Hemos
vivido en este lugar por más tiempo del que cualquiera pueda tener memoria. Por
generaciones enteras, hemos sido actores del progreso y prosperidad de nuestra cultura,
y hasta el día de hoy, siempre pensamos que así sería eternamente. Pero parece
que no será de esa manera.
“Nada dura para siempre” reza el dicho popular, pero jamás
pensé ser testigo del desmoronamiento de nuestra civilización. Sin embargo,
nunca he desconfiado de mis sentidos, y menos cuando ellos me enseñan cómo se
desploman nuestros edificios, templos y monumentos, en un parpadeo.
Dios nos ha abandonado, aunque más de uno piensa que quizás
esto es una muestra evidente de que Él jamás existió, o tal vez nunca le
importamos realmente.
Ninguna autoridad ha sido capaz de darle una explicación a
este fenómeno. Obviamente esta destrucción les ha sorprendido tanto a ellos
como a nosotros.
Siempre hemos sido una sociedad tranquila, que ha
preponderado el diálogo al enfrentamiento, y aunque a veces hemos tenido nuestros
conflictos, hasta este día jamás habíamos experimentado algo parecido. Y por si
fuera poco, ignoramos quién o qué lo está causando.
No hay ningún sitio seguro en el que podamos guarecernos;
todo es arrasado, como si una fuerza incontrolable estuviera empeñada en hacernos
desaparecer. Sólo se ve un gigantesco manto amarillo, que va y viene en olas de
destrucción y muerte.
El terror me paraliza, pero no temo mi deceso, ni siquiera
por la suerte de mis seres queridos, si no por el irremediable fin de mi
cultura.
*
–Muy
bien Juanito, sigue así. Si quieres te puedo traer otro pañuelo desinfectante.
Ya ves cómo todo se ve mucho más limpio. Ve tú a saber cuántos bichos tenías
engendrados en ese lugar. Bueno, ya no te distraigo.
–Pero tan pronto termine de limpiar mi habitación, ¿me vas
a devolver el control del videojuego, verdad mamá?
–Sí, pero debe quedar impecable. ¡Pero mira nada más cómo
tienes ese trapo amarillo! Ya hasta parece negro. Enseguida te traigo otro para
que sigas limpiando.
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