Más
allá del camino me espera “La Nada”. Me despido del mundo, la rutina, las
estrellas, y del espacio infinito que me viera nacer, ya no recuerdo hace
cuánto tiempo.
Dejaré de ser polvo y gas cósmico, para volverme
intangible, como una idea que no se anima a tomar forma, ni materia.
A partir de hoy, cada palabra valdrá
lo mismo, y cada latido sólo será el recuerdo de un pasado que no sé si ya dejé
en el olvido, o aún lo guardo en algún rincón de mi pesada maleta. Pero tal vez
sea lo mismo, porque no sé si traje conmigo la llave que la abre, ni estoy
seguro de que “eso” que cargo a mis espaldas sea realmente mío.
El aíre cada vez es más denso, y la
gravedad ha perdido su fuerza, al igual que yo. Ahora sólo me dejo llevar por
la materia oscura, que tanto atormentara las noches de mi niñez, pero que ahora
me consuela como una amante que no pide explicaciones; no porque no le interesen,
sino porque las ha escuchado todas, aún sin interrogarme.
Más adelante reposa el silencio, la
vasta oscuridad, y uno que otro lucero que se erige como un faro, en medio del
vacío, más allá del abismo y de la memoria.
Pero sé que ya me encuentro muy cerca de mi destino. Puedo
sentirlo en mis huesos que se estremecen, y en la sangre que se escapa de mis
poros. Ya la puedo ver, oír, oler y hasta paladear, con cada uno de mis
sentidos. Sólo me hace falta tocarla, pero muy pronto lo haré, así como tuve el
atrevimiento de profanar a la vida con el roce de mis dedos, hasta que un buen
día la dejé marchar de la mano del Tiempo.
Pero ahí está, su eterna oscuridad me ha abierto los
brazos, y ya me encuentro muy cerca. Dos o tres latidos, son lo único que nos
separa, porque más allá de “La Nada” y del olvido absoluto, aguarda impaciente mi
dulce amada: “La Muerte”.
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