sé si me importe. Sólo fui un juguete, y
quizás ni siquiera la única a la que engañó con sus palabras, detalles y
caricias.
Pero ahora ya no importa, al final de cuentas debe quedarme
el consuelo de que todo salió como estaba planeado por el destino, aunque
termine conociendo a la muerte un poco antes de lo esperado.
Tal vez algún día él piense en mí, y seguramente lo hará
antes de concluir este año, sobre todo cuando acuda a su examen médico anual, y
en su análisis sanguíneo recuerde aquella noche de pasión, en la que le dije
que lo mejor era que usara condón, si pensaba tener sexo conmigo.
Siempre me sorprenden tus finales.
ResponderEliminarMuchas gracias Silvana.
Eliminar¡Tremendo! Muy buena historia.
ResponderEliminarGracias Andy. =)
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