martes, 30 de octubre de 2012

Más allá


Se dijeron mil cosas, se prometieron cada nube del cielo, y se propusieron alcanzar juntos la luna. Se regalaron mil rosas, se entregaron por completo, se pertenecieron con cada beso, cada poema, cada latido, y cada gota de su sangre. Juraron esperarse, sin importar cuánto tiempo hubieran de aguardar por volver a sentir su aliento alimentando sus anhelos, su piel cobijando sus noches, y su calor abrigando sus sueños. Lo que había entre ellos iba más allá de la rutina, sobrepasaba la razón y desafiaba al olvido.

          Pero un día ella volvió, y él ya no estaba. Su rincón de siempre, donde compartieron tantos momentos, estaba vacío, y sus flores favoritas, aquellas que nunca faltaron en ninguno de sus encuentros, aguardaban en el aparador de la tienda de regalos, sin haber sido escogidas, mientras sus besos y abrazos se desvanecían, como una nube que se deja llevar por el viento.

            Tal cual lo había prometido, ella estaba ahí, y aún en ausencia, él estaba a su lado. Había dolor en su corazón, y no demoró demasiado en presentarse el llanto. Se había prometido a ella misma no hacerlo, pero lo que sentía era mucho más fuerte que su juramento, y lloró como nunca, es decir, como siempre, desde esa fatídica tarde, en la que se enterara de que él ya no estaría ahí para aguardar su regreso, porque había muerto.

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