Todo
está listo para el gran evento; no hay asientos disponibles y está prohibida la
entrada sin la invitación correspondiente. Hoy se celebrará la boda entre dos
eternos amantes, que si bien han tenido sus desavenencias en el pasado, sus
lazos siempre han sido más fuertes que la vida misma.
No hay Dios que valide su encuentro, porque ninguno de los
cónyuges profesa abiertamente su religión. Pero no hay duda de que más de uno
habrá de testificar su unión, desde algún rincón olvidado, o en el salón de banquetes;
donde nunca faltan los que no fueron llamados, ni los que siempre llegan tarde,
con más de mil pretextos en la boca, pero ningún regalo entre las manos.
Los invitados del novio han asistido puntuales, como era de
esperarse, no sólo por la talla de la ceremonia, sino porque el prometido es el
Tiempo.
Pero nadie ha llegado por parte de la novia, tal vez por
acuerdo entre ambos, ya que a ella no se le conoce ningún familiar o amigo,
pero sí muchos amantes.
El salón resplandece y la muchedumbre guarda silencio,
cuando la marcha nupcial resuena como pasos de gigantes, que silencian los
suspiros y aceleran el pulso.
El novio espera ansioso. Jamás un segundo le pareció tan
eterno. Pero lo que ven sus ojos, cuando su amada ingresa con el velo blanco
cubriéndole el rostro, es suficiente pago para esperar dos vidas enteras, o una
lenta y dolorosa agonía.
Por debajo del velo sólo se distinguen los rasgos finos de
una dama, y unos labios teñidos de sangre, que parecen invitar a probar de sus
mieles, o dejarse atrapar eternamente entre ellos.
Pero al develar su rostro, una mirada ausente y vacía, expresa
la paz que va más allá de la alegría o la tristeza. Por lo que enseguida
hipnotiza a todos, con su pálida belleza y angelical encanto.
Los latidos se detienen, y entonces el Tiempo entiende que
ella nunca podrá ser sólo suya, y que a lo más que habrá de aspirar, será
llegar a ser uno más de su lista interminable de amantes.
Aunque por hoy, la ilusión llene de fantasías sus anhelos,
al ver a su amada Muerte llegar puntual, como siempre, pero sujetando un ramo de
flores, vestida de blanco, y con su nombre entre los labios.
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