Palidece
la luna ante la belleza de la muerte, rodeada de espejos, luces, destellos, sangre,
dolor, huesos y gritos. Embelesada por la miel de sus palabras, la hiel amarga
se evapora en rocío de pétalos amarillos, tibios y colmados de veneno.
Me interno en un túnel de engaños y símbolos, que me llevan
hasta otro tiempo, otra dimensión, y otro recuerdo. En un reloj de arena que
fluye con soltura, que se detiene y acelera, al perderse en el fondo del
abismo. Donde el óxido y la sangre pintan de rojo la memoria, tu presente y mi
futuro.
También la rosa es negra, la vida ambigua y las letras
mudas. Al tiempo que la brillante y solitaria luna se eclipsa, en latidos de
muerte, necedad y olvido.
¿Dónde queda el pasado de un ayer que nació muerto, o de un
mañana que se niega a ver la luz de tus ojos, al perderse en un latido?
El hoy no quiere ser recordado, y en la punta de tus dedos
guardas los secretos del Cosmos, mientras en la palma de tu mano yace incólume
el poder del Universo.
La oscuridad eterna te llama, te envuelve, te nutre, te
lleva hasta el límite, y muere coagulada, como una gota de sangre atrapada en
un envase de vidrio.
Sin un mañana por apostar, sólo la muerte reina en el
torrente sanguíneo, cuando el tiempo fluye como aceite en las arterias,
intoxica las paredes celulares, disuelve los tejidos blandos, hace estallar los
músculos, y colapsa el tiempo, hasta depositarse en la consciencia de un
suspiro que lo ha perdido todo, pero vuelve a apostarle a lo mismo, y se interna
en ese túnel, que al igual que un anillo, no tiene final, y carece de principio.
Rodeado de símbolos sin referente, sombras sin cuerpo, e ideas
sin proyección, la muerte me susurra al oído que siempre he sido suyo. Se
sienta a mi lado. Coqueta me sonríe, bañándome de la luz de sus encantos, me
guiña un ojo y espera que llegue mi final, paciente y adorable.
Hoy quizás no sea, pero ella me aguarda, ¿quién sabe?, tal
vez mañana termine la espera. Quizás no tenga que demorar tanto, y al rato
vuelva a ese túnel, y nos marchemos juntos, hasta olvidarnos por completo, ella
aferrada a mi plexo cardiaco, y yo perdido en su mirada y fundido entre sus
brazos.
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